26 de octubre de 2020

Lo que Galdós me enseñó de la novela histórica, por Carolina Molina

Si algo se sabe, a ciencia cierta, sobre la novela histórica es que es un género muy controvertido. Ni los que la escribimos sabemos definir qué es. Términos como ficción histórica se superponen a novela histórica o historia novelada y los lectores, la mayoría de las veces, se dan por satisfechos si con su lectura aprenden algo de nuestro pasado sin cuestionarse la calidad literaria. Esto explica que la novela histórica tenga más de historia que de literatura.

Con la celebración del centenario galdosiano hemos recordado que el género histórico ya existía en el s. XIX. Don Benito lo manejó con excelencia y hay quien lo ha denominado el padre de la novela histórica apreciando la fidelidad con que se escribieron los Episodios Nacionales que le hicieron mundialmente famoso.

Y sí, desde mi punto de vista, Benito Pérez Galdós es el primero en escribir novela histórica de la manera en que hoy se escribe y se comprende. Pude comprobarlo en el proceso documental de mi novela Los ojos de Galdós y posteriormente con las anécdotas que tras su publicación me sucedieron. De estas reflexiones, descubrimientos y decepciones, pretendo completar este artículo analizando lo que he aprendido gracias a Galdós y su legado.

 



Pero ¿Qué es novela histórica? 

    Esta es la gran pregunta. De todas las definiciones posibles dadas por críticos, ensayistas, filólogos o novelistas, entresaco lo más evidente: debe ser la unión perfecta entre literatura e historia, que es lo mismo que decir, realizar una creación literaria, lo más verosímil posible, de un momento histórico. Esto nos lleva a una recreación, que es la base de la novela histórica, re-crear la Historia, hacer que el lector no sea capaz de diferenciar lo ficticio de lo real pero procurando no faltar a la verdad.

    Ahora bien ¿qué es la verdad? ¿Cuál es la verdadera Historia? Cualquier periodista, y Galdós lo era, sabe que no existe la verdad universal en ningún suceso acaecido. Los testigos son humanos e interpretan, como también interpreta el historiador que consulta los legajos antiguos intentando comprenderlos.
 
    Hay quien dijo que se puede conocer la Historia de España leyendo los Episodios Nacionales de Galdós. Cualquiera que los lea reconoce en ellos una profundidad dramática y un rigor histórico poco frecuentes entre los escritores de su momento. La novela histórica anterior a Pérez Galdós, como la que nos dejó Manuel Fernández y González, era, fundamentalmente, efectista. Buscaba el entretenimiento antes que la veracidad. Galdós tenía muy claro que el proceso documental era primordial (lo era incluso para el resto de sus novelas) y gracias a su capacidad de observación aplicada a su virtuosismo literario consiguió realizar obras maestras del género. 
 
 
¿Inventó Benito Pérez Galdós la fórmula para escribir novela histórica?
 
    Voy paso a paso. En Memorias de un desmemoriado nos cuenta el propio Galdós cómo surgió la idea de escribir “unos episodios nacionales” por entregas, que fueron bautizados por su amigo José Luis de Albareda. El primero de ellos, como es bien sabido, fue Trafalgar y él mismo revela que buscó a un viejo grumete del navío Santísima Trinidad para interrogarlo como fuente documental. No es necesario leer biografías de Galdós para saber que tomaría notas, cualquier escritor lo hace, que preguntaría los detalles más sabrosos de la mítica batalla, pero sí sabemos que se empapó mucho de los términos marineros que le interesaban especialmente y que consultaría algún diario, lo que es básico para un periodista de investigación.
 
    Las biografías cuentan que de niño, Benitín, oía contar en su casa historias a su padre y a su tío, del tiempo de Napoleón, cuando los franceses invadieron España, de la misma manera que cualquiera de nosotros recuerda haber oído a los abuelos contar sus historias de la Guerra Civil. Todo eso es material imperecedero para un novelista histórico. El novelista de ficción histórica está más alerta, intenta empaparse de todo lo que le dicen y esto, en la imaginación de un niño, es gloria bendita.
Galdós no tomaría notas en una tablet pero sacaría un cuadernillo y apuntaría. Y al llegar a su casa, no encendería el ordenador pero consultaría libros, enviaría cartas en vez de emails para resolver sus dudas y finalmente haría una estructura histórica antes de elaborar la trama en donde elegiría al narrador, es decir, su Gabriel Araceli. También cuenta Galdós cómo se acercó a su admirado Mesonero Romanos, que le corrigió, incluso, algunos detalles de sus historias ampliándolas, como corresponde a un maestro y amigo.
 
Todo esto lo hacemos los novelistas actuales. Tal es así que hablando entre nosotros (los escritores) nos vemos realizando las mismas excentricidades: escribirnos para recordar una idea, enviar copias de seguridad de nuestras novelas a varios correos simultáneamente o realizar la consabida estructura histórica de la cual guiarnos sin caer en el anacronismo. Percibo que Galdós también usaba tales recursos adaptados a su época. De su forma de trabajar tenemos unas agradables pinceladas en la biografía de Eduardo Valero Benito Pérez Galdós, la figura del realismo español en donde se desvela que “si su obra es dramática orienta el papel en sentido vertical, con escritura clara en pulcros renglones. Si es novela, va en horizontal”, técnicas que cada escritor utiliza para mejorar su rendimiento.
Es normal pensar que tuviera sus manías, sus costumbres, su método, como cualquier novelista del s. XXI lo cual me hace pensar que el paralelismo a la hora de documentarnos es algo intuitivo. No podemos saber cómo escribía realmente Galdós pero sí acercarnos a imaginarlo, por pura lógica.
Teniendo esto en cuenta, si no hay innovación en sus costumbres de investigador ¿por qué mantengo que es el padre de la novela histórica actual?
Porque en lo que innova es en la técnica literaria que usa. No le basta con describir la historia que académicamente se conoce, ofrece paralelismos con la historia que cuenta respecto a la actual, aprovechando sus lecturas dickensianas y cervantinas, y las hace propias.
Esto no es plagiar. Cualquier escritor tritura, deglute las lecturas que más le han gustado y las digiere para alimentarse de ellas, hacerlas propias y convertirlas en algo novedoso.
 
    Si Galdós se muestra intuitivo en la parte histórica (documentándose como haríamos cualquiera de nosotros impelido por su formación periodística) es en la parte literaria donde innova creando la novela histórica actual. Imbrica creación literaria con veracidad histórica por primera vez. Dota a sus personajes ficticios de áurea real para explicar situaciones históricas y convierte la trama central de la novela en dos caminos paralelos: hecho histórico, hecho literario. Por eso los narradores de los Episodios Nacionales son tan importantes. Gabriel Araceli nos atrae tanto como Napoleón, quizás mucho más, porque es como nosotros.
 
    Galdós nos enseñó que hay que saber escribir literatura para escribir novela histórica, preparar tanto la parte creativa como la documental. Esta es la herencia galdosiana a la novela histórica actual. 
 
 
Galdós demostró que la novela histórica no es un género en el que podamos encasillarnos. 
 
    El género histórico es un género libre, diferente a los demás, tanto como el romántico o el género negro se diferencia de los otros.
Con todo, lo bueno de la novela histórica es que es ecléctica, en su interior, pueden incluirse subtramas románticas, policíacas o incluso (algo muy actual) leyendas que poco tienen de realidad pero explican la importancia de las costumbres, usos y maneras que en definitiva conforman la Historia de los pueblos.
La novela histórica puede, por lo tanto, tener narradores de todo tipo, reales o ficticios, tratar un hecho real o inventado, pero siempre sujeta a unas pequeñas normas, que son las de la verosimilitud y la recreación.
Esto implica que se narre lo que se narre o se cuente como se cuente, siempre hay que tener un conocimiento previo del ámbito histórico o por el contrario recurrir a la documentación.
José María Merino, en su artículo Novela e historia, nos propone buscar cuatro características básicas en una novela de género histórico: la existencia de un espacio físico o escenario (las ciudades, las calles…), el espacio temporal (en donde transcurren los personajes con verdad humana), el espacio de las conductas que nos permitirá dar rienda suelta a la recreación histórica y por último, el lenguaje, al que habrá que cuidar especialmente, para no ser anacrónico.
 
Estos cuatro puntos los encontramos en todos los Episodios Nacionales. Las ciudades, sus calles y casas son personajes fundamentales de la historia de España pues en ellas transcurren las batallas, las guerras y las revoluciones. Muchos de los episodios que escribió Galdós llevan el título de un lugar. La recreación histórica es otro punto fuerte de don Benito. Creo, sinceramente, que su formación periodística y su gran sagacidad le facilitaron la búsqueda de documentación. Que consiguiera darnos personajes tan trabajados y poliédricos fue fruto de su maestría literaria. Como dijo Rodríguez Batllori es aquí donde hace falta el justo equilibrio entre creación literaria y ensayo, que el autor sepa aplicar en su justa medida la “llama del genio”. Acoplar verdad y ficción de manera que parezca que presenciamos una realidad. Los personajes ayudan a entender la historia porque nos comparamos con ellos. Si son de cartón piedra no nos conmueven y nos desvían del propósito del autor.
 
Los españoles hablamos de Fortunata como si fuera una amiga, alguien que conocimos en otro momento. Conseguir eso es impensable en la actualidad. Ni el más vendido de los novelistas del s. XXI ha llevado un personaje suyo a la altura de Fortunata, de Jacinta o de Tristana.
De los cuatro puntos básicos que Merino identifica en la novela histórica nos queda el último: el lenguaje. El anacronismo es la bestia negra del novelista histórico y con frecuencia se pierde los papeles en los diálogos. ¿Hablaría igual un criado que un señor? ¿Un chamarilero que un duque? ¿Un madrileño que un vasco?...Galdós demostró que todos tenemos nuestro propio acento y fue en este punto donde más se esmeró en identificar la verdadera historia de España, observando las expresiones de la gente, diferenciando sus dialectos respectando su idiosincrasia. 
 
 
¿Existen las biografías imperfectas o podemos fiarnos de cualquiera? 
 
    Ahora bien, el escritor de novela histórica, sea del s. XIX o del XXI siempre depende de otros. De los estudiosos, documentalistas, historiadores y biógrafos que trabajaron el momento histórico que se pretende novelar. De ellos dependemos de tal manera que si ellos yerran nosotros fracasamos.
En la elaboración de Los ojos de Galdós me encontré con un nutrido grupo de galdosistas que habían escrito biografías dedicadas a don Benito, algunas centradas en su vida, otras en las ciudades en las que vivió, otras reflexionando sobre su narrativa. Como es lógico, las que más me interesaron fueron las centradas en su vida, como la mítica de Ortiz Armengol, que en su cronología, no exenta de caos, nos propone el clásico argumento de la niñez a la muerte.
 
    Durante algún tiempo acudí a mis propias fuentes (hecho que me llevó a conocer a Eduardo Valero y fruto de este encuentro fue la creación de las Jornadas Madrileñas de Novela Histórica) y traté de localizar a la familia de Galdós para resolver dudas, pero fallé en mi cometido. El destino hizo que en la presentación de Los ojos de Galdós conociera a Luis Verde, bisnieto de Benito Pérez Galdós y charlamos sobre la verdad y la mentira que ha trascendido a nosotros sobre la figura de don Benito. Estas conversaciones fueron tan reveladoras para mí que han cambiado mi concepto de documentación.
 
    Recientemente Germán Gullón y Eduardo Valero (entre otros) han matizado, desmitificado y reivindicado aspectos de Galdós que hasta ahora nos parecían parte indivisible de su personalidad. A lo largo de estos años he consultado biografías, videos, artículos y asistido a conferencias y con frecuencia se vuelve a los lugares comunes: Galdós “el garbancero”, el enamorado de su prima Sisita, el mujeriego, el despilfarrador, el anticlerical y el socialista. Esta imagen incorrecta y sesgada por intereses ideológicos o por simple incompetencia hace mucho daño al biografiado, a su familia (pues no es un personaje sino un ser humano) y en consecuencia a todo lector o persona que recurre a la biografía fiándose de su seriedad.
 
    No entraré en detalles sobre estos puntos, pues para eso están los investigadores de su vida pero habiendo comprendido que "el hombre" que fue Galdós, una vez fallecido, ha quedado en manos de personas que o no le conocieron o lo hicieron muy ligeramente, me resulta incomprensible que muchos de sus biógrafos hayan cometido el error máximo de un documentalista: el de no acudir a la fuente principal que aún está viva, que es su familia.
 
    Es así como me encontré con que las biografías no son siempre fiables. Al menos no todo lo que dicen en ellas. Este descubrimiento me causó un enorme desasosiego. Los novelistas, que no solemos ser historiadores, tenemos siempre una gran inseguridad en la recreación del pasado. Si las fuentes en las que nos apoyamos no son fiables ¿Qué nos queda? ¿Escudarnos tras la licencia literaria? 
 
    Está claro que como lectores debemos ser más críticos y cuestionar todo lo que leemos, sea novela o historia. Galdós lo tuvo claro. Dijo en su ingreso en la Real Academia: “Imagen de la vida es la Novela” pero ¿cómo hacer para fusionar lo mejor posible esa vida y esa novela? 
 
    En la reciente biografía de Germán Gullón encontré unas palabras de Mesonero Romanos dirigidas a Galdós haciendo referencia a los Episodios Nacionales
«Con todos ellos (los Episodios) se ha colocado usted a una altura superior como filósofo, como creador de caracteres admirables, como dramático —novelista y como narrador sencillo, discreto y halagüeño. Sobre todo, es sorprendente, y más para mí que para ningún otro, la intuición con que se apodera de la épocas, escenas y personajes que no ha conocido y que, sin embargo, fotografía con una verdad precursora. Ya dije a usted en otra ocasión que en tal concepto no tiene rival y que sus novelas tienen más vida y enseñanza ejemplar que muchas historias».
 
    Si lo dice Mesonero Romanos poco nos queda por hacer a los demás que escribimos, solo admirar las novelas de Galdós y aprender de él. 
 
 
Carolina Molina
 

 
 

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