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9 de diciembre de 2020

Madrid visto por "Los ojos de Galdós"

Por Carolina Molina

    Recrear un tiempo pasado tiene mucho de labor investigadora pero también de esfuerzo memorístico. ¿Qué hay de verdad en ese pasado que no te hayas imaginado antes y, por fuerza, manipulado en tu mente? Difícil es extrapolar esa fantasía innata del escritor para recrear una Historia. Nadie advertirá si la verdad es una fantasía de la infancia porque tus fantasías son tuyas y de nadie más. 
 
    El escritor impregna a sus historias parte de sus experiencias vitales, por eso el Madrid que aparece en mi novela, que comienza en 1890 y termina en 1920, treinta años de cambios sociales y políticos importantes, son el reflejo del espejo en donde me he mirado. Los años 70, 80 y 90 del siglo XX, son años también de cambios importantes en nuestra historia actual. 
 
    El Madrid que describo en la novela es el Madrid que he conocido desde mi infancia. Barrios que abarcan recorridos a pie como se hacía, la mayoría de las veces, en el s. XIX, sin metro o autobuses. El barrio de la Arganzuela que me vio nacer, limítrofe con el Retiro en donde paseaba y paseo, el Prado y Recoletos, el barrio de Argüelles, la Puerta del Sol…El antiguo Madrid y para mí el más bonito, combinación de vida artística (museos, monumentos), social (cafeterías emblemáticas, plazas), cultural (bibliotecas, teatros), lugares con vida propia que Galdós conoció a sus diecinueve años casi como yo lo hice, con curiosidad. 
 

    La novela Los ojos de Galdós comienza en un lugar reconocible para cualquier ciudadano de la capital: la plaza de Colón. En el número 2, tercera planta, vivió don Benito desde 1876 a 1894. Era una plaza amplia, aireada y en construcción. En el tiempo en que Galdós ocupó con su familia esa casa, que Emilia Pardo Bazán describió como “estudio”, se fue reestructurando el edificio de la Biblioteca Nacional, se reorganizaría el contorno de la plaza para dar cabida al monumento de Colón frente a la Casa de la Moneda y poco a poco todo el espacio se convertiría en un lugar emblemático que no dejaría de sufrir cambios hasta que en los años 70 del siglo XX la citada Casa de la Moneda desapareciera para dar paso a los Jardines del Descubrimiento y la estatua del descubridor fuera viajando de acera en acera hasta acabar donde hoy está. 
 
    En el hogar de los Pérez Galdós ahora encontramos los famosos “enchufes” de las Torres de Jerez o de Colón. Para desgracia de los nostálgicos, el Palacio de Medinaceli, que lucía glorioso enfrente de la casa del escritor, también fue demolido y hoy se encuentra un casino y el Museo de Cera, en donde las figuras parecen haberse vengado de tantas demoliciones sin sentido haciéndose irreconocibles a los visitantes. 
 
    Próxima a esta plaza discurre la calle Serrano, que Galdós conocía bien. Por esta vía de amplias dimensiones circularían los primeros tranvías de Madrid, novedosos vehículos que durante un tiempo coincidieron con carros, ómnibus y simones y que vemos en las pintorescas fotos de finales de siglo. El propio Galdós escribió el cuento “La novela en el tranvía” ambientada en un viaje desde el barrio de Salamanca al barrio de Pozas (hoy Argüelles). 
 
Los primeros tranvías se denominaban “de sangre” por ser tirados por animales hasta que finalmente se dio paso a una maquinaria elemental pero más moderna. En la primera década del siglo XX circulaban por las calles madrileñas diversos tranvías, cerrados y abiertos, de color amarillo, gris o rojo, lo que incentivaba la imaginación chulesca. Algunos fueron apodados “canarios” y “cangrejos”. 
Recuerdo que mi abuelo, nacido en 1899 y por lo tanto un adolescente en los años veinte, se reía de las picardías de sus amigos, que iban a ver a las mujeres subirse a los tranvías con el propósito de contemplar sus tobillos cuando se levantaban la falda. Ahora nos parece de lo más ingenuo pero hay que recordar que en esos tiempos si una mujer vestía con pantalones la insultaban o apedreaban en plena calle. El 23 de febrero de 1911 el periódico La Vanguardia anunciaba que unas señoritas pararon el tráfico en la Carrera de San Jerónimo por lucir la novedosa falda-pantalón. 
 

    Sucesos así se repitieron a lo largo de los años y Carmen de Burgos, Colombine, personaje de mi novela, tuvo mucho que ver en el proceso de aceptación de esta prenda por parte de los hombres y de las propias mujeres, que muchas veces la rechazaron incluso más. 
 
 
LA PLAZA DE SANTA ANA 
Otra de las plazas que tiene protagonismo propio en Los ojos de Galdós es la plaza de Santa Ana, donde se levanta desde hace siglos el teatro más representativo de nuestra ciudad, primeramente llamado Corral del Príncipe hasta convertirse en el Teatro Español. 
 
Lógico es que frente a él luzca la estatua de Federico García Lorca cuyos estrenos honraron a este teatro, pero no debemos olvidarnos del estreno más apoteósico del que se tiene noticia en Madrid y me atrevería a decir que en toda España. Fue el estreno, el 30 de enero de 1901, de la obra teatral Electra que llevó a Galdós al Olimpo de los Dioses pero también lo crucificó como escritor maldito. Para entender lo que sucedió en ese estreno deberíamos remontarnos a muchos meses antes, comprender que la situación española que se vivía en ese comienzo de siglo XX era de gran crispación: crisis del 98 en todos sus ámbitos políticos, militares y sociales; hambre y desempleo; enfrentamiento entre los monárquicos y republicanos ante la inminente boda de la hermana del rey Alfonso XIII que (aunque no sucedió) podría haber reinado y se casaba con el descendiente de un carlista. Por último, el famoso caso Ubao copaba el interés periodístico. Una muchacha de buena familia que quería meterse monja y su madre sospechaba que podía estar manipulada por los jesuitas. La bomba estaba servida y explotó en el estreno de Electra. Los periódicos se hicieron eco del éxito de la obra y fue representada en toda España. 
 

 
    Su libreto tuvo una tirada de diez mil ejemplares tan solo cinco días después del estreno. Agotado, al mes siguiente se hacen reimpresiones de cinco mil, quince mil y cuatro mil ejemplares. Un auténtico “best seller”. También se asocia a su éxito la creación del primer “merchandising” pues se vendieron productos “electras” por todas partes: cigarros, dulces, estilográficas… 
 

 
    Hoy, al pasar por delante del Teatro Español nadie imagina que allí se vivió algo impensable en la historia de nuestros escenarios. Los antigaldosianos hicieron muy bien su trabajo y consiguieron dejar en el olvido un hecho trascendental como aquel. En mi infancia y juventud transité muchas veces por esta plaza, a la que tenía cierto respeto por tener que cruzarla para ir al médico, pero con el tiempo se convirtió en un lugar de libertad, repleto de casetas de artesanos, los llamados “hippies”, que vendían collares y pulseras de cuero por la mañana mientras por las tardes el lugar acogía la llegada de un público más intelectual deseoso de ver a los actores que interpretarían la obra del momento. A muchos de ellos entrevisté en los camerinos para una revista de cine y teatro en los tiempos de Facultad sin sospechar que por esas escaleras subió en algún momento don Benito. 
 
 
EL PRADO Y RECOLETOS 
    Solía ir con mi abuelo al Retiro y luego bajar por el Prado siempre de la misma manera: manteniendo el equilibrio sobre el borde de la acera sin caerme. Mi abuelo, con una paciencia infinita, consentía mis caprichos. Antes o después pasábamos también por la llamada “Feria de Libros”, las casetas de la Cuesta de Moyano y con mis ahorrillos compraba algún libro, que todavía conservo. El Retiro, planea en mi novela comenzando y terminando, formando un círculo. Era de esperar, los madrileños lo recorremos de uno a otro lado, entramos por una puerta y salimos por otra, como quien entra en una ciudad ideal y apartada del mundanal ruido. Es allí donde la estatua sedante de don Benito permanece desde 1919. Nos acercamos y le saludamos como si aún viviera y hasta parece que Victorio Macho, su escultor, le hubiera impregnado un aurea mágica, pues no parece improbable que la piedra se haga humana y nos devuelva el saludo. 
 
 
    Hay quien desea cambiar esa escultura de sitio y dejarla a la vista de todos los madrileños, pero Galdós estuvo allí, en la inauguración del monumento. Sus pies pisaron la tierra que hay en el Retiro y ya es parte de este parque, como los árboles centenarios. 
 
   
Todo el entorno del paseo del Prado y de Recoletos, permanece en una burbuja del tiempo. Siempre he recordado estos dos paseos que se enlazan por la llamada popularmente Plaza de Neptuno (Plaza de Cánovas del Castillo) exactamente igual. No fue así durante el siglo XIX, cuya transformación es consecuencia de la modernización que atravesaba Madrid. 

Si en 1832 llegaba el alumbrado con gas, el 30 de enero de 1852 se realizan las primeras pruebas de electricidad que llegarían poco a poco a las calles más céntricas. Estas farolas del paseo del Prado, con su corona real y fecha de 1832, fueron de las primeras en sufrir el cambio de gas a electricidad. En el bulevar también destacan los candelabros, junto a los que paseamos sin advertir su antigüedad. 
 
    Este entorno es especialmente importante para el desarrollo de Los ojos de Galdós porque la protagonista vive cercana a la Fuente de Neptuno, entorno hoy de hoteles que también tienen su anécdota. 
 
 
LOS GRANDES HOTELES DE MADRID 
    Se acercaba el año 1910 y Madrid iba a sufrir agradables lavados de cara. Alfonso XIII traía la modernidad a un país desgastado por las desigualdades sociales, la inminente guerra con Marruecos y el pesimismo noventayochesco. Madrid, que era más pueblo grande que ciudad, debía dar el salto a Europa. 
 
    Además de la cercana inauguración de la Gran Vía, que el propio Alfonso inició con el acto simbólico de un piquetazo en la fachada de una casa, se empeñó el monarca en dotar a la villa de una infraestructura turística innovadora. Eran los tiempos en que solo unos pocos viajaban pero los que lo hacían tenían suficiente dinero para activar la economía y esto lo vio claro este rey, de talante liberal y hasta libertino. 
 
   
La Historia nos dice que el primer hotel de carácter moderno que se levantó en España fue el Hotel Ritz de Madrid, pero no fue así. Alfonso XIII, que tenía por amigo al duque de San Pedro Galatino, tuvo conversaciones con él para construir un hotel lujoso al estilo de los Ritz de Londres y París. 
 
    Julio Quesada, el duque, madrileño de nacimiento y granadino de adopción, era un personaje como hay pocos, de mente abierta y precursor del turismo en Sierra Nevada. Construyó en el recinto exterior de la Alhambra, junto a las ruinas de Torres Bermejas, un hotel imponente, de aire romántico orientalista, que hacía guiños a la Torre del Oro y las murallas de Ávila. Todo valía para ese duque que contrató a los mejores arquitectos de la zona. Además del equipamiento moderno que ofrecía, el hotel contaba con una ubicación excepcional, una balconada panorámica que abarcaba el paisaje de Sierra Nevada y el barrio del Realejo, visual imposible de conseguir en una ciudad como Madrid. 
 
    El Alhambra Palace se inauguró por el propio Alfonso XIII en Granada el 1 de enero de 1910. Habrían de pasar diez meses para que en Madrid abriera sus puertas el Hotel Ritz, concretamente, el 2 de octubre. Al día siguiente El País publicaba esta noticia: 
“Con gran solemnidad se verificó anoche la inauguración del nuevo Hotel Ritz, soberbio edificio construido en el Salón del Prado (plaza de Cánovas), con fachadas a la plaza de la Lealtad (por donde tiene la entrada principal) y calle de Felipe IV, constituyendo uno de los mayores aciertos la elección del sitio en que el Hotel se halla emplazado, no sólo por su proximidad a la Bolsa, el Banco, el Congreso de los Diputados, etc., y, sobre todo, a nuestro incomparable Museo del Prado, sino además por la amplitud y belleza de aquella parte de Madrid, verdadero centro de la capital. Este Hotel ha sido construido y equipado con arreglo al sistema Ritz, sistema empleado en los Hoteles Ritz, de París y Londres; Cartlon, de Londres; Gran Hotel de Roma, y otros de Berlín, Hamburgo y Nueva York, siendo, por tanto, un hotel análogo a los que tanta fama gozan en el extranjero, representando su instalación un verdadero adelanto y una positiva ventaja, no sólo para la Corte, sino para España en general, por los beneficios que a todo el país habrá de reportar la mayor afluencia de extranjeros, que es de esperar habrá de notarse en lo sucesivo”. 
     
    Contaba el hotel con nueve pisos y ocupaba una extensión de 30.000 pies cuadrados, red eléctrica, cien cuartos de baño, teléfonos en cada piso, peluquería, calefacción y automóviles para viajeros y equipajes. Además tenía un jardín de invierno, preciosamente amueblado, que ocupaba casi todo el centro de la planta baja; una amplia Sala de Fiestas, destinada a bailes o recepciones y que se alquilaba con servicio completo, más la terraza del jardín exterior situado en la plaza de Cánovas, en la que se servirían comidas y tés al aire libre. 
 
 
 
    Dos años después se inauguró prácticamente enfrente de este, solo separado por la famosa fuente de Neptuno, el hotel Palace. Tuvo menos repercusión mediática, quizás, también porque coincidió con la celebración del 12 de octubre. 
 


 
MUERTE Y CAOS EN MADRID 
    En 1906, las calles madrileñas pasaron del festejo al terror en cuestión de minutos. Era el 31 de mayo y se iba a celebrar la boda del rey Alfonso XIII con la inglesa Victoria Eugenia de Battenberg y tal unión resonaba en los oídos de los madrileños a modernidad y europeísmo. Nadie podía imaginar que tras el paso de la comitiva real, tras la ceremonia, fuera a explotar una bomba que causara un gran número de muertos y heridos. 
 
    Los días previos al evento, Madrid, se preparaba para agasajar a los reyes. Se preparaban los balcones con banderas y mantones para dar colorismo, se reorganizó la circulación de tranvías y vehículos cortando calles y se advertía a los ciudadanos de las posibles incidencias, como la pérdida de objetos o de niños alentando a la prudencia. 
 
    Los cafés de la zona centro hicieron su agosto. Todo se vaticinaba de lo más agradable hasta que al pasar el coche de los reyes por la calle Mayor, a la altura del actual número 84, alguien tiró un ramo de flores desde un balcón. Este rebotó en el tendido eléctrico del tranvía y se desplazó hacia los asistentes que, ilusionados, veían pasar a sus reyes. El ramo contenía una bomba Orsini y explotó causando un espantoso cuadro: miembros amputados, caballos moribundos con sus vísceras expuestas y salpicones de sangre en los escaparates de los comercios. 
 
 
    El caos se apoderó de Madrid pero pronto se comenzó la búsqueda del autor del atentado. Al día siguiente ya publicaban los periódicos que habían encontrado al anarquista, aunque no sería hasta unos días después cuando detuvieron a Mateo Morral que tras zafarse de la autoridad pegando tiros, se suicidó. 
 
    El cadáver de Morral fue fotografiado y su imagen convertida en escarnio público. Los reyes siguieron realizando sus salidas, sin escoltas, ofreciendo una imagen real valiente y muy flemática, que causó impacto entre los madrileños. 
 
    No sería el único atentado que sufrió Alfonso XIII pero sí el más recordado. 
 
    Imposible resumir los lugares madrileños de Los ojos de Galdós: la Puerta del Sol, el barrio de Argüelles, la plaza de Cibeles, el barrio de Lavapiés…todos ellos ya forman parte de la vida y obra de don Benito, el autor que mejor supo entender y describir a los madrileños. 
 
 
 

Carolina Molina
 

 

4 de diciembre de 2020

Primero Carlos que Rey

Por Carolina Molina

 

    Las referencias a Carlos III en Madrid son numerosas. Estatuas, monumentos, inscripciones…Todos los madrileños le han considerado durante años su mejor alcalde por haber embellecido y modernizado su ciudad, pero ¿realmente conocen quién era Carlos de Borbón y Farnese? ¿Qué hombre vivía tras la cara bonachona que todos los pintores le otorgaban en sus cuadros? ¿Era Carlos III tan frío y regio como se representa en sus estatuas?

    Carlos de Borbón, el tercero de su nombre en España, tuvo una personalidad muy peculiar, propia de un personaje de novela. Nacido el primer hijo de la segunda esposa de Felipe V, la magnífica y portentosa Isabel de Farnesio, no iba destinado a ser rey, sin embargo lo fue primero de las dos Sicilias y luego de España. Llegó al mundo en el destartalado y gélido Real Alcázar de Madrid, allá por el 1716, dieciocho años antes de que este ardiera, consumiéndose a cenizas. Tuvo, por tanto, don Carlos, el honor de ser el último rey en nacer en el alcázar. 

    Publicó la Gaceta de Madrid en el día de su nacimiento, que la reina había dado a luz a un niño robusto y hermoso, entre las tres y las cuatro de la madrugada, calificativos que difícilmente le serían dedicados una vez convertido en hombre adulto, debido a sus facciones desproporcionadas y excesiva delgadez. 

    Ya desde su más tierna infancia tuvo una personalidad dulce, moldeable, de profunda obediencia, virtudes que su madre supo aprovechar para orientarlo hacia la escena política. Es de imaginar que su enseñanza la supervisara meticulosamente la reina debido a los frecuentes ataques de enajenación que padecía su padre, Felipe V. La demencia que sufrió el rey, también desarrollada en alguno de sus hermanastros, amenazaba al joven Carlos que siempre se afanó por demostrar madurez y razonamiento suficientes. Con todo, siempre fue consciente de la posibilidad de heredar la locura, que, según dicen, combatía manteniéndose ocupado con los asuntos de estado y las cacerías diarias. 

    Aprendió muy pronto las disciplinas necesarias para un infante, supo de geografía, historia sagrada y profana, táctica y náutica, dominando varios idiomas, el francés y el italiano, como era de esperar, y más tarde hasta el alemán, solo por dar gusto a la reina. 

    Su infancia y mocedad fue, como decía Pedro Volpes «dechado de dulzura y mansedumbre» llegando a manifestar que de tener algún sobrenombre prefería, con mucho, el de llamarse «Carlos, el Sabio». 

    Aquel niño estudioso y observador se convirtió, pasados los años, en un hombre modélico, tolerante en lo humano pero riguroso en lo político. Hacía cuanto le decían sus padres, aceptaba de buen grado las órdenes y no mostraba desinterés. En las numerosas cartas dirigidas a los reyes, siendo ya hombre, se observa un recato extremo casi rozando la mansedumbre, todo lo acata sin reservas y muestras poca o ninguna iniciativa. 

    Carlos se va haciendo mayor y desarrolla un carácter tibio, casi inexpresivo, pero siempre pendiente de las necesidades de quienes le sirven. Su frase «Primero Carlos que rey» la seguirá a pies juntillas, siempre con la convicción de que ser rey era también ser un dios, pues origen divino tenía. 

    En sus horas libres, el joven Carlet (o Carletto) como le llamaba su madre, se entretiene con manualidades, dando rienda suelta a su meticulosidad. De ahí salen piezas talladas en madera y con el tiempo, la colocación rigurosa de las piececillas del Belén napolitano que tanto gustó en su familia cuando vivía en Italia y que al llegar a España, su esposa, introdujo en nuestra cultura cotidiana. Hoy no podemos imaginar una Navidad española sin belenes. 

    Su biógrafo oficial, el sexto conde Fernán Nuñez, Carlos Gutierrez de los Ríos, describió sobradamente el aspecto que tenía nuestro rey. A él le debemos conocer los detalles más íntimos y curiosos de su personalidad. Decía Fernán Nuñez que Carlos III «era de una estatura de cinco pies y dos pulgadas, poco más. Bien hecho, sumamente robusto, seco, curtido, nariz larga y aguileña. Había sido en su niñez muy rubio, hermoso y blanco, pero el ejercicio de la caza le había desfigurado enteramente, de modo que cuando estaba sin camisa parecía que sobre un cuerpo de marfil se había colocado una cabeza y unas manos de pórfido». 

    Esta imagen del Carlos activo, curtido por el tiempo al aire libre y cazando, ha desvirtuado la realidad, pues era hombre con inquietudes muy poco físicas y que se entregaba a los paseos como medio de combatir la melancolía. Decía Antonio Domínguez Ortiz que sus cacerías eran más bien de observación, de asentamiento y avistamiento, sin que mediara correría ni grandes ajetreos. 

    «Su fisonomía ofrecía dos efectos opuestos, decía su biógrafo, la magnitud de la nariz ofrecía a la primera vista un rostro muy feo, pero pasada esta primera impresión sucedía a la primera sorpresa otra aún mayor, que era la de hallar en el mismo semblante que quiso espantarnos, una bondad, un atractivo y una gracia que inspiraba amor y confianza». 

    Todo demuestra que los pintores que lo retrataron lo describieron muy bien. Feúcho y desgarbado pero con sonrisa bonachona. Cuando casó, llegado el tiempo, con su querida María Amalia de Sajonia, que tampoco era mujer agraciada, se convirtieron ambos, según dijo un poeta de la época, en «el matrimonio más feo del mundo». 

    Carlos era de natural bueno. Casi nunca se enfadaba, ni siquiera con sus sirvientes, que habiendo hecho alguna incorrección contra él y llamados al orden, alentaba a no castigarles con dureza afirmando que «ellos lo sentirían más que él». Era educado y si con alguien hablaba, se quitaba el sombrero. No era caprichoso en el vestir, más bien lo contrario. Si le obligaban a engalanarse para alguna fiesta, todo lo más aceptaba ponerse una chupa con botones de diamantes y cuando el acto terminaba corría a cambiársela por una vieja pero más acorde a sus necesidades. Decían que no admitía los cambios y cuando había de renovar su fondo de armario, acumulaba la ropa vieja con la nueva, mirando la usada cada día hasta asimilar, irremediablemente, que habría de tirarla. 

 


    La palabra economía le interesaba mucho, no en vano era un hombre del S XVIII, y en esa economía, no solo de dinero, encontraba placer aplicándola a su vida diaria, en sus costumbres rigurosas, en el ahorro del tiempo y en tener todo cuando hacía bajo la más estricta vigilancia y control. 

    Su vida era un ejemplo de agenda bien cumplida. Se levantaba a las seis menos cuarto de la mañana. Después de rezar como una hora, se lavaba y vestía junto a su cirujano, su médico y boticario, para luego desayunarse una jícara de chocolate en la manera en que se explicará más tarde, con escrupulosa reiteración de movimientos. Pasaba más tarde a oír misa. Luego visitaba a sus hijos y a las ocho empezaba a trabajar hasta las once. Al terminar hablaba con el Príncipe de Asturias, su hijo, y también con su confesor, el padre Eleta, al que quiso hasta su muerte. Comía a las doce, rodeado de sus allegados haciendo el paripé de descascarar el huevo. Tras el besamanos del final de la comida salía a cazar, si era invierno o se disponía a la siesta, si era verano. Anocheciendo recibía a sus ministros. Antes de la cena, que sería a las nueve y media de la noche, jugaba un rato al revesino. Cuando ya llegaba el momento de irse a su cámara privada dedicaba un rato al rezo, quedando dormido a las once de la noche. Todo esto lo hacía invariablemente cada día. 

    La misma disciplina desarrollaba en sus viajes a lo largo del año. Este rey madrileño y que cambió la imagen de Madrid hasta convertirla en corte europea, le dedicó a su ciudad muy poco tiempo. La necesidad de aislarse de la corte y sus intrigas y la querencia por la caza suscitaba en Carlos III la necesidad de acercarse a lugares con campo abierto, por lo que, mirado con reflexión, sería en la corte madrileña donde menos meses viviera. 

    Cada año empezaba, don Carlos, una actividad viajera envidiable. El día siguiente a Reyes, el día 7 de enero, viajaba a El Pardo, permaneciendo allí hasta el Domingo de Ramos. El Miércoles Santo volvía a salir hacia Aranjuez quedando en su palacio hasta junio. Regresaba a Madrid y allí permanecía todo el mes de julio para luego emprender viaje hacia La Granja de San Ildefonso, donde pernoctaba hasta octubre. Acabado este periodo, con alternancias en El Escorial, continuaba sus labores regias en Madrid hasta cumplirse el día de Reyes y vuelta a empezar. 

 


    Para un psicólogo actual sería muy fácil diagnosticar el perfil de este rey minucioso y con obsesividad compulsiva. En sus costumbres diarias era implacable. Tomaba su jícara de chocolate de dos en dos sorbos sin que variara ni una sola vez, nunca pasándose del primer trago de la corona real que aparecía en cada taza o vaso. También daba los mismos golpes sobre el huevo pasado por agua con el fin de descascararlo de igual manera aunque aceptaba de buenos modos la extravagancia de la corte de ser observado mientras esto hacía asumiendo después con gesto bonachón los aplausos de sus súbditos. 

    Don Carlos reflexionaba para sí «¡Con qué poco se conforman!», mostrándose bondadoso y aceptando las modas, que eran sobrias, comparadas con las que impuso su padre con el gran Farinelli. 

    Otra de sus manías era la puntualidad. Si quedaba con sus ministros a las diez, pongamos por caso, y llegaba al despacho cinco minutos antes, quedaba con la mano puesta sobre el manillar de la puerta hasta que los relojes dieran la hora exacta y entonces pasar a despachar los asuntos del día. 

    Era, como es de imaginarse, cuidadoso en elegir a sus hombres de confianza, quedando más complacido si estos ya habían demostrado su fidelidad. Por esta razón se trajo a España a unos cuantos ministros italianos, también arquitectos, que demostraron su buen criterio y obediencia; de entre todos ellos, los más célebres el Marqués de Esquilache y Francesco Sabatini. El primero, aunque le sirvió bien, no supo valorar el carácter español y con sus leyes protectoras y prohibitivas provocó un motín, famoso por iniciarse a raíz del impedimento de vestir capas largas y chambergo. Esta revuelta, que dio en llamarse Motín de Esquilache, reclamó de Carlos III su más tolerante decisión. Los amotinados, llegados al Palacio Real, exigieron al rey una serie de medidas, entre ellas la revocación del edicto de las capas y sombreros, a lo que el monarca, tras reflexionar, convino en aceptar sumisamente. Con su consentimiento, Carlos III, evitaba una revuelta aún mayor y una cruel carnicería. Muy posiblemente fue el único rey hasta nuestra modernidad que se rebajara a aceptar las condiciones de su pueblo. Humillación debió ser, eso no se discute, pero con todo, don Carlos, supo asumirlo y continuar su reinado usando la mano izquierda, a partir de entonces. 

 

 

    El segundo de sus hombres de confianza, Sabatini, arquitecto de los mejores, convirtió a Carlos III en piedra, simbolizándolo para la posteridad en magníficos monumentos, hoy vinculados a la ciudad de Madrid. La actual Puerta de Alcalá será el ejemplo más destacado de obra ilustrada, sin olvidarnos todas aquellas instituciones que impulsó el propio monarca para modernizar Madrid: El Real Gabinete de Historia Natural (germen, entre otros museos, de lo que sería El Museo del Prado), El Real Observatorio, las Sociedades de Amigos del País, el Real Jardín Botánico…Se podría decir que Madrid fue tomada por Carlos III y le dio la vuelta como un calcetín, de ciudad del «agua va» pasó a ser una de las más avanzadas de su época tras alcantarillarse, iluminarse y decorarse. 

    Carlos III fue un hombre de única política y única religión, como él decía, pero también de una única esposa. Muy al contrario de lo que exigían las costumbres reales del momento, se debió a una sola mujer y cuando esta murió se negó a casarse. 

    María Amalia de Sajonia fue un impedimento al que se consagró con sumisión, como todo lo que hacía el joven Carlos. Sabiéndose a punto de entregarse al matrimonio se atreve a decir a sus padres: «Pongan cuidado al elegir, no vayan a labrar mi desventura». Los reyes, sin embargo, eligieron bien. Una niña de trece primaveras que firmaba en las cartas como Amalie y que sería, a lo largo de tantos años, su amada esposa. Cuando se casaron, Carlos tenía 21 años, la diferencia de edad era considerable pero sabemos por las cartas que no fue impedimento en la noche de bodas, manifestando el joven rey a su querida madre Isabel de Farnesio, que lo llegaron a hacer hasta dos veces. Desvelar dato tan íntimo solo puede indicarnos la confianza y la fe ciega que tenía por su madre. 

    Con todo, la niña Amalie, resultó más robusta que su marido. Ya al conocerse se comentaba la estatura de ella, sobrepasando a la don Carlos en unos cuantos centímetros. Muy pronto vinieron los primeros partos, algunos malogrados como era frecuente, pero llegó a tener hasta trece hijos vivos que le dejaron sin dentadura y agriaron su carácter. Con ella lo compartía todo, las cacerías a campo abierto, los cigarros y también el dormitorio. Actividades poco corrientes en los matrimonios de su época. 

    Cuando murió, apenas dos años escasos de la llegada a España, dejó en su fiel esposo un hondo pesar. «Es el primer disgusto que me ha dado en veinte años», aseguró Carlos III. Por mucho que su madre, la Farnesio, le pidió meses después que pensara en volverse a casar, el rey se negó y cumplió su promesa hasta el final de sus días. 

     Carlos III vivió congruente con su pensamiento y decisión política. Como manifestara más de una vez, antepuso ser Carlos a ser rey. 

 

 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Carolina Molina
El artículo fue publicado en el blog Cita en la glorieta en 2016 
 
 

26 de octubre de 2020

Lo que Galdós me enseñó de la novela histórica, por Carolina Molina

Si algo se sabe, a ciencia cierta, sobre la novela histórica es que es un género muy controvertido. Ni los que la escribimos sabemos definir qué es. Términos como ficción histórica se superponen a novela histórica o historia novelada y los lectores, la mayoría de las veces, se dan por satisfechos si con su lectura aprenden algo de nuestro pasado sin cuestionarse la calidad literaria. Esto explica que la novela histórica tenga más de historia que de literatura.

Con la celebración del centenario galdosiano hemos recordado que el género histórico ya existía en el s. XIX. Don Benito lo manejó con excelencia y hay quien lo ha denominado el padre de la novela histórica apreciando la fidelidad con que se escribieron los Episodios Nacionales que le hicieron mundialmente famoso.

Y sí, desde mi punto de vista, Benito Pérez Galdós es el primero en escribir novela histórica de la manera en que hoy se escribe y se comprende. Pude comprobarlo en el proceso documental de mi novela Los ojos de Galdós y posteriormente con las anécdotas que tras su publicación me sucedieron. De estas reflexiones, descubrimientos y decepciones, pretendo completar este artículo analizando lo que he aprendido gracias a Galdós y su legado.

 



Pero ¿Qué es novela histórica? 

    Esta es la gran pregunta. De todas las definiciones posibles dadas por críticos, ensayistas, filólogos o novelistas, entresaco lo más evidente: debe ser la unión perfecta entre literatura e historia, que es lo mismo que decir, realizar una creación literaria, lo más verosímil posible, de un momento histórico. Esto nos lleva a una recreación, que es la base de la novela histórica, re-crear la Historia, hacer que el lector no sea capaz de diferenciar lo ficticio de lo real pero procurando no faltar a la verdad.

    Ahora bien ¿qué es la verdad? ¿Cuál es la verdadera Historia? Cualquier periodista, y Galdós lo era, sabe que no existe la verdad universal en ningún suceso acaecido. Los testigos son humanos e interpretan, como también interpreta el historiador que consulta los legajos antiguos intentando comprenderlos.
 
    Hay quien dijo que se puede conocer la Historia de España leyendo los Episodios Nacionales de Galdós. Cualquiera que los lea reconoce en ellos una profundidad dramática y un rigor histórico poco frecuentes entre los escritores de su momento. La novela histórica anterior a Pérez Galdós, como la que nos dejó Manuel Fernández y González, era, fundamentalmente, efectista. Buscaba el entretenimiento antes que la veracidad. Galdós tenía muy claro que el proceso documental era primordial (lo era incluso para el resto de sus novelas) y gracias a su capacidad de observación aplicada a su virtuosismo literario consiguió realizar obras maestras del género. 
 
 
¿Inventó Benito Pérez Galdós la fórmula para escribir novela histórica?
 
    Voy paso a paso. En Memorias de un desmemoriado nos cuenta el propio Galdós cómo surgió la idea de escribir “unos episodios nacionales” por entregas, que fueron bautizados por su amigo José Luis de Albareda. El primero de ellos, como es bien sabido, fue Trafalgar y él mismo revela que buscó a un viejo grumete del navío Santísima Trinidad para interrogarlo como fuente documental. No es necesario leer biografías de Galdós para saber que tomaría notas, cualquier escritor lo hace, que preguntaría los detalles más sabrosos de la mítica batalla, pero sí sabemos que se empapó mucho de los términos marineros que le interesaban especialmente y que consultaría algún diario, lo que es básico para un periodista de investigación.
 
    Las biografías cuentan que de niño, Benitín, oía contar en su casa historias a su padre y a su tío, del tiempo de Napoleón, cuando los franceses invadieron España, de la misma manera que cualquiera de nosotros recuerda haber oído a los abuelos contar sus historias de la Guerra Civil. Todo eso es material imperecedero para un novelista histórico. El novelista de ficción histórica está más alerta, intenta empaparse de todo lo que le dicen y esto, en la imaginación de un niño, es gloria bendita.
Galdós no tomaría notas en una tablet pero sacaría un cuadernillo y apuntaría. Y al llegar a su casa, no encendería el ordenador pero consultaría libros, enviaría cartas en vez de emails para resolver sus dudas y finalmente haría una estructura histórica antes de elaborar la trama en donde elegiría al narrador, es decir, su Gabriel Araceli. También cuenta Galdós cómo se acercó a su admirado Mesonero Romanos, que le corrigió, incluso, algunos detalles de sus historias ampliándolas, como corresponde a un maestro y amigo.
 
Todo esto lo hacemos los novelistas actuales. Tal es así que hablando entre nosotros (los escritores) nos vemos realizando las mismas excentricidades: escribirnos para recordar una idea, enviar copias de seguridad de nuestras novelas a varios correos simultáneamente o realizar la consabida estructura histórica de la cual guiarnos sin caer en el anacronismo. Percibo que Galdós también usaba tales recursos adaptados a su época. De su forma de trabajar tenemos unas agradables pinceladas en la biografía de Eduardo Valero Benito Pérez Galdós, la figura del realismo español en donde se desvela que “si su obra es dramática orienta el papel en sentido vertical, con escritura clara en pulcros renglones. Si es novela, va en horizontal”, técnicas que cada escritor utiliza para mejorar su rendimiento.
Es normal pensar que tuviera sus manías, sus costumbres, su método, como cualquier novelista del s. XXI lo cual me hace pensar que el paralelismo a la hora de documentarnos es algo intuitivo. No podemos saber cómo escribía realmente Galdós pero sí acercarnos a imaginarlo, por pura lógica.
Teniendo esto en cuenta, si no hay innovación en sus costumbres de investigador ¿por qué mantengo que es el padre de la novela histórica actual?
Porque en lo que innova es en la técnica literaria que usa. No le basta con describir la historia que académicamente se conoce, ofrece paralelismos con la historia que cuenta respecto a la actual, aprovechando sus lecturas dickensianas y cervantinas, y las hace propias.
Esto no es plagiar. Cualquier escritor tritura, deglute las lecturas que más le han gustado y las digiere para alimentarse de ellas, hacerlas propias y convertirlas en algo novedoso.
 
    Si Galdós se muestra intuitivo en la parte histórica (documentándose como haríamos cualquiera de nosotros impelido por su formación periodística) es en la parte literaria donde innova creando la novela histórica actual. Imbrica creación literaria con veracidad histórica por primera vez. Dota a sus personajes ficticios de áurea real para explicar situaciones históricas y convierte la trama central de la novela en dos caminos paralelos: hecho histórico, hecho literario. Por eso los narradores de los Episodios Nacionales son tan importantes. Gabriel Araceli nos atrae tanto como Napoleón, quizás mucho más, porque es como nosotros.
 
    Galdós nos enseñó que hay que saber escribir literatura para escribir novela histórica, preparar tanto la parte creativa como la documental. Esta es la herencia galdosiana a la novela histórica actual. 
 
 
Galdós demostró que la novela histórica no es un género en el que podamos encasillarnos. 
 
    El género histórico es un género libre, diferente a los demás, tanto como el romántico o el género negro se diferencia de los otros.
Con todo, lo bueno de la novela histórica es que es ecléctica, en su interior, pueden incluirse subtramas románticas, policíacas o incluso (algo muy actual) leyendas que poco tienen de realidad pero explican la importancia de las costumbres, usos y maneras que en definitiva conforman la Historia de los pueblos.
La novela histórica puede, por lo tanto, tener narradores de todo tipo, reales o ficticios, tratar un hecho real o inventado, pero siempre sujeta a unas pequeñas normas, que son las de la verosimilitud y la recreación.
Esto implica que se narre lo que se narre o se cuente como se cuente, siempre hay que tener un conocimiento previo del ámbito histórico o por el contrario recurrir a la documentación.
José María Merino, en su artículo Novela e historia, nos propone buscar cuatro características básicas en una novela de género histórico: la existencia de un espacio físico o escenario (las ciudades, las calles…), el espacio temporal (en donde transcurren los personajes con verdad humana), el espacio de las conductas que nos permitirá dar rienda suelta a la recreación histórica y por último, el lenguaje, al que habrá que cuidar especialmente, para no ser anacrónico.
 
Estos cuatro puntos los encontramos en todos los Episodios Nacionales. Las ciudades, sus calles y casas son personajes fundamentales de la historia de España pues en ellas transcurren las batallas, las guerras y las revoluciones. Muchos de los episodios que escribió Galdós llevan el título de un lugar. La recreación histórica es otro punto fuerte de don Benito. Creo, sinceramente, que su formación periodística y su gran sagacidad le facilitaron la búsqueda de documentación. Que consiguiera darnos personajes tan trabajados y poliédricos fue fruto de su maestría literaria. Como dijo Rodríguez Batllori es aquí donde hace falta el justo equilibrio entre creación literaria y ensayo, que el autor sepa aplicar en su justa medida la “llama del genio”. Acoplar verdad y ficción de manera que parezca que presenciamos una realidad. Los personajes ayudan a entender la historia porque nos comparamos con ellos. Si son de cartón piedra no nos conmueven y nos desvían del propósito del autor.
 
Los españoles hablamos de Fortunata como si fuera una amiga, alguien que conocimos en otro momento. Conseguir eso es impensable en la actualidad. Ni el más vendido de los novelistas del s. XXI ha llevado un personaje suyo a la altura de Fortunata, de Jacinta o de Tristana.
De los cuatro puntos básicos que Merino identifica en la novela histórica nos queda el último: el lenguaje. El anacronismo es la bestia negra del novelista histórico y con frecuencia se pierde los papeles en los diálogos. ¿Hablaría igual un criado que un señor? ¿Un chamarilero que un duque? ¿Un madrileño que un vasco?...Galdós demostró que todos tenemos nuestro propio acento y fue en este punto donde más se esmeró en identificar la verdadera historia de España, observando las expresiones de la gente, diferenciando sus dialectos respectando su idiosincrasia. 
 
 
¿Existen las biografías imperfectas o podemos fiarnos de cualquiera? 
 
    Ahora bien, el escritor de novela histórica, sea del s. XIX o del XXI siempre depende de otros. De los estudiosos, documentalistas, historiadores y biógrafos que trabajaron el momento histórico que se pretende novelar. De ellos dependemos de tal manera que si ellos yerran nosotros fracasamos.
En la elaboración de Los ojos de Galdós me encontré con un nutrido grupo de galdosistas que habían escrito biografías dedicadas a don Benito, algunas centradas en su vida, otras en las ciudades en las que vivió, otras reflexionando sobre su narrativa. Como es lógico, las que más me interesaron fueron las centradas en su vida, como la mítica de Ortiz Armengol, que en su cronología, no exenta de caos, nos propone el clásico argumento de la niñez a la muerte.
 
    Durante algún tiempo acudí a mis propias fuentes (hecho que me llevó a conocer a Eduardo Valero y fruto de este encuentro fue la creación de las Jornadas Madrileñas de Novela Histórica) y traté de localizar a la familia de Galdós para resolver dudas, pero fallé en mi cometido. El destino hizo que en la presentación de Los ojos de Galdós conociera a Luis Verde, bisnieto de Benito Pérez Galdós y charlamos sobre la verdad y la mentira que ha trascendido a nosotros sobre la figura de don Benito. Estas conversaciones fueron tan reveladoras para mí que han cambiado mi concepto de documentación.
 
    Recientemente Germán Gullón y Eduardo Valero (entre otros) han matizado, desmitificado y reivindicado aspectos de Galdós que hasta ahora nos parecían parte indivisible de su personalidad. A lo largo de estos años he consultado biografías, videos, artículos y asistido a conferencias y con frecuencia se vuelve a los lugares comunes: Galdós “el garbancero”, el enamorado de su prima Sisita, el mujeriego, el despilfarrador, el anticlerical y el socialista. Esta imagen incorrecta y sesgada por intereses ideológicos o por simple incompetencia hace mucho daño al biografiado, a su familia (pues no es un personaje sino un ser humano) y en consecuencia a todo lector o persona que recurre a la biografía fiándose de su seriedad.
 
    No entraré en detalles sobre estos puntos, pues para eso están los investigadores de su vida pero habiendo comprendido que "el hombre" que fue Galdós, una vez fallecido, ha quedado en manos de personas que o no le conocieron o lo hicieron muy ligeramente, me resulta incomprensible que muchos de sus biógrafos hayan cometido el error máximo de un documentalista: el de no acudir a la fuente principal que aún está viva, que es su familia.
 
    Es así como me encontré con que las biografías no son siempre fiables. Al menos no todo lo que dicen en ellas. Este descubrimiento me causó un enorme desasosiego. Los novelistas, que no solemos ser historiadores, tenemos siempre una gran inseguridad en la recreación del pasado. Si las fuentes en las que nos apoyamos no son fiables ¿Qué nos queda? ¿Escudarnos tras la licencia literaria? 
 
    Está claro que como lectores debemos ser más críticos y cuestionar todo lo que leemos, sea novela o historia. Galdós lo tuvo claro. Dijo en su ingreso en la Real Academia: “Imagen de la vida es la Novela” pero ¿cómo hacer para fusionar lo mejor posible esa vida y esa novela? 
 
    En la reciente biografía de Germán Gullón encontré unas palabras de Mesonero Romanos dirigidas a Galdós haciendo referencia a los Episodios Nacionales
«Con todos ellos (los Episodios) se ha colocado usted a una altura superior como filósofo, como creador de caracteres admirables, como dramático —novelista y como narrador sencillo, discreto y halagüeño. Sobre todo, es sorprendente, y más para mí que para ningún otro, la intuición con que se apodera de la épocas, escenas y personajes que no ha conocido y que, sin embargo, fotografía con una verdad precursora. Ya dije a usted en otra ocasión que en tal concepto no tiene rival y que sus novelas tienen más vida y enseñanza ejemplar que muchas historias».
 
    Si lo dice Mesonero Romanos poco nos queda por hacer a los demás que escribimos, solo admirar las novelas de Galdós y aprender de él. 
 
 
Carolina Molina
 

 
 

5 de noviembre de 2018

Tercera edición de las Jornadas Madrileñas de Novela Histórica

Benito Pérez Galdós, Carmen Posadas, la censura y hoteles legendarios se dan cita en las III Jornadas Madrileñas de Novela Histórica. 






Las III Jornadas Madrileñas de Novela Histórica llegan a la Biblioteca Regional Joaquín Leguina este mes de noviembre. Los días 21, 22 y 23 de dicho mes, autores como Carmen Posadas, Nerea Riesco, Olalla García, Víctor Fernández Correas y Carolina Molina recorrerán la historia de la capital a través de sus ficciones. 

Las primeras jornadas de novela histórica dedicadas a la ficción ambientadas en Madrid cambian en su tercera edición de sede. La Biblioteca Regional de la Comunidad de Madrid Joaquín Leguina (C/ Ramírez de Prado, 3. Madrid) acogerá las tardes de los días 21, 22 y 23 de noviembre este evento que, este año, lleva como lema “Madrid, vidas y letras”. La principal biblioteca pública de la región se convierte así en sede y principal impulsor de este evento. 

Estas jornadas, organizadas por la Asociación Verdeviento, mezclan desde hace ya tres años novela histórica e historia de la ciudad en un intento de ofrecer un “cóctel muy castizo donde emocionarse y aprender divirtiéndose”, en palabras de sus organizadores. En anteriores ediciones pasaron por esta cita autores como Juan Eslava Galán, Javier Olivares, Antonio Gómez Rufo o Toti Martínez de Lezea, entre otros. 

La apertura de estas jornadas correrá a cargo del investigador y cronista de la historia madrileña Eduardo Valero, que realizará un homenaje a Benito Pérez Galdós, al cumplirse el 175 aniversario de su nacimiento. Esa misma tarde, la escritora y directora de estas jornadas, Carolina Molina, conversará con Carmen Posadas sobre el Madrid que aparece reflejado en su obra literaria, incluyendo la última ‘La maestra de títeres’. 

El jueves 22, Nerea Riesco, con motivo de su última novela ‘Los lunes en el Ritz’, llevará al público la mesa de “Hoteles por Madrid”. Y Olalla García y Víctor Fernández Correas nos trasladarán, en una mesa redonda titulada “Libertad y censura en Madrid”, a dos momentos históricos con grandes tensiones en torno a la libertad de expresión en la capital: el de Felipe II y los libros prohibidos y el Madrid franquista de los años 50, que han retratado en sus respectivas novelas ‘El taller de libros prohibidos’ y ‘Se llamaba Manuel’. 

El viernes 23, Carolina Molina, viajará a la España de finales del siglo XIX a través de su reciente novela ‘El último romántico’ y, de nuevo Eduardo Valero, en el cierre de las jornadas, y aprovechando las cercanías de las fiestas, se adentrará en la historia de la Navidad en Madrid repasando costumbres y anécdotas. El acto contará con el broche de oro de la actuación del Grupo Coral Alanui, que interpretará villancicos típicos de la ciudad. 



La Asociación Verdeviento es una asociación cultural destinada a la promoción literaria y a la creación de eventos compuesta por un grupo de escritores y divulgadores residentes en Madrid. Sus miembros son Carolina Molina, Eduardo Valero, Olalla García, Víctor Fernández Correas y David Yagüe.



1 de abril de 2017

Mesa 2: Recuerdos de Madrid, con María Pilar Queralt del Hierro

El sábado 22 de abril, a las 13:00 horas, la segunda mesa de las Jornadas Madrileñas de Novela Histórica contará con la participación de la historiadora y escritora María Pilar Queralt del Hierro, quien hablará de su último libro "Tal como éramos", excelente compendio de costumbres, anécdotas y curiosidades asociadas a "las niñas que fuimos y... las mujeres que somos".

"Así, juegos de café, baterías de cocina, neveras, escobas...o cocinas de juguete llenaron los cuartos de juegos infantiles y configuraron una réplica en miniatura del mundo en el que se desenvolvían sus madres. Como ellas, muchas niñas hacían de su cocinita y de sus muñecas un universo íntimo y privado en el que reinaban de forma absoluta."
Queralt del Hierro, 2017 [1]


MESA 2
Recuerdos de Madrid
La figura de la mujer desde la niñez hasta la edad madura en un recorrido histórico y anecdótico de la mano de María Pilar Queralt del Hierro. Apasionante paseo por la segunda mitad del siglo XX y los cambios que afectaron a la sociedad.

Crónicas
Eduardo Valero García, autor/editor de Historia Urbana de Madrid
Vídeo: “Costumbres madrileñas de antaño”. Disertación sobre las costumbres pintorescas y curiosas de los madrileños de antaño (Siglos XIX y XX).

Modera
Carolina Molina. (http://carolinamolina.blogspot.com.es/)





María Pilar Queralt del Hierro
Historiadora y escritora, ha publicado indistintamente narrativa y ensayo centrándose, por lo general, en el estudio de la figura femenina a través de la historia.
Colaboradora habitual de la revista Historia y vida y de otros medios de comunicación, se inició en el ámbito de la novela histórica en 2001 con Los espejos de Fernando VII a la que siguieron, entre otras, Inés de Castro, De Alfonso, la dulcísima esposa y Las damas del rey.
Entre sus ensayos biográficos cabe destacar Madres e hijas en la historia, Isabel de Castilla, Reinas en la sombra o Los caballeros de la reina. En 2012, su obra Las mujeres de Felipe II fue galardonada con el IX Premio Algaba de Biografía e Investigaciones Históricas. Recientemente ha publicado Tal como éramos: las niñas que fuimos y las mujeres que somos , un recorrido amable y distendido sobre la evolución de las españolas nacidas en los años cincuenta y sesenta del siglo XX.



Sábado 22 de abril, 2017
13:00 h
Lugar:
Casa del Lector
Matadero Madrid
Paseo de la Chopera, 14
28045 - Madrid
[Cómo llegar]



PATROCINADORES



Bibliografía

[1] QUERALT DEL HIERRO, María Pilar, 2016. Tal como éramos Las niñas que fuimos y... las mujeres que somos. Madrid, Editorial EDAF, S.L.U. ISBN.: 978-84-414-3691-6


26 de marzo de 2017

Carlos III inaugura las Segundas Jornadas Madrileñas de Novela Histórica. Madrid, 2017

El viernes 21 de abril de 2017, a las 18:00 horas, se inauguran las Jornadas Madrileñas de Novela Histórica en ésta, su segunda edición. Carlos III, a través de la novela "Carolus", de Carolina Molina, será el único y principal protagonista.
"Carlos III era un hombre concienzudo, tan reflexivo en las cosas que se pasaba la mayor parte del día pensando y el resto haciendo. Por eso gustaba de cazar, que según decía era el momento en que ponía en orden su raciocinio, lejos del mundanal ruido y de sus consejeros que a veces lo aturullaban.
Gustaba de tener todo en su sitio, ordenado y dispuesto para ser empleado. Todo ello explicaba que una de sus palabras preferidas fuera «economía», pues economizando el tiempo se conseguía, sobre todo, tiempo para reflexionar."
Carolina Molina en "Carolus"


MESA INAUGURAL
Carlos III y la construcción del nuevo Madrid
Presentación del último libro de Carolina Molina, “Carolus” (Ediciones B), novela que recrea los cambios experimentados en la ciudad de Madrid con la llegada de Carlos III en donde confluyen varios personajes y sus enredos idílicos.

Crónicas
Eduardo Valero García, autor/editor de Historia Urbana de Madrid
Vídeo: “El Madrid de Carlos III. Cronología histórica”.
Disertación sobre los cambios urbanísticos de Madrid y las costumbres del pueblo madrileño durante el reinado de Carlos III.

Participación
Agrupación de madrileños "Los Castizos".
Explicación y descripción del traje goyesco.

Modera
Olalla García (http://www.olallagarcia.com/)





Carolina Molina (Madrid) es licenciada en Periodismo por la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid.
Ha colaborado en diversos medios, prensa escrita y digital en Granada y Madrid.
Ha coordinado varios libros de cuentos, el especial Los que cuentan (Granada, 2011), Cuentos engranados junto a Jesús Cano (Granada, Editorial Transbooks, 2013) y participado en varias antologías, la más reciente Retales del pasado (Madrid, Ed. Pamies, 2015) y Dolor tan fiero (Granada, Port Royal, 2015).
Su último trabajo es la coordinación junto a la escritora Ana Morilla de la antología Cervantes tiene quien le escriba para conmemorar el centenario cervantino.
Es autora de siete novelas históricas: La luna sobre la Sabika (Madrid, Entrelíneas Editores, 2003/Granada, Zumaya, 2010), Mayrit entre dos murallas (Madrid, Entrelíneas Editores, 2004), Sueños del Albayzin (Barcelona, Roca Editorial, 2006), Guardianes de la Alhambra (Barcelona, Roca Editorial, 2010), Noches en Bib-Rambla (Barcelona, Roca Editorial, 2012), Iliberri (Granada, Editorial Diacash, 2013) y El falsificador de la alcazaba (Granada, Editorial Nazarí, 2014).
Su última novela es Carolus (Ediciones B, 2017) una novela histórica desenfadada, con escenarios en Madrid y Granada y que recupera la figura de Carlos III como monarca y hombre ilustrado.
Es la codirectora de las Jornadas de Novela Histórica de Granada y directora de las Jornadas Madrileñas de Novela Histórica.





Los Castizos es una agrupación que, desde julio de 1984, se reúnen para tratar de cubrir con esfuerzo y dedicación una de las carencias que Madrid ha tenido y que continua teniendo; la conservación y el fomento de los rasgos distintivos de la ciudad con carácter propio.
Cuenta con numerosos socios de honor (políticos, escritores, artistas…), que han destacado por la promoción y defensa de Madrid y sus señas de identidad.
Los castizos acercan a la historia, costumbres y fiestas de Madrid realizando distintas actividades. Han colaborado en la recuperación de las madrileñas Romerías de San Blas, San Eugenio y en la tradición de Los Mayos de Madrid, Homenaje a La Chata, elección de la Maja de Madrid, día de la Comunidad de Madrid, recorrido histórico del 2 de Mayo de 1808, siempre ataviados con trajes castizos, goyescos o trajes de castellanos romeros.


Viernes 21 de abril, 2017
18:00 h
Lugar:
Casa del Lector
Matadero Madrid
Paseo de la Chopera, 14
28045 - Madrid
[Cómo llegar]



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9 de febrero de 2017

Autores participantes en la segunda mesa: Haciendo una ciudad

Ramón Muñoz (Madrid, 1971) Es Ingeniero Técnico de Obras Públicas y Técnico Superior en Prevención de Riesgos Laborales, campo en el que continúa trabajando a día de hoy. Respecto a su actividad como escritor, hasta la fecha ha publicado, entre otros, los siguientes libros: D de destructor y otros relatos (2014), El brillo de las lanzas (2013), La tierra dividida (2012), estas dos últimas con la editorial madrileña Pamies. Su último trabajo es El señor de Madrid, que narra un hecho verídico cuando la villa de Madrid fue entregada en pleno s XIV, como regalo a un monarca extranjero.





Antonio Gómez Rufo (Madrid, 1954). Es licenciado en derecho por la Universidad Complutense de Madrid. Ejerció la abogacía durante un tiempo y fue asesor en asuntos culturales del grupo parlamentario del Partido Socialista Popular y asesor del gabinete técnico de la Dirección General de Cinematografía entre 1979 y 1983.
En 1983 dirigió el Aula de Cultura del Ayuntamiento de Madrid y en 1984 pasó a dirigir el Centro Cultural de la Villa de Madrid (hoy Teatro Fernán Gómez) hasta el año 1987. 
Desde 1987 hasta la actualidad colabora con relatos y artículos en distintos medios escritos tales como “El Independiente”, “El Sol”, “El País” o "El Mundo" . 
Ha recibido varios premios, entre ellos, el Fernando Lara de Novela 2005 por "El secreto del rey cautivo", el Premio Valencia de Novela Negra, de la Institució Alfons el Magnànim, 2015, por la novela "Nunca te fíes de un policía que suda". Asimismo fue Vicepresidente de la Asociación Colegial de Escritores de España (ACE), y es miembro del Consejo de Cultura de la Comunidad de Madrid y Caballero de la Orden Literaria Francisco de Quevedo. 
Ha escrito obras de teatro, biografías, relatos cortos, artículos de prensa y novelas. Escribió junto a Luis García Berlanga el guion de la película “París-Tombuctú” y también el guion de la serie de televisión “Blasco Ibáñez, la novela de su vida”, también dirigida por Luis García Berlanga. Entre sus muchos libros destacamos: El secreto del rey cautivo (2005), El señor de Cheshire (2006), Balada triste en Madrid (2006) o La Camarera de Bach (2014). Sus obras han sido traducidas al alemán, holandés, portugués, francés, ruso, griego, rumano, polaco y búlgaro. 





Carolina Molina (Madrid) es licenciada en Periodismo por la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid. Ha colaborado en diversos medios, prensa escrita y digital, en Granada y Madrid. Ha coordinado varios libros de cuentos, el especial Los que cuentan (Granada, 2011), Cuentos engranados junto a Jesús Cano (Granada, Editorial Transbooks, 2013) y participado en varias antologías, la más reciente Retales del pasado (Madrid, Ed. Pamies, 2015) y Dolor tan fiero (Granada, Port Royal, 2015). 
Es autora de siete novelas históricas: La luna sobre la Sabika (Madrid, Entrelíneas Editores, 2003/Granada, Zumaya, 2010), Mayrit entre dos murallas (Madrid, Entrelíneas Editores, 2004), Sueños del Albayzin (Barcelona, Roca Editorial, 2006), Guardianes de la Alhambra (Barcelona, Roca Editorial, 2010), Noches en Bib-Rambla (Barcelona, Roca Editorial, 2012), Iliberri (Granada, Editorial Diacash, 2013) y El falsificador de la alcazaba (Granada, Editorial Nazarí, 2014). 
Su último trabajo es la coordinación junto a la escritora Ana Morilla de la antología Cervantes tiene quien le escriba para conmemorar el centenario cervantino. 
Su última publicación es Madrid, entre dos murallas (Ediciones Áltera), novela revisada y ampliada de su antigua Mayrit. 
Desde 2013 coordina las Jornadas de Novela Histórica de Granada y en la actualidad es la directora y coordinadora de las Jornadas Madrileñas de Novela Histórica.