31 de octubre de 2020

Clausura del Encuentro Galdosiano 2020

 

Con unas palabras de los organizadores del evento quedó clausurado el 30 de octubre de 2020 el Encuentro Galdosiano de homenaje a Galdós en el centenario de su fallecimiento.
 
Como miembros de la Asociación Verdeviento, agradecen la participación de: 
Germán Gullón; Luis Verde Muntan, bisnieto de Galdós; María de los Ángeles Rodríguez Sánchez; Rosa Amor del Olmo; Carlos Mayoral; Marta Cediel García, y Juan Carlos González, de Carpetania Madrid.
 
También agradecen la colaboración de:
Bárbara Ruiz Parra, en representación del Área de Gobierno de Cultura, Turismo y Deporte del Ayuntamiento de Madrid; Dirección de la Biblioteca Regional de Madrid Joaquín Leguina; revista TodoLiteratura y revista Pasar página.

Un agradecimiento especial a todas las personas que han mostrado su interés por la vida y obra de Benito Pérez Galdós a través de las redes sociales y su presencia diaria en este encuentro virtual.


 
 
 
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30 de octubre de 2020

Benito Pérez Galdós no murió pobre

 

    Dicen que Benito Pérez Galdós era un “manirroto”; que dilapidaba fortunas en sus viajes y que mantenía a todas sus amantes. Deducen de todo esto que tuvo “muchos problemas económicos” y, por consiguiente, murió pobre. 

    Sí es cierto que acudió a prestamistas, pero no es menos cierto que los editores abusaron de su honestidad. A lo largo de su vida literaria, Galdós contará con varios editores y libreros cuyas liquidaciones eran, como mínimo, fraudulentas, pero el que quizá le provoque un daño económico mayor sea el editor Miguel H. Cámara, propietario de La Guirnalda. La cesión practicada a Perlado también traerá dificultades económicas, además de las obligaciones adquiridas en préstamos de la sociedad hipotecaria El Hogar Español y del Banco de España. 

    Entre unas cosas y otras, el escritor sumará, en 1914, una deuda de aproximadamente 200 000 pesetas, cantidad que hubiese saldado con el montante del Premio Nobel, nunca otorgado. Tampoco será exitosa la suscripción nacional, por lo que el escritor tendrá que subsistir con los ingresos que recibía. 

    Dicho todo esto, es evidente la merma de ingresos y la necesidad de continuar trabajando, situación que había denunciado el periodista José María Carretero Novillo “El Caballero Audaz” en una entrevista a Galdós en 1914. Sin embargo, debemos prestar atención a las palabras de José Alcain y López de Ontanar, abogado del escritor: 

Desde hace cerca de dos años que me confió la dirección de todos sus asuntos, (…) no ha vuelto a llamar a su puerta ningún acreedor, consiguiendo así el propósito que me impuse de que los años que le resten de vida los pase tranquilos. Los recursos con que cuenta, que no son pocos, se aplican en primer término a satisfacer sus necesidades o atenciones, y el sobrante, al pago proporcional y discreto de sus deudas. En menos de dos años ha pagado más de ochenta mil pesetas, gracias a las consideraciones e importantes descuentos que le han hecho sus acreedores. (…) Se ha conseguido que la Empresa editora de las obras del maestro le dé un mínimo de percepción de 16000 pesetas anuales; se han obtenido también importantes ingresos extraordinarios por la subida del precio de los Episodios y por la venta de las colecciones de la edición ilustrada de estos. (…) Su vejez es tranquila (…) Nada le falta, y le rodea el cariño de los suyos; y si Dios le concede algunos años más de vida, se quedará sin deudas y con un capital muy importante y saneado. 

    

José Alcain y López de Ontanar

    Si a pesar de estas palabras la duda persiste o, lo que es peor, se continúa asegurando que Galdós murió pobre, un documento cedido por su bisnieto, Luis Verde Muntan, nos demuestra lo contrario. Se trata de la testamentaría en la que aparecen cantidades dinerarias que hoy nos parecen ridículas, pero que en aquellos años representaban un capital importante. Sólo los Derechos de autor representaban un total de 65 000 pesetas. 

 

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Del Madrid galdosiano y el Galdós madrileño (Parte II)

 

 

Benito Pérez Galdós se instala en Madrid a finales de septiembre de 1862 y reside en ella hasta su fallecimiento en 1920. Casi cincuenta y ocho años de vida en una ciudad que será testigo de sus éxitos y quedará retratada en muchas de sus novelas y en los Episodios Nacionales.

Santander fue otra de las ciudades en las que el genio creador del escritor producirá otras tantas obras, pero si algo destaca en el Galdós madrileño es su convicción de estrenar todas sus obras de teatro en Madrid.

Galdós viene a estudiar Derecho en la Universidad Central, pero encontrará mayor aprendizaje en las calles, plazas y comercios matritenses. Federico Sainz de Robles decía que al poco de llegar el joven canario a Madrid se había enamorado de ella y al año ya era un madrileño de toda la vida; quizá por eso Galdós aseguró que había nacido en Madrid en 1862.

El Galdós madrileño
Cincuenta y ocho años de vida en Madrid no es poco para considerarle madrileño. Su actividad y compromiso con la ciudad y su pueblo es prueba de ello. Colaborador en varios periódicos; socio del Ateneo de Madrid; miembro de número de la Real Academia Española; presidente de la Sociedad General de Autores; director del Teatro Español; diputado por Madrid en dos ocasiones... 

Un vecino ilustre que tuvo varios domicilios en barrios muy representativos pero en los que nos encontramos escasas placas que lo recuerden, no sólo por su presencia sino también por las obras que nacieron en las casas que habitó. En la siguiente lista ofrecemos toda la información.

1862 - 1863 Calle de las Fuentes, 3 - 2º 
Casa de huéspedes. [Señalizada]. 

Primeros flaneos por la ciudad y estudiante en la Universidad Central, «la Docta». En esos tiempos acude al Ateneo de Madrid de la calle de la Montera y al novísimo Teatro Real. 

1863 - 1871 Calle del Olivo, 9 - 2º - (actual calle de Mesonero Romanos). 
[Edificio desaparecido - No señalizado] 
 
Fonda con pensión conocida como «La pajarera», porque en ella se hospedaban varios canarios. Allí será donde comience a su etapa como periodista y donde narrará los sucesos históricos representados en La Fontana de Oro. También allí se fragüe la idea de escribir novelas seriadas, históricas pero breves; patrióticas, pero entretenidas, conocidas como Episodios Nacionales.
 
1871 - 1876 Calle Serrano, 8 - 3º - (actual número 22) 
Casa de alquiler. [Edificio desaparecido - Sin señalizar] 

En este domicilio vivirá con sus hermanas María de la Concepción (Concha) y María del Carmen Josefa (Carmen), los hijos de esta y Magdalena Hurtado de Mendoza y Tate, «la madrina», viuda de Domingo, hermano mayor de don Benito. Más tarde se sumará al grupo familiar la joven Rafaelita, hija natural del torero Machaquito y ahijada de José Hermenegildo Hurtado de Mendoza, sobrino del escritor. 

1874 - 1876 La otra casa de Galdós Serrano, 38 - 2º 
Casa de alquiler [Edificio desaparecido - No señalizado] 

Gracias a la correspondencia que mantiene con don Ramón de Mesonero Romanos, surgió este descubrimiento dado a conocer el 13 de marzo de 2018 en la conferencia inaugural titulada La llegada de Galdós a Madrid y casas que habitó, correspondiente al ciclo organizado por la Biblioteca Regional de Madrid Joaquín Leguina en homenaje al 175 aniversario del nacimiento de Benito Pérez Galdós. 

1876 - 1894/96 Plaza de Colón, 2 - 3º 
Casa de alquiler. [Edificio desaparecido - No señalizado] 

En este domicilio continuará conviviendo con su familia y será en el que resida durante casi veinte años. En un artículo de Armando Palacio Valdés (1882), publicado en la revista ilustrada Las Artes, hace referencia a esta casa, enfrentada entonces a la antigua Casa de la Moneda, espacio ocupado en la actualidad por los Jardines del descubrimiento. 

"La acera de Recoletos termina en la plaza de Colón. A la derecha se encuentra la casa donde se fabrican las pocas pesetas buenas que hay en España. A la izquierda está la que proporciona las pocas novelas bellas; la casa de D. Benito Pérez Galdós". 

También lo hará doña Emilia Pardo Bazán en Nuevo Teatro Crítico (1891), donde describe el estudio del escritor. El extenso artículo indica en sus descripciones que Galdós era un hombre sencillo, honesto, pulcro, poco dado a la opulencia y la pedantería, con gustos decorativos antiguos, rozando lo gótico y renacentista. 

1892 - 1896 Santa Engracia, 49 y San Mateo, 11 
Casas de alquiler. [Edificios desaparecidos - No señalizados] 
 
Entre 1892 y 1896, los domicilios del escritor son alternativos. Pasará largas temporadas en su hotelito de Santander y cuando resida en Madrid trabajará en la calle San Mateo, 11 (duplicado, bajo), donde estaba ubicada la administración de La Guirnalda. Este domicilio aparece en la correspondencia de Galdós escrita en el año 1895 y de manera intermitente. 
Se conoce la dirección postal de la calle Santa Engracia, 49 (entresuelo), a partir de 1892. En la actualidad, el número 49 corresponde a los edificios que ocupan los portales 55 y 57, situados entre las calles Feliciana y Sagunto. Según los datos catastrales, el primero fue construido en 1940 y el segundo en 1897, esto hace suponer que parte del edificio habitado por Galdós fue demolido a finales del siglo XIX y el otro mantuvo su fachada, correspondiendo la construcción interior al siglo XX. 
 
1896 - 1912 Paseo de Areneros, 46 (actual calle de Alberto Aguilera, 70) 
Casa de alquiler [No señalizada] 

Podemos entender que tanto en el domicilio de la calle Santa Engracia, como en este del paseo de Areneros, Galdós ya no comparte vivienda con su familia, salvo en las largas temporadas que pasa en Santander. 

1912 - 1920 Hilarión Eslava, 7 
Casa propiedad de José H. Hurtado de Mendoza [Edificio desaparecido - Señalizado] 
 
En 1912 el delicado estado de salud y la avanzada ceguera llevarán a que Galdós se traslade a la propiedad de su sobrino José Hurtado de Mendoza, sita en la calle Hilarión Eslava, 7, del barrio de Argüelles. Allí residirá hasta su muerte. 
Ya vivían en aquella bonita casa de estilo mudéjar las dos hermanas del escritor, doña Carmen y doña Concha. Doña Magdalena había fallecido en Santander el 13 de octubre de 1894. El 26 de noviembre de 1914 fallecerá Concha, y con pocos meses de diferencia, el 27 de febrero de 1915, Carmen. 
Ocupando el terreno y sobre la casa, se construirá hacia 1945 el Centro de Enseñanza Media Superior no estatal Miguel de Cervantes. Este se derribará en la década de los setenta, cuando la Empresa Obras y Construcciones e Inmuebles VIMAR, S.A. construya el lujoso edificio que hoy pervive. 
 
1897 - 1904 Editorial Obras de Pérez Galdós 
[Señalizada] 

En 1897 el escritor abrirá su casa editorial en la calle de Hortaleza, 132 (actual número 104). Los libros de Hacienda de aquel año la asientan en el puesto 13 entre las 27 editoriales que había en Madrid. La Editorial Obras de Pérez Galdós desaparecerá administrativamente en octubre de 1903 y físicamente en enero de 1904. 

Novelas escritas en Madrid y Santander 
Pérez Galdós escribirá en el siglo XIX (1865-1900) nada menos que veintiocho novelas y ocho cuentos, además de su extensa producción de artículos para la prensa, que suman más de 5000. 
En el siglo XX, habiendo probado las mieles (en ocasiones hieles) de las obras teatrales, se embarcará en la finalización de la tercera serie de los Episodios Nacionales y la realización de las dos siguientes. 

Debemos tener en cuenta que desde 1871 Galdós veraneaba en Santander, donde construirá San Quintín, su única vivienda en propiedad.

En estos domicilios y en su finca San Quintín, de Santander, escribirá las siguientes obras: 

Novelas de la primera época: 
Calle del Olivo, 9 
La Fontana de Oro (1867-1868) - La Sombra (1870) - El audaz: Historia de un radical de antaño (1871) 
 
Calle Serrano, 8 y Serrano, 38 
Doña Perfecta (1876) - La primera parte de Gloria. 
 
Plaza de Colón, 2 
Gloria (1876-1877) - Marianela (1878) - La familia de León Roch (1878) 
 
Novelas contemporáneas: 
Plaza de Colón, 2 
La desheredada (1881) - El amigo Manso (1882) - El doctor Centeno (1883) - Tormento (1884) - La de Bringas (1884) - Lo prohibido (1884-1885) - Fortunata y Jacinta (1886-1887) - Miau (1888) - La incógnita (1888-1889) - Torquemada en la hoguera (1889) - Realidad (1889) - Tristana (1892) - La loca de la casa (1892) 
 
Santa Engracia, 49 o San Mateo, 11 
Torquemada y San Pedro (1895) 
 
Paseo de Areneros, 46 
Misericordia (1897) 
 
Hilarión Eslava, 7 
La razón de la sinrazón (1915)
 
Escritas en Madrid, Toledo y Santander: 
Ángel Guerra (1890-1891) - El caballero encantado (1909) 
 
Escritas en Santander: 
Torquemada en la cruz (1893) - Torquemada en el Purgatorio (1894) - Nazarín (1895) - Halma (1895) - El abuelo (1897) - Casandra (1905). 
 
Y entre Madrid y Santander irán naciendo los Episodios Nacionales:
 
La Primera serie centra la historia entre 1805 y 1814 (Guerra de la Independencia - Constitución de 1812 y Estado liberal), con Trafalgar como proemio de los episodios posteriores. Comprende los siguientes títulos: Trafalgar (1873) - La Corte de Carlos IV (1873) - El 19 de marzo y el 2 de mayo (1873) - Bailén (1873) - Napoleón en Chamartín (1874) - Zaragoza (1874) - Gerona (1874) - Cádiz (1874) - Juan Martín el Empecinado (1874) - La batalla de los Arapiles (1875). 
 
Segunda serie: Abarca el periodo que va de 1814 a 1834 (Restauración Absolutista, Trienio Liberal y Década Ominosa). Comprende los siguientes títulos: El equipaje del rey José (1875) - Memorias de un cortesano de 1815 (1875) - La segunda casaca (1876) - El Grande Oriente (1876) - El 7 de julio (1876) - Los cien mil hijos de San Luis (1877) - El terror de 1824 (1877) - Un voluntario realista (1878) - Los apostólicos (1879) - Un faccioso más y algunos frailes menos (1879). 
 
Tercera serie: Corresponde al periodo que va de 1834 a 1846 (Guerra Carlista, Regencia, Isabel II). Comprende los siguientes títulos: Zumalacarregui (1898) - Mendizábal (1898) - De Oñate a La Granja (1898) - Luchana (1898) - La campaña del Maestrazgo (1899) - La estafeta romántica (1899) - Vergara (1899) - Montes de Oca (1900) - Los Ayacuchos (1900) - Bodas Reales (1900). 
 
Cuarta serie: Abarca el periodo comprendido entre 1846 y 1868 (Reinado de Isabel II y La Gloriosa). Comprende los siguientes títulos: Las tormentas del 48 (1902) - Narváez (1902) - Los duendes de la camarilla (1903) - La Revolución de julio (1903-1904) - O’Donnell (1904) - Aita Tettauen (1905) - Carlos VI, en la Rápida (1905) - La vuelta al mundo en la «Numancia» (1906) - Prim (1906) - La de los tristes destinos (1907). 
 
Quinta serie: Corresponde al periodo que va de 1868 a 1880 (Sexenio democrático, Reinado de Amadeo de Saboya, Primera República, Dictadura de Serrano y Restauración Borbónica). Comprende los siguientes títulos: España sin rey (1907-1908) - España trágica (1909) - Amadeo I (1910) - La Primera República (1911) - De Cartago a Sagunto (1911) - Cánovas (1912). 
 
Recordamos y ponemos en valor la monumental empresa que supuso para el escritor la edición ilustrada de los Episodios Nacionales. Diez volúmenes realizados entre 1880 y 1885 en los que se contó con la colaboración de trece artistas, incluidos los hermanos Mélida.

En el siguiente plano podemos identificar otros tantos lugares donde la presencia del Galdós madrileño casi no está señalizada.

Finalizamos el recorrido por ese otro Madrid galdosiano y los lugares que identifican a Don Benito Pérez Galdós como un madrileño más en aquella villa matritense que avanzaba hacia un futuro a veces incierto.

Queda una tercera parte que es anexo de esta, donde se ratifica su condición de madrileño.

 

Eduardo Valero García
Investigador
Autor de Benito Pérez Galdós. La figura del realismo español


 

 

 

 

 

 

 

 

Galdós Hijo Adoptivo de Madrid >

 


Del Madrid galdosiano y el Galdós madrileño (Parte I)

 

 
Cuando hablamos del Madrid galdosiano nos referimos al retratado en sus obras, pero no es el caso de este artículo. El interés está puesto en cuatro lugares que el pueblo madrileño le dedica en tres siglos.
En cuanto al Galdós madrileño, la importancia está en su condición de vecino.
 
Del Madrid galdosiano
Caminando por la ciudad podemos identificar muchos espacios relacionados con las novelas de Galdós. Ahí está la Fontana de Oro, aunque no sea la original; la Plaza de Pontejos y la cava de San Miguel como escenarios de Fortunata y Jacinta; la iglesia de San Sebastián, de Misericordia y el Parque de El Retiro que Isidora conocerá como Parque de Madrid en La desheredada. Vago ejemplo de la inmensidad de lugares mencionados por el escritor, desde el barrio burgués hasta el más pobre, que conforman el Madrid galdosiano literario.
 
Dentro de ese Madrid galdosiano encontramos otros espacios que representan el homenaje del pueblo madrileño al insigne escritor a través del Ayuntamiento de Madrid. Estos son una calle, placas, el reconocimiento a sus méritos y dos obras de arte: el monumento esculpido por Victorio Macho y los trampantojos diseñados por Antonio Mingote.
 
En cuanto a las placas, la más reciente es de este año 2020, colocada en la cava de San Miguel, en el número 11, donde Galdós sitúa la casa de Fortunata. Cerca de ella, la referencia a Botín, placa colocada por la Cámara de Comercio en la década de los noventa del siglo pasado.
 
Comenzamos el recorrido por ese otro Madrid galdosiano.
 
Siglo XIX
Calle Pérez Galdós (entre las de Fuencarral y Hortaleza)
 


 
 
 
 
 
 
 
 
 
En la sesión del Ayuntamiento del viernes 24 de febrero de 1899, y a instancias de los señores Díaz Valero y el conde de Vilches, se aprobaba la proposición para el cambio de nombre de las calles de las Beatas y del Colmillo por la de Antonio Fernández Grilo y Pérez Galdós, respectivamente.
 
En la Sesión del miércoles 15 de marzo se ratificó la proposición de cambio para estas calles, que quedó aprobada por unanimidad y sin discusión en el décimo Orden del día.

Más tarde, en Sesión del 14 de abril se autorizaba la nota de Secretaría por la que se anunciaba al público el cambio de nombre de las citadas calles y otras.
 
Nada más conocerse la noticia sobre la designación de calle de Pérez Galdós a la que había sido del Colmillo, la prensa dio su opinión, que no era otra que una contundente crítica al Ayuntamiento.

Como es lógico, muchos opinaban que Pérez Galdós era merecedor de una plaza o una avenida importante; sin embargo, otros echaban espumarajos por la boca al considerar una aberración la iniciativa del Ayuntamiento. Para esos, Galdós no merecía nada.

La sensatez llevaba a que algunos dudasen de si se trataba de un homenaje o un sarcasmo. Así, en el periódico La Reforma podían leerse párrafos como estos:
«Para un Pérez Galdós que, por fecundo y por genial, es el primer novelista de España en varios siglos, nos parece un ochavo moruno, una limosna insignificante el patronato que se le otorga sobre la insustancial y exigua calle del Colmillo.
Galdós merecía una calle de más fuste; pero si el mal de muchos es forzoso consuelo de todo agraviado, cuando tome D. Benito posesión de su calle, cerca tiene visibles testimonios de las injusticias históricas que la nomenclatura callejeril ofrece.»
Y era cierto. Independientemente del nombre de grandes próceres asignado a calles menores, se dijo que a Galdós la calle del Colmillo no le llegaba al diente. 

El Ayuntamiento de 1899 fue más congruente en la elección; digamos que hiló más fino. No por el tipo de vía, que, como hemos visto, quedaba pequeña para tan gran personalidad, sino por una referencia muy clara que está presente en Fortunata y Jacinta (dos historias de casadas) y a la que don Benito bien supo titular Final, que viene a ser el principio.

Hablo del Capítulo XI, último de la primera parte de la novela, cuando Jacinto Villalonga da cuenta a Juanito Santa Cruz de la presencia de Fortunata en Madrid.
«-En buen apuro me vi, camaraíta -dijo Villalonga conteniendo la risa-. ¿Se enteraría? Pues verás; otro detalle. Llevaba unos pendientes de turquesas, que eran la gracia divina sobre aquel cutis moreno pálido. ¡Ay, qué orejitas de Dios y qué turquesas! Te las hubieras comido. Cuando les vimos levantarse, nos propusimos seguir a la pareja para averiguar dónde vivía. Toda la gente que había en Praga la miraba, y ella más parecía corrida que orgullosa. Salimos... tras, tras... calle de Alcalá, Peligros, Caballero de Gracia, ellos delante, nosotros detrás. Por fin dieron fondo en la calle del Colmillo. Llamaron al sereno, les abrió, entraron. En una casa que está en la acera del Norte entre la tienda de figuras de yeso y el establecimiento de burras de leche... allí.» [Cap. XI-II, pp. 470-471]
 
Siglo XX
Monumento a Pérez Galdós (Parque de El Retiro)
 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
La tarde del 19 de enero de 1919 se inauguraba el monumento, obra del escultor palentino Victorio Macho costeada por suscripción pública. Galdós estuvo presente.
En nombre del pueblo de Madrid, el alcalde recibió el monumento para su custodia. Así queda ratificado en el Acta:  
 
"En Madrid, a XIX de enero de MCMXIX, en presencia del excelentísimo Ayuntamiento de esta villa y corte, se procedió por el excelentísimo Sr. D. Luis Garrido Juaristi, alcalde presidente, a la ceremonia de inaugurar la estatua del excelso novelista y dramaturgo don Benito Pérez Galdós, erigida por suscripción pública, y situada en el lugar del Parque de Madrid denominado paseo de los Pinos. La Comisión ejecutiva, compuesta por Victorio Macho, escultor y autor del monumento, y los escritores Serafín y Joaquín Alvarez Quintero, José Francés, E. Ramírez Ángel, Marciano Zurita y A. González Blanco, hace en el día de hoy solemne entrega de ella para su custodia a la expresada villa de Madrid.
Y para que conste firman este acta todos los asistentes a la ceremonia.
 
Durante la ceremonia la Banda municipal entonó los acordes de la Marcha Solemne, del maestro Villa. También se interpretaron notas del final de la ópera de Galdós y Arturo Lapuerta, "Zaragoza", estrenada el 5 de julio de 1908 en el Teatro Principal de Zaragoza.
 
 
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Lápida de homenaje (calle de Hilarión Eslava, 7)
 

 
 
 
 
 
 
 
La madrugada del domingo 4 de enero de 1920, en el hotelito de la calle de Hilarión Eslava, número 7, fallecía Don Benito María de los Dolores Pérez Galdós. El pueblo español, y en especial el madrileño, recibía desconsolado la triste noticia. 
 
Cuatro años más tarde, el 11 de noviembre de 1924, se verificó la inauguración de la placa que el Ayuntamiento colocaba en representación del pueblo. Es la única que se conserva de las otras dos que existieron en la casa.
 



 
Siglo XXI
Trampantojos de la calle de la Sal 
 

 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Cuando paseamos por Madrid y nos acercamos a la Plaza Mayor, estamos entrando en el epicentro del Madrid gadosiano. Señal identificatia de que allí nos encontramos son los trampantojos que adornan el muro del edificio esquinero de la calle de la Sal. Cuatro magníficas obras de arte creadas por el maestro Antonio Mingote inaugurados el 30 de noviembre de 2001.
 
Como lo hiciera Galdós, retratando una sociedad de marcados estratos, Mingote encaja esas dramáticas diferencias sociales en los cuatro balcones ciegos.

Siguiendo la elitista configuración de la vivienda burguesa del siglo XIX, va escalonando de mayor a menor, y de abajo a arriba, la importancia de los personajes según su categoría. Digamos que la burguesía, por comodidad y apariencias, establece un sistema piramidal invertido, donde el que está más arriba es el que menos posibles tiene.

Con la llegada del ascensor esto cambiará, pero, hasta entonces, el dueño de la propiedad habitará la planta principal (primer piso) y la servidumbre, o inquilinos con escasos recursos, vivirán en la última planta o bohardilla.

La planta baja se destina a locales comerciales, entrada de carruajes y portería. En ocasiones, el dueño de la propiedad tenía allí su comercio.

Los siguientes cuadros explican lo dicho, utilizando para cada ejemplo los trampantojos de Mingote fotografiados por Divina Aparicio.






El Madrid bohemio, el romántico y el burgués, amalgamados en el Madrid galdosiano, quedan perfectamente identificados en escenarios costumbristas cuyo motivo principal gira entorno a Fortunata y Jacinta (dos historias de casadas).

Pero no todas las casas eran burguesas. Galdós hace una minuciosa descripción de las viviendas habitadas por las clases menos favorecidas cuando habla de Barbarita Arnaiz. Casas que también se encontraban en los aledaños de la plaza, incluso aquellas que formaban sus muros.
«Nació Barbarita Arnaiz en la calle de Postas, esquina al callejón de San Cristóbal, en uno de aquellos oprimidos edificios que parecen estuches o casas de muñecas. Los techos se cogían con la mano; las escaleras había que subirlas con el credo en la boca, y las habitaciones parecían destinadas a la premeditación de algún crimen. Había moradas de estas, a las cuales se entraba por la cocina. Otras tenían los pisos en declive, y en todas ellas oíase hasta el respirar de los vecinos. En algunas se veían mezquinos arcos de fábrica para sostener el entramado de las escaleras, y abundaba tanto el yeso en la construcción como escaseaban el hierro y la madera. Eran comunes las puertas de cuarterones, los baldosines polvorosos, los cerrojos imposibles de manejar y las vidrieras emplomadas. Mucho de esto ha desaparecido en las renovaciones de estos últimos veinte años; pero la estrechez de las viviendas subsiste.»
Fortunata y Jacinta. Parte primera. Cap. II, 2

Otra referencia del estado de esas casas la tenemos en la parte cuarta (Cap. III, 7), cuando Fortunata acuerda con su tía vivir en casa de ésta.
«El cuarto que entonces tenía Segunda en aquella casa era uno de los más altos. Estaba sobre el de Estupiñá. (...) Fortunata vio el cuarto. ¡Ay, Dios, qué malo era, y qué sucio y qué feo! Las puertas parecía qué tenían un dedo de mugre, el papel era todo manchas, los pisos desiguales. La cocina causaba horror. Indudablemente la joven se había adecentado mucho y adquirido hábitos de señora, porque la vivienda aquella se le presentaba inferior a su categoría, a sus hábitos y a sus gustos. Hizo propósito de lavar las puertas y aun de pintarlas, y de adecentar aquel basurero lo más posible, sin perjuicio de buscar casa más a la moderna, quisiera o no Segunda vivir en su compañía. El gabinetito que ella había de ocupar tenía, como la sala, una gran reja para la Plaza Mayor. (...) Era menester blanquear la cocina, tapar con yeso algunos agujeros y enormes grietas que por todas partes había, empapelar el gabinete, que iba a ser su alcoba, y pintar las puertas.» 
 
A este otro Madrid galdosiano podríamos añadir una referencia más, con lo que tendríamos cinco. Sin embargo, aunque rinde homenaje al escritor en el callejero municipal, no es representativa de los escenarios utilizados por Galdós en Fortunata y Jacinta. 
 
 
Calle de Fortunata y Jacinta
 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
En 2017 el Ayuntamiento cambiará el nombre de la calle General Orgaz por el de Fortunata y Jacinta. La arteria está ubicada en el barrio de Cuatro Caminos del distrito de Tetuán, entre las calles de Orense y de la Infanta Mercedes, con inicio en la avenida del General Perón, zona incompatible con los lugares recreados por Galdós en la novela.  
 
El Ayuntamiento confundirá el convento de las Micaelas, que no era otro que el Colegio o Asilo de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, con la parroquia de Santa María Micaela y San Enrique, fundada en 1941. Si bien, cercana a la zona, está la calle Dulcinea, de relevancia en la novela de Cervantes como lo son las que dan título a la novela de Galdós, se aleja de la cartografía de esta.
 
Además, cronológicamente, la historia de Fortunata y Jacinta se desarrolla entre la caída de la República y el comienzo de la Restauración, es decir, desde 1873 hasta 1876, cuando esa zona no estaba poblada.


Del Madrid galdosiano y el Galdós madrileño (Parte II) >

29 de octubre de 2020

Dichas y desdichas de la Civilización. Benito Pérez Galdós

Galdós me acompaña desde la juventud. En aquellos tiempos avivaba mi imaginación recreando los escenarios y actores de sus novelas… todo un entretenimiento que, además, iba reforzando mi comprensión de lo bueno y de lo malo. 

Años más tarde, cuando de narices topé con la realidad que me ofrecía su lectura, lo bueno y lo malo pasaron a ser la vida misma, con sus claros y sus oscuros. Entonces Don Benito se acercó y yo a él, y caminamos juntos. Valiosa compañía que aquí sigue. 

De todo esto hace al menos cuarenta años. Media vida recibiendo su consejo, su enseñanza. 

Cuando me propuse conocerle más allá de su obra descubrí al hombre sensible y honesto; al trabajador incansable; al gran sabio que otrora me había ayudado a seguir adelante y el que hoy me ayuda a pensar, a comprender; porque, a pesar de mi veteranía, el pensamiento de Galdós es tan actual que me sorprende. La vigencia de sus palabras no es cosa del momento, continuará siéndolo por mucho tiempo… y no queda más remedio que añadir: lamentablemente. 

Ínfima muestra es este relato que ofrezco en el que cada párrafo refleja fielmente lo que hoy vivimos. Lo escribió Don Benito el 30 de diciembre de 1915[1], de esto hace ya cien años y un lustro; sin embargo, parece que lo hubiera escrito esta misma mañana. 

Yo, que además de intentar nutrirme de toda su sabiduría, caminé por Madrid a través de sus artículos periodísticos, del preciso mapa que ofrecen sus novelas y los Episodios Nacionales, aprendí a amar Madrid aun sin conocerla. Por eso me entusiasma leer una y otra vez en este relato el instante en que el insigne escritor habla del barrio donde estuvo su última morada. 

Lector, escuche los sonidos. Una vez más, Galdós hace de los párrafos pentagramas, los convierte en cajas musicales que continúan encerradas en el tiempo bajo un puñado de letras. 

En mi condición de investigador de las historias de Madrid y del Madrid Galdosiano, pongo mucho interés en las casas del Galdós madrileño y en esa última que habitó desde 1912 hasta aquella madrugada de 1920. Desde allí relata el descontrol de los relojes cercanos y otros sonidos hoy desconocidos en la urbe. 

La maestría del escritor se vale de los relojes, del tranvía y los gallos para mostrarnos una terrible confusión, un orden desordenado que no entiende ni el propio organizador… las dichas y las desdichas de la civilización. 

Eduardo Valero García 

 


    Este viejo solar español, tan extenso en los siglos pasados, quedó reducido a modestas proporciones en el andar metódico del tiempo. Sus nobles hijos, por efecto del contacto con otros países, sintiéronse movidos a cambiar su civilización castiza por la civilización de otras gentes que llegaron a ocupar las mejores partes del planeta. He aquí los pobrecitos españoles, sacudidos por la trompetería estentórea de la Revolución Francesa o por la estridencia de las revoluciones arregladas o traducidas para uso casero, gritaron fervorosos: “Tenemos que civilizarnos”, y en días más próximos, una voz formidable gritaba: “Tenemos que europeizarnos”. 
 
    En largos años de tentativas culturales y europeizantes, podemos afirmar que la evolución de España es más de forma que de fondo. Las antiguas virtudes de la raza subsisten precisamente en los pueblos más atrasados, y al propio tiempo los defectos castizos aparecen con la misma gravedad en los centros de cultura y las metrópolis de los antiguos reinos. Fijándonos en la política hallamos por una parte un signo consolador de progreso. Felizmente han desaparecido aquellas catástrofes del personal administrativo en los cambios de gobierno entre moderados y liberales. Era como un terremoto; no quedaba en pie ni un solo empleado alto ni bajo; todos iban a la calle, y venía nueva tanda de cesantes hambrientos a consumir el pingüe presupuesto. Esto se acabó, y la flamante civilización siguió adelante con paso inseguro, pues discurrir nuevos métodos para renovar el personal administrativo implantó el sistema de oposiciones, que en realidad ha venido a ser el compadrazgo y el nepotismo con un espeso barniz de justicia. 
 
    Ved aquí una de las mayores desdichas de nuestra civilización, que ha venido muy deprisa cuidándose, no de reformar las costumbres en su entraña, sino de embadurnar la superficie de las mismas. Signo indudable de nuestra imperfecta cultura es que el cuerpo político ha venido a ser un organismo de recomendaciones, con sangre de influencias y nervios de simpatía. En las secretarías de los Ministerios, legión de escribientes dan y reciben el recadito amistoso. La civilización y la europeización siguen su camino y avanzan pasando junto a la justicia sin verla, y en ocasiones, viéndola, la pisotean desdeñosas. 
 
    En el terreno artístico, la civilización corre tras el nuevo ideal, al cual no llega o lo rebasa sin darse cuenta de él; a veces se apasiona por formas extravagantes, y en muchos casos retrocede y se complace en remover la sepultura donde yacen las formas arcaicas. 
En el Teatro particularmente, acontece que el afán progresivo de nuestros dramaturgos tropieza con peregrinas invenciones de otros países, las cuales invaden el nuestro apoderándose de grandes masas de público y destruyendo el antiguo armadijo de los negocios teatrales. Arrodillados por el Cinematógrafo, los autores noveles se acogen al drama policiaco de fáciles emociones y de estructura folletinesca; otros buscan sus éxitos en las comedias de pura risa, construidas con chistes maleantes y retruécanos que producen los efectos ridículamente combinados del fastidio y la hilaridad. En tanto, la dramaturgia tradicional, no sujeta al capricho de las modas, anda muy de capa caída, temerosa de que han de faltarle pronto escenarios en que manifestarse. 
 
    De estas desdichas de la civilización, que tan pronto se precipita como retrocede, nos consuela el hecho de que la raza no ha cesado en su fecundidad. Jóvenes muy dotados aparecen constantemente descollando en la novela y en el Teatro sin desmerecer de sus predecesores, y aun superándoles en muchas cosas. Y es asimismo consolador que la masa de oyentes y lectores les aplaude, les estimula y les agasaja para que no pierdan la fe en el porvenir. Verdad es que estos estímulos (y aquí viene otro retroceso de la civilización) revisten la forma anticuada de los banquetes o comistrajos en que los admiradores se reúnen para discursear y festejarse unos a otros. Nunca he visto una época de más banquetes contrastando con la calamidad de los tiempos, la carestía de las subsistencias y la escasez de metálico circulante. En cuanto un joven avispado obtiene catorce representaciones de su obra o publica un libro ameno, rebosante de ideas y con gallardo estilo, banquete al canto y discursos, abrazos y plácemes sinceros. Pasados el bullicio y la indigestión, el escritor festejado se queda perplejo acariciándose la frente, requiriendo en ella nuevos pensamientos para recomenzar su tarea. El pan se aleja. Hay que correr en busca de otra hogaza. 
 
    Debemos civilizarnos; es forzoso que nos civilicemos, que podamos alternar con el mundo vistiendo nuestros cuerpos y nuestras almas a la europea. Este es el clamor que desde hace tiempo resuena en nuestro viejo solar. Corremos los españoles hacia la idea cultural, y antes de vestir de nuevo las almas, vestimos los cuerpos, y en el indumento de los cuerpos empezamos por el sombrero y los guantes, dejando para luego las levitas y chalecos, y para lo último la camisa, que por su corte y tejido es la misma de la Edad Media. Españoles hay que ávidos de manifestar su amor al progreso no lo consiguen por hacerlo impremeditadamente, sin ponerse de acuerdo unos con otros. Ejemplo al canto. Hay en Madrid un barrio modernismo en que abundan los establecimientos industriales de reciente construcción y edificios religiosos de noble arquitectura. El primer cuidado de las sociedades mercantiles y de las corporaciones piadosas que levantaron estos fue rematar la belleza del frontispicio con un reloj que, no contento con marcar silenciosamente las horas, las proclama ante el público con la vibrante sonoridad del bronce. Ya he dicho que el barrio no es grande; los edificios, con sus correspondientes relojes, están separados por distancias que varían entre cien y trescientos metros. El horario de los innumerables relojes del barrio es variadísimo; unos marcan los cuatro cuartos en que se divide la hora; otros marcan solo la media, y los hay que no marcan los cuartos y repiten las horas; la vibración de los metales también varía mucho; en unos es grave y solemne, en otros aguda y chillona; en el conjunto de estas diferentes voces resulta que a los pasajes armónicos suceden otros desgarradores y disonantes.
 
    Vivo en este barrio de los múltiples relojes desde hace pocos años, y como mi menguada salud y mi enfermedad de la vista me retienen en casa desde que anochece hasta muy avanzada la mañana, paso las lentas horas del invierno recogido en mi lecho, más tiempo despierto que dormido, y me entretengo escuchando la embroliada música de las campanas del reloj. Largo tiempo he pasado sin comprender los lapsos de tiempo que dichos toques quieren señalar. Toda mi paciencia y el detenido estudio que he puesto en el lenguaje de las campanadas, no me han bastado para llegar al conocimiento de las horas nocturnas. Porque hay que ver, señores míos, hay que oír. Suenan tres toques. ¿Son las tres? No. Son las tres cuartos para la hora que desconozco… Suena otro toque, y sus campanadas se mezclan pronto con otras de distinto timbre… Pausa… Suena otra campanada, y yo me pregunto. ¿Será la media o será la una?... El lío de campanadas continúa, y me quedo en un caos de confusión. No sé la hora que es… De pronto, sin oír campanas, exclamo: “Son las dos”. ¿Y por qué sé que son las dos? Porque oigo el ruido de un tranvía que pasa… A los ciegos se nos aguza el oído de un modo extraordinario. Un tranvía vacío, marchando a toda velocidad, tiene un ruido particular que no se confunde con ningún otro. Sé, pues, que son las dos porque a dicha hora se retiran los tranvías. Más de una vez hice esta observación, y una vez hecha, el soniquete de las campanas no era para mi más que un recreo. Me divertí y me divierte el carrillón interminable, gracioso y variado, danzando con el viento en las vaguedades de la noche… Y lo que me dijeron los tranvías, me lo dijeron después los gallos. ¡Ah, los gallos! Estos sí que son los relojes eternos que nunca engañan. Pronto vendrá el alba… al venir el alba despierto de un corto sueño y me pongo a parlotear con mi amiga la Civilización, que a deshora viene a rondar mi lecho. “Amiga Civilización, le digo, de nada valen tus relojes, sobre todo en este barrio donde son tantos y tan desconcertados entre sí, que no hay manera de conocer por ellos las horas de la noche ni las del día.” Y mi amiga la Civilización me contesta riendo: 
“Querido Simplicio, estas costumbres relojeras, y otras de orden distinto y más trascendentales, obra mía son; pero tan mal concertadas, que yo que las traje tampoco las entiendo.” 
 
Madrid y Diciembre, 30-1915 
Benito Pérez Galdós
 
 

[1] Este cuento o relato fue publicado en la revista Los Contemporáneos del 7 de enero de 1916 (Núm. 367). 

 


 

Lorenza Cobián. Una biografía. Por Luis Verde Muntan (Parte II)

< Lorenza Cobián. Una biografía (Parte I) 

 


 

    En los años que siguen hasta la muerte de Lorenza, esta cría a su hija con la ayuda de Benito, el cual atiende sus necesidades y vigila su educación. Los viajes por temporada de madre e hija a Santander y Asturias continúan. La correspondencia cuando están separados es conocida por todos. Se ve el cariño que tiene por su única hija viva, cariño que por otra parte crece día a día (Su hija María contaba que su padre había tenido varios hijos, quizás 10 como algunos indican, pero salvo ella, ninguno prosperó y murieron a edad temprana. Es sabido que Galdós tiene la obsesión por escribir sobre las enfermedades que acosaban a los niños de la época y que les llevaba a una muerte prematura o les dejaba secuelas). 

    Lorenza a partir de los 50 años comienza a tener depresiones y delirios persecutorios. En Julio de 1906, cuando se encuentra sola en Madrid, un inspector de policía de la Estación del Norte la detiene por la noche cuando intenta arrojarse a las vías al paso de un tren. Es detenida y trasladada a la Casa de Socorro, donde el medico certifica que muestra síntomas de enajenación mental y desde allí es trasladada al Gobierno Civil donde se la mete en una celda destinada para delincuentes y a la mañana siguiente la encuentran muerta colgada de los barrotes con un pañuelo y que no le fue retirado. El Gobernador ordenó se abriese expediente para depurar responsabilidades por la falta de vigilancia. Fue enterrada en el Cementerio Civil de Madrid donde todos los años acudía su hija María a ponerla flores y años más tarde, acompañada por su familia directa, visitaba la tumba de su madre y cruzaba al Cementerio de la Almudena para visitar la de su padre. Es de reseñar que Maria contaba con 15 años al fallecimiento de su madre. 

    En fechas posteriores, no sabe si meses o años, Benito se ocupa de los papeloteos legales y reconoce a su hija María como suya, posiblemente en el Registro Civil del Concejo de Parres. 

    Después de leer estas líneas de D. Benito: “Sin mujeres no hay arte; como que en ellas está el principio y fundamento de toda expresión estética... Ellas son el encanto de la vida, el estímulo de las ambiciones grandes y pequeñas; origen son y manantial de donde proceden todas las virtudes. Debemos a la parte bella y débil de nuestro linaje los altos ejemplos de abnegación y de heroísmo, y reservándonos los móviles del desorden moral y la responsabilidad de todas las formas de pecado. Obra de ellas son los más gloriosos triunfos del bien; obra nuestra las privadas desdichas y las públicas catástrofes. Es destino ineludible de ellas amar al hombre, y éste debe consagrarles toda su inteligencia y su corazón entero“. Nadie dudara que Lorenza Cobián González, asturiana de nacimiento, santanderina de adopción, pareja de D. Benito y madre de dos de sus hijos, marca para bien su vida y su obra. 

    Solo queda por añadir que la hija y heredera universal de D. Benito, Dª María Pérez-Galdós y Cobián jamás se le escuchó un reproche de su madre, a esa mujer adelantada a su época en su manera de pensar, y menos de su padre, del que solo hablaba con cariño, admiración y respeto. 

    Tanto Dª María, como sus hijos Rafael y Benito Verde Pérez-Galdós, como los nietos Rafael, María Ángeles, Luis y Juan, han seguido unidos a la tierra de su bisabuela, veraneando en el Gayan hasta los años 1960 y más tarde algunos en un piso en Las Arriondas. Los “Galdós”, como son conocidos por los viejos del lugar, no suelen faltar para visitar la tumba del esposo de Dª María, D. Juan Verde Rodríguez, situada en el cementerio de Collia, en la cual no le suelen faltar flores.

 Luis Verde Muntan

 


Cartas de D. Benito a Lorenza y a su hija María (Yuca) 

El texto de esta carta esta a la mano en la Casa Museo de Galdós en las Palmas. Esta en letra clara, probablemente porque María era entonces demasiado joven para leer letra cursiva. La carta carece de una página o dos y dice así: 

«Viernes 
Queridas Lorenza y Yuca, recibí la carta, que esta muy clara. Si Yuca se aplica tendrá muy buena letra.
Yo estoy mejor; pero no bien del todo. Después del cólico, he tenido dos días con jaqueca. Lo que siento principalmente porque no he podido trabajar. 
Ya estoy recogiendo papeles y preparando todo para marcharme. Aunque no lleve las obras terminadas, me urge ya»... [Aquí, evidentemente, es algo que falta. La siguiente página sigue] ...á Madrid. 
Diga el portero, no hagas caso. 
Estando yo por medio, nada tenéis que temer. 
Hasta muy luego. 
No digo el día, para dar la sorpresa. 
Deseo mucho verlas. 
Mil cariños y abrazos de 
B.» 

Otra afectuosa comunicación fue escrita en papel de los Baños de Sobrón (Álava) 

«Sobron 17 de julio 
Mis queridas Lorenza y María Recibí la carta de ustedes, de lo que me alegré mucho. Hoy les dirijo esta á Asturias, para que sepan que estas aguas me sientan muy bien, y que se me ha abierto el apetito de par en par. Ya era tiempo. 
Se me olvidó decirles que en el Banco Hispano Americano mandaron al Sr. Llano 200 ptas en vez de 250. Como di la orden de palabra, no la transmitieron con exactitud. Pero es lo mismo, porque cuando se les vayan agotando las 200, les mandaré mas. 
Diviertanse mucho y coman bien y esten contentas. 
No me escriban más aqui, porque pasado mañana saldré para San Sebastián. Al salir les escribiré, diciendoles cuando pueden escribirme a Santander. 
Muchos, muchos cariños y besuqueos de 
B» 

El 31 de julio de 1906 Don Benito escribió dos cartas, una para la tía María Dolores, la otra María a sí misma. Son las siguientes: 

«31 de Julio 
Estimada Dolores: la desgracia de su pobre hermana, que ya venia padeciendo de fuertes manias, me obliga á suplicar á Vd. que se encargue de acompañar constantemente á María, que aunque es de buen natural, tiene el genio demasiado vivo y necesita tener á su lado á una mujer de su familia. Nadie para el caso como Vd. 
No repare Vd. en sacrificios porque yo atenderé á todo. Por el momento, esténse ustedes en Madrid unos días, instalándose en la casa de la calle de San Bruno, donde estarán mejor que en ese solar. Luego volveran á Arriondas, porque es preciso que Vd. vea á su madre y la consuele en esta desgracia y despues de estar con su madre, irá V. con María y Mercedes á Gijón para que durante el mes de Agosto, tomen unos baños de mar. 
Antes ha de hacerse María un trajecito de luto. 
Ya sabrá V. que tengo una afección á la vista, para la cual han de hacerme una operacion, de la cual dicen que quedaré bien; pero que es muy molesta porque antes y despues de ella he de estar muchos dias con los ojos vendados. Ya pronto me pondré en cura -pero antes he de arreglar las cosas de ustedes. Todo esto ha venido en circunstancias muy tristes para mí, pues no puedo valerme, ni salir de casa, y aun me cuesta mucho trabajo escribir esta carta por lo mal que tengo la vista. 
Con que ya saben. Me escribirán ustedes mañana 1.º de Agosto, ó el 2 lo mas tarde, y para el 4 recibiran la mía resolviendo lo que han de hacer, y mandándoles dinero si lo necesitan. Luego, en las Arriondas recibirán mas, y aguardarán tranquilas á que yo me opere, para resolver lo demas. 
Espero que Vd, Dolores hará que María me obedezca, y de Vd. espero que será su segunda madre. Yo se lo agradeceré mucho, y cuidaré de todos. 
Hasta su carta, y conservense buenas, llevando con paciencia estas amarguras. 
Suyo afmo. 
Don Benito» 
«contestar las dos á todo lo que aquí les digo.» 
«Santander 31 de Julio. 906 
Querida María: recibi ayer tu carta del 29 en la que veo confirmada la terrible desgracia. Yo lo había leído en los periódicos; pero como recibí carta tuya escrita el 23 en Bodes diciendome nosotras llegamos aquí el jueves, pensé que la noticia de los periodicos no era cierta, y en esta duda he estado algunos días, pasando muy malos ratos. Si me hubieras dicho que tu mamá quedaba en Madrid, yo le habría escrito tratando de sosegarla de sus desvarios. Ya sabes que tu pobre mamá venía hace tiempo atacada de delirio persecutorio; ya le dije que esto era una enfermedad. A los que la padecen no se les debe dejar nunca solos. Hiciste mal en largarte á las Arriondas dejando á tu madre sola en Madrid. No me extraña que la soledad separada de ti haya acabado de trastornarla, llevándola á un fin tan desgraciado. ¡Pobre Lorenza! El sentimiento que me ha causado su muerte no se me disipará en mucho tiempo. 
En fin, ya no hay mas remedio que tener paciencia. Ahora, estas mas obligada que nunca á una obediencia ciega á cuanto yo te mande. En ello te va el porvenir. Yo no te mandaré nada que no sea para tu bien. 
En cuanto recibas éstas, me escribirás respondiendo á estas preguntas que te hago: 
¿Que casa es esa donde estás? 
¿Porque no has ido á tu casa de San Bruno? 
¿Si está tu tía Dolores contigo, no estarían mas comodamente en vuestra casa? 
¿Tienes alguna ropita de luto? 
Si no la tienes es necesario que te la hagas, pues has de volver á Asturias por una pequeña temporada.
Otra cosa tienes que decirme: ¿Que dinero tienes? ¿Cuanto has gastado de lo que te dió el Sr. Llano? A este Señor mandaré mas para que te lo entregue cuando vuelvas á las Arriondas. 
Bueno. Escríbeme en seguida, y tú y Dolores se aguantarán en Madrid hasta que yo les ordene la salida, enviandoles á Madrid dinero si les hiciere falta. No se pongan Vds. en camino sin orden mía para que yo sepa siempre donde estás. Tengo que mirar por ti, y lo primero es contar con que me obedecerás en todo absolutamente. Te quiere mucho y te manda muchos cariños tu papá 
B» 
«Santander 19 de Agosto 1908 
Mi querida María: por tu carta que recibi anoche, veo con mucho gusto que estuviste en Covadonga, el sitio donde realmente empieza la historia de España. Asi se aprenden las cosas mejor que en los libros. Yo estuve hace muchos años, la catedral, colegiata, o lo que sea, estaba no mas que empezada. Fui con unos amigos y dormimos en una hospederia que tenian los curas, muy mala por cierto. 
Es un sitio muy bonito y muy interesante. La gruta es preciosa, el sepulcro de Pelayo y de D. Alfonso I tambien tienen que ver. Pero, por dios, hija de mi alma, no escriba Pelallo, sino Pelayo, ni pongas llo, por yo, no sé en que pensaba tu maestra, que no os enseñó cosa tan facil de aprender. 
Me alegro que se pasen la vida entre bailes excursiones y festejos. Ya me parece que deben irse a Gijon. La mejor temporada es esta, y si se descuidan, vendrá tiempo de lluvias. 
Después de contestarme a esta carta, os ireis á Gijon y de allá me escribiras diciendome tus señas en Gijon. Hasta que yo reciba la primera carta de Gijon estaré aquí, y luego me iré á Puente Riesgo, mandándote sobre con la dirección del Balneario. 
Con lo que escribi á nuestro amigo el Don Lucas Llano, este te dará lo que necesiteis, y lo que necesiteis en Gijon allí te lo mandará. 
Que sigan de juerguecita en juerguecita y de fiesta en fiesta. Yo sigo trabajando en mi obrita para Sara, y hago vida de ermitaño sin salir nunca. 
Memorias á Dolores y á Dª Mercedes. 
Tu padre que muchisimo te quiere y te manda miles de cariños. Benito» 

 


 
 
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Lorenza Cobián. Una biografía. Por Luis Verde Muntan (Parte I)

Uno de los mayores aciertos en el bienio galdosiano y para el centenario del fallecimiento de Benito Pérez Galdós, fue el título de la exposición inaugurada en la Biblioteca Nacional de España: Benito Pérez Galdós. La verdad humana. 

La verdad humana”, ningún otro título podría definir con tanto acierto a Don Benito; el hombre y sus circunstancias, el ser humano a través de su persona y de su obra. Ser excepcional que más allá de su genio creador era como el común de los mortales. Capaz de afrontar la adversidad que llega de la propia vida y de los adversarios, la existencia de Galdós fue tan extraordinaria como su monumental obra. 

Pero entonces aparecieron los que en su desconocimiento de lo humano solo vieron a un mujeriego, y en los casos de mayor ignorancia, a un maltratador. Afortunadamente, en este año de celebración, muchos han tenido que rectificar; sin embargo, otros lo han hecho en apariencia, porque continúan pensándolo. 

En un alarde de sabiduría monacal, sin arrojar ni un pedrusco por sus pecados, tienen la desfachatez de afirmar catedrática y categóricamente que Galdós fue mujeriego, no por ser heterosexual ni por enamorarse, sino porque en su vida hubo muchas mujeres. Las contabilizan y dan sus nombres, centrando su interés en aquellas por las que pueden ofrecer mayor morbo al público interesado. 

Sí, Galdós se enamoró varias veces; en ocasiones lo enamoraron, lo conquistaron. «Te quiero, te abrazo, y pido a Dios que estés hecho una torre de fuerte, aunque sitien esa torre dueñas libertinas y suspironas doncellas», le había escrito Emilia Pardo Bazán... creo que antes de la insolación. 

Nublada su mente por la pasión llegó a tener dos amores a la vez, igual que doña Emilia. Quizás no todos han vivido una experiencia similar, pero os aseguro que le puede ocurrir y le ocurre a cualquiera, y Galdós no tiene porqué ser una excepción. 

Lo peor es que en ese alarde de puritanismo pasan de soslayo por dos mujeres que también fueron importantes en la vida del escritor. Buscan centrar el interés en una jovenzuela de los tiempos del Benito púber, sin la que el renovador de la novela española y máximo exponente del Realismo en España no hubiese llegado a eso ni a nada. Esa parece la intención. 

Las dos mujeres a las que me refiero son Lorenza Cobián González y Teodosia Gandarias Landate, el principio y el fin. 

Para algunos sabios, la primera tiene como máximo valor el analfabetismo y su condición de modelo de artistas; la segunda, parece haber acabado convertida en una anécdota. 

En el salón de la casa de D. Luis Verde Muntan, bisnieto de Galdós, se ilumina con luz propia el retrato de Lorenza pintado por José María Fenollera. Hoy, gracias a la férrea voluntad de este heredero, el cuadro recorre España junto a otros tesoros que forman parte de la citada exposición. 

Muchas veces he conversado con Luis sobre Lorenza y Teodosia, y mucho nos hemos disgustado al volver a encontrar al Galdós mujeriego en artículos y opiniones. Somos ya veteranos en esto de vivir y pasamos de muchos temas, pero las injusticias, el hablar sin conocimiento de causa y las elucubraciones sobre la vida del autor decimonónico visto con la mirada hipócrita del siglo XXI no van con nosotros. 

 Por eso Luis Verde escribió una biografía de su bisabuela; por eso le pedí autorización para publicarla en este Encuentro Galdosiano. Porque Lorenza Cobián tiene una importancia relevante en la vida de Galdós y también después del fallecimiento de este. 

Lorenza, madre de María. ¡Cuánta importancia tiene esto! 

¿Cuál hubiese sido el destino de la obra de Galdós sin María? Cuando nos centramos en lo humano y lo verdadero; cuando conocemos la historia reciente de España y sus circunstancias, podemos encontrar respuesta a esta pregunta. 

La vida de Lorenza Cobián es fundamental. Es deber de los biógrafos e investigadores tenerla presente. 

Gracias a Luis Verde Muntan hoy podemos hacerla humana, conocer sus orígenes, sus años con Galdós, su pensamiento y mucho más. 

Eduardo Valero García

 

 

    La relación de D. Benito Pérez-Galdós con la villa de Las Arriondas o sus alrededores no se limitan a esas líneas que aparecen en su obra El amigo Manso, aquÍ destacamos solamente algunas de su capítulo II – Yo soy Máximo Manso: 

“Soy asturiano. Nací en Cangas de Onís, en la puerta de Covadonga y del monte de Auseba. La nacionalidad española y yo somos hermanos, pues ambos nacimos al amparo de aquellas eminentes montañas, cubiertas de verdor todo el año, en invierno encaperuzadas de nieve; con sus faldas alfombradas de yerba, sus alturas llenas de robles y castaños, que se encorvan como si estuvieran trepando por la pendiente arriba; con sus profundas, laberínticas y misteriosas cavidades selváticas, formadas de espeso monte, por donde se pasean los osos, y sus empinadas cresterías de roca, pedestal de las nubes. Mi padre, farmacéutico del pueblo, era gran cazador y conocía palmo a palmo todo el país, desde Ribadesella a Ponga y Tarna, y desde las Arriondas a los Urrieles. Cuando yo tuve edad para resistir el cansancio de estas expediciones, nos llevaba consigo a mi hermano José María y a mí. Subimos a los Puertos Altos, anduvimos por Cabrales y Peñamellera, y en la grandiosa Liébana nos paseamos por las nubes.”

    La relación de Galdós con Las Arriondas es más profunda de lo que la gente conoce, de allí era Lorenza Cobián González, uno de sus grandes amores, y su pareja durante muchos años, con la que tuvo dos hijos, uno fallecido al poco de nacer, y la otra María Pérez-Galdós Cobián, su única hija viva y heredera.

María Pérez-Galdós Cobián (1907)

    La biografía de Pérez-Galdós es bien conocida, pero no asi la de Dª Lorenza Cobián González. Lorenza, la cual ha sido vilipendiada por la mayoría de los que han escrito sobre ella, en parte por culpa de la poca información escrita que se tiene, de los silencios de Galdós a su vida particular, a los de la familia y a los de amigos más íntimos, así como por la subjetividad, ideología o ideas rancias ancladas en el pasado de todos los que han escrito sobre ella. Puesto el “San Benito” ya es difícil quitarlo, Galdós “Garbancero” o para Lorenza, como algunos que se dignan a recogerla, apuntan cosas como está: “Galdós fue un mujeriego crónico y solterón empedernido, sus aventuras galantes recorren la escala social, desde Lorenza Cobián, una asturiana modelo de pintor, analfabeta, a la que pone piso y con la que gusta llamarse Sisebuto, hasta la suntuosa y magnífica Emilia Pardo Bazán, admiradora, amiga, amante y deliciosa corresponsal. Sostuvo económicamente a varias mujeres y tuvo algunos hijos, pero ocultos”.

    Ya es hora de hacer pública algunos retazos más de la vida de Lorenza, esos datos familiares, que han sido transmitidos de generación a generación hasta los tataranietos del autor y que pasamos a contar: 

    Lorenza nace un 21 de mayo de 1851 en la casa familiar denominada el Gayan, es hija de D. Tomas Cobián y de Dª Josefa González. 

    El Gayan pertenece a la aldea de Bodes en el concejo de Parres y cuya capital es Las Arriondas. El Gayan está situada en la falda sur del monte más alto de la cordillera del Sueve, denominado Pico Pienzu. Es una de las tres casas más cercanas a la cumbre por esa ladera, en concreto la tercera desde el Fitu lugar de paso entre la ladera sur y la norte. Picu Pienzu tiene 1149 m de altitud, y dista 5 km de la costa, lo que le convierte en una de las cumbres más altas próximas al mar del mundo, con unas maravillosas vistas: al Norte, el Cantábrico y las localidades costeras asturianas desde Llanes por el Este hasta Gijón por el Oeste; en días muy claros la vista alcanza aún más lejos. Al Sur, la cordillera Cantábrica, con los majestuosos Picos de Europa, y en el intermedio, todo el rosario de pueblos interiores del oriente de la región, divisándose las montañas de los concejos de Ribadesella, Parres, Caravia, Colunga y Cangas de Onís. 


    La casa familiar era de piedra y madera, su tamaño era reducido y no muy alta, aunque constaba de dos alturas (En vida de su hija María fue convertida en cuadra, por lo que no se puede decir como era su distribución), estaba construida al suroeste del pequeño monte familiar, en terreno calcáreo ganado a esa mínima cumbre, con lo cuál la casa quedaba protegida al noroeste por esa ladera. Este es el momento para puntualizar que la familia se dedicaba a la construcción, trabajaban la piedra (eran canterus) y la madera, y por lo tanto es de suponer que la casa fue levantada por sus propias manos. La denominación el “Gayan” no deja dudas sobre cual era la principal dedicación de la familia, la construcción. La posesión familiar constaba de ese mencionado monte, ricamente arbolado, de una huerta, y un prado (prau) de rica yerba y maizal. 

    La posesión era pequeña, con lo cual la familia solo podría tener una o dos vacas lecheras, algunas gallinas y pitus. No obstante, la ubicación de la casa ponía a la familia en una situación privilegiada, estaban en la linde de los terrenos comunes del concejo, con un espeso bosque, por no llamarlo selva, pues casi no entraba el sol en días claros, rico en castaños, hayas, fresnos, abedules, avellanos, olmos, arces, tejos y pinos, con lo cual tenían madera al alcance de la mano (actualmente la zona esta desforestada, pero impresionaba hace medio siglo). La zona común del concejo también contaba con praderías y la majada del Bustacu, lo que permitía a la familia tener pastando libremente, con la marca de la familia, vacas para carne y algún que otro asturcón (caballo autóctono de los que aún quedan algunos ejemplares), y dada la situación de la casa ese ganado estaba más estrechamente vigilado que el de otros lugareños más alejados de la zona. Tampoco debía ser desdeñable la caza. 

    El clima de la zona, aunque suavizado por la proximidad del mar es húmedo, lluvioso y más frió cuanto más cerca se este de la cumbre de Pienzu, pero en un día soleado las vistas desde la casa son idílicas, se ve el valle y las montañas hasta Las Arriondas y justo enfrente los picos de Europa, y si a eso unes que las nubes estén mas bajas que la casa, agarradas al valle, sientes que estas cerca del cielo. 

    Pero remontémonos a mayo de 1851 y fechas posteriores. Lorenza abre los ojos en una pequeña casa, oscura, porque las ventanas y puerta son pequeñas, para guardar mejor el calor del hogar, seguramente cerca de la lumbre, pues los días aún son bastante fríos y húmedos, rodeada de hermanos que fueron creciendo a su lado y emigrando a las Americas, donde se les perdió de vista. El bebe no saldrá de la casa, salvo los días soleados y calidos, y seguramente dormito sobre la yerba los días calurosos del verano, bajo la sombra de la higuera que presidía la entrada de la casa, donde más niña seguro que escalaría para coger higos, como hicieron hasta sus biznietos, años más tarde. 

    Los padres de Lorenza debían trabajar duro, para sacar adelante a tanto rapaz, en un sitio rico pero duro y prácticamente aislado. Los crius mayores deberían de ocuparse de los pequeños y hacer labores en la posesión, integrándose más y más según crecían. Los días cálidos y soleados seguro que era fiesta en la casa, con los pequeños corriendo por el prau calzando pequeñas madreñas o descalzos como corzos. Pero los días lluviosos y fríos, la mayoría del año, la casa les debería parecer a esos rapazes una cárcel. 

    Los Cobián según crecían pasaban de las labores de la posesión a acompañar al padre al bosque o a buscar el ganado libre por la montaña, eso les permitía investigar o escapar al Fitu para ver la mar de lejos y soñar con escapar. Las niñas más atadas a la casa tendrían menos oportunidades de hacer correrías, pero seguro que Lorenza cuando acudía a la fuente de matavaques para llevar agua a la casa, también se escapó al Fitu, para ver la mar, por cierto, el agua de esa fuente esta helada hasta en verano. 

    Las relaciones de los pequeños Cobián con otras personas se limitaban al trato con las gentes de las casas más próximas o con algún aldeano que pasara por allí para tratar con el padre y poco mas, sobre todo para las chicas, que no ayudarían al padre en las tareas de construcción. Solo los más mayores bajarían con el padre al mercado de Las Arriondas para hacer algún trato. Seguro que en su tierna edad no conocieron ni la iglesia o la escuela, pues estaban alejadas de la posesión, con lo cual su educación descansaba en lo que les enseñaran sus padres. No obstante, toda la familia acudiría a la fiesta de Bodes y a alguna otra romería, si el tiempo y el trabajo acompañaban. 

    Lorenza es llevada por sus tíos sin hijos a su casa de Santander, que la acogen como una hija. En esa casa deja a un lado su fuerte acento asturiano y el bable, es domesticada y pulida, formándose como mujer y aprendiendo incluso algunas letras. Estos familiares tienen la diligencia que une Gijón con Santander capital (No conocemos la fecha ni la edad de Lorenza, pero era ya una incipiente adolescente). 

    Cuando ella cuenta con más o menos veinte años y el veintiocho, es decir el verano de 1871 o posterior, conoce a D. Benito. Su hija María contaba que cuando su padre vio por primera vez a su madre, hizo una cosa rara en él, se jacto de quien era, y le pregunto a la chica si sabía quién era él y al oír su negativa, le dijo su nombre, pero ella quedo indiferente, ante esto él vanagloriándose le pregunto si no había leído algo suyo, y ella le espeto: ni suyo, ni de nadie, se poco de letras …(Los sabios que conocen la anécdota, no resaltan que Galdós ha tomado en ese instante a esa chica por una mujer que debía de ser culta, debido a su aspecto y presencia, sino que destacan que ella es analfabeta por no saber suficientes letras).

Postal escrita por Lorenza para su hija María. Madrid, 29 de abril de 1903

    Lorenza con su piel tersa y clara, su bonito pelo y una mirada clara, intensa y dulce, atrajo al mujeriego Benito, pero se sabe que lo que debió enamorarle ese verano fue su fuerte personalidad y simpatía. 

    El cuándo y el cómo consiguió enamorarla es secreto del sumario, si lo consiguió el primer verano que se conocieron, nadie lo puede decir. Lo que sí está claro es que Galdós regresa año tras año a Santander y ella esta con él, como amiga, novia o amante nadie lo puede decir, pues a la vela que los iluminó, no le pudimos preguntar. 

    De los tíos que la ampararon en su casa de Santander nada más se sabe. Caben dos posibilidades: 

- Que los tíos fallecieran y ella, a la que habían ahijado, liquidara el negocio familiar y con ese capital intentara comenzar una nueva vida en Madrid. 

- Que los tíos, disgustados, rompieran su relación con ella cuando quedo embarazada del primer hijo de Benito. De ese hijo sabemos que muere al nacer o al poco tiempo y esto afecta mucho al padre de la criatura. 

    Más o menos entre 1874 y 1876, dependiendo de lo ya comentado, Lorenza llega a Madrid. Benito amparara a esa amiga, novia o madre de su hijo, en esa capital que él bien conoce. Es bien conocido que Galdós, desde el comienzo de su relación con Lorenza, se ocupa de aumentar sus conocimientos y la ilustra. Seguramente fue Benito quien presento a Lorenza a los pintores de la época Arredondo, Emilio Sala, los hermanos Mélida, Pellicer, Apeles Mestres, Soler, Fenollera y que ella para ganarse unos dineros decidiera posar para ellos. De Fenollera es el cuadro de Lorenza, que ilustra esta biografía. Alfonso Fernández-Cid Fenollera, nieto del pintor, el cual publicará en breve un libro sobre “Fenollera”, en correspondencia con Luis Verde biznieto de Galdós, le dice: “Me ha llegado que Doña Lorenza había sido modelo de algunos pintores en Madrid, allí la pinto mi abuelo, y conociendo posteriormente a D. Benito y sabiendo de su relación con ella, suponemos que le regaló el retrato” 

    Ella con su propio capital, caso que hubieran fallecido sus tíos, o con la ayuda económica de Benito se acomoda en diferentes sitios de Madrid. A ella le gusta cambiar de vivienda, y la razón es que, en aquellos años, los pisos son pintados y arreglados cuando cambian de inquilino, y resulta barato tomar un carro de mano y transportar las cosas personales, otra razón es que el gasto en alquiler se puede acomodar al dinero que se tenga en cada momento. Esta costumbre de Lorenza la mantiene hasta su muerte y es muy probable que tanto cambio de domicilio aumentara la historia negra del Galdós mujeriego, ya que nadie puede dudar que fuera a visitarla asiduamente. 

    En los veranos Lorenza se trasladaba a Santander, donde, como es lógico, contaba con amistades, seguramente esas estancias coincidían con los traslados de Galdós a esa ciudad y desde allí visitaba a su familia en Bodes. 

    Es cierto que Galdós se enamoró de Santander en el verano de 1871 de la mano de Pereda, pero también allí conoció a su Lorenza. Y no sería un disparate pensar que, ella influenciara positivamente para que él volviera verano tras verano y se hiciera su casa en Santander “San Quintín”. Los estudiosos siempre ven la puesta en escena de los personajes de Galdós en Santander o Asturias, de la mano de Pereda y Clarín, pero nadie se ha fijado que a su lado tenia a una asturiana de Bodes, bien ilustrada sobre aquellos parajes y que conoce mil historias que cuentan los viajeros en la diligencia entre Santander y Gijón, asi que seguramente Marianela, El Doctor Centeno, El Amigo Manso, etc., tienen la huella de Lorenza. 

    La pareja como casi todas, han tenido en esos años sus problemas y altibajos, pero se les sitúa juntos en el Santander de 1890 y en la primavera de ese año, cuando ella cuenta con 39 años y él los 47 años, queda de nuevo embarazada. Ella no duda en ningún momento de que esta embarazada, pero dada su edad deciden consultar al médico sobre los primeros trastornos y este diagnostica que los mismos se deben a un tumor, Lorenza, muy suya, no toma en serio dicho diagnóstico y no toma medidas. Benito viendo su estado se queda a su lado en Santander, allí ella puede contar con su familia más próxima, como su hermana Dolores. 

    El 12 de enero de 1.891 Lorenza se pone de parto, el Certificación del Acta de Nacimiento (Se puede ver una copia en la Casa Museo de Las Palmas) nos dice que en Santander Una niña nació en la casa nº 24 piso 3.º, de la Cuesta del Hospital, a las diez de la mañana del día 12 del corriente. Que es hija ilegítima de D. ª Lorenza Cobián, natural de Bodes, provincia de Oviedo, mayor de edad, soltera, dedicada a las ocupaciones de su casa y vecina de la del nacimiento, que es nieta por línea materna de D. Tomás Cobián Y de D. ª Josefa González, casados, labradores, naturales y vecinos de dicho Bodes, y que a la expresada niña se le había de poner el nombre de María". 

 

María y Lorenza Cobián

    El padre cuando ve que todo está bien realiza un viaje relámpago y regresa a los pocos días al lado de de Lorenza y de su hija para pasar los siguientes meses a su lado, hasta que la niña prospere y se puedan trasladar de nuevo a Madrid. Galdós mientras se ocupa de su obra Ángel Guerra (1890 – 1891) y cosa curiosa aparecen dos Lorenzas como personajes, Lere y aquella vecina que se enfrenta al padrastro de esta y le da cuatro pescozones. 

    Benito intenta en varias ocasiones casarse con Lorenza, pero esta se niega, pues aduce que cuando la gente se casa se pierde la ilusión y el amor se corrompe, quizás en su fuero interno le asustaba enfrentarse a la familia de Galdós. También le niega a que María sea reconocida como hija por él, pues teme perderla.

 

Lorenza Cobián. Una biografía (Parte II) >