Mostrando entradas con la etiqueta TEATRO. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta TEATRO. Mostrar todas las entradas

2 de diciembre de 2020

El Coliseo de los Caños del Peral

Por Eduardo Valero García

 
    Quienes utilizan el servicio del Metropolitano de Madrid, y los apasionados por la historia de nuestra ciudad, conocen el Museo Arqueológico Caños del Peral, situado en el segundo nivel de la estación de Ópera, a ocho metros de profundidad bajo la plaza de Isabel II. Lleva por nombre el de los antiguos baños y fuente que allí existieron. 
 
    Su condición de fuente pública viene del año 1263, cuando Alfonso X otorga privilegio a la Villa de Madrid concediendo un solar que había sido baños y cuyos orígenes vienen del Madrid árabe. La fuente que les abastecía de caudal continuará funcionando hasta el siglo XVIII y desaparecerá en el siglo XIX. 
 
    A finales del siglo XVI, en aquella plazuela de los Caños del Peral el Ayuntamiento proyectará la construcción de unos lavaderos que funcionarán hasta 1708, año en que la compañía de los farsantes italianos de Francesco Bartoli solicitará su arriendo «para fabricar un teatro». Y así lo hicieron los trufaldines, distinguiendo el nuevo teatro de los Caños del Peral sobre los corrales del Príncipe y de la Cruz. Las representaciones de comedias cantadas y primitivas óperas italianas tuvieron gran éxito porque se ponía al alcance del pueblo, muy poco acostumbrado a estos espectáculos propios de palacios y del Coliseo del Buen Retiro, inaugurado en 1640. 
 
    En 1737 el Corral de Trufaldines será derribado por orden del «animoso» rey Felipe V para construir un teatro donde poder representar ópera italiana al uso francés. Las obras fueron costeadas por el marqués Scotti -a la sazón, mentor y director del teatro- y después por el mecenas Francisco Palomares, propietario hasta 1792. 
 
    El nuevo Coliseo de los Caños, proyectado por el arquitecto italiano Virgilio Rabaglio, se convertirá en el de mayor tamaño de los teatros madrileños, con una superficie que duplicaba la del Príncipe y de la Cruz. Los planos realizados en 1788 por Francisco Sánchez muestran la fisonomía del afrancesado teatro. Las obras realizadas en 1767 por el conde de Aranda para dedicarlo a los bailes de máscaras variaron en poco su aspecto original, por lo que podemos decir que las siguientes imágenes son retrato fiel del construido en 1737. 
 



 


 
    El domingo de Carnaval del año 1738 era inaugurado con la representación de la ópera Demetrio, de Johann Adolph Hasse. 
 
    En resumen, obviando los muchos avatares del teatro de los italianos a lo largo de su existencia, el inaugurado Coliseo de los Caños del Peral será el primer teatro de la Casa de Borbón en Madrid y dedicado plenamente a la ópera italiana. Costeado por la Corona, tuvo momentos de crisis por falta de sustento económico. 
 
    Felipe V, rey melancólico, con claros signos de demencia, construyó su Versalles particular en la Granja de San Ildefonso y apaciguó sus patologías con la voz del famoso castrati Farinelli, que por esta corte anduvo. 
 
 
 
 
    El coliseo continuará funcionando durante los reinados de Fernando VI y su sucesor, Carlos III, hijo de Felipe V e Isabel de Farnesio. 
 
    Cerrados los teatros y las representaciones operísticas desde 1777, en 1786 se concede a los Reales Hospitales General y de La Pasión el aprovechamiento del de los Caños del Peral y se realizan obras en su interior. Así se recordaba en el Diario Curioso, Erudito, Económico y Comercial del 17 de enero de 1787: 
 

 
    Finalizada la remodelación, en enero de 1787 se reabre con la representación de la ópera Il Medonte, de Giuseppe Sarti. En los intermedios hubo dos bailes pantomimos: el primero basado en la ópera La Dido, y el segundo correspondiente a una pieza musical de la zarzuela Los villanos en la corte
 
    El Correo de los Ciegos de Madrid se verá obligado a publicar el argumento de Il Medonte al observar que muchas personas «apenas han comprehendido su asunto á causa de no entender el italiano, y no poderse proporcionar la obra impresa en aquel idioma y el castellano». 
 
    Ese mismo año la Sala de Señores Alcaldes de Casa y Corte autorizará el establecimiento de una Fonda (Café en otras noticias) y Botillería en el Coliseo «bajo las reglas más oportunas para la decencia y decoro»: 

 

 
    Además, ajustándose a normas de conducta ausentes en la actualidad -salvo la prohibición de fumar-, los que acudían al café y botillería no debían hablar alto para no incomodar a los demás, ni cantar, silbar o fumar, «observando todos la mayor compostura y decoro en ademanes, palabras y mutua conversación». Estas instalaciones funcionaban únicamente los días de representación y, aunque podían servir a personas que no acudían al teatro, se les prohibía la entrada mientras duraba la ópera. 
 
    En la siguiente lista de aranceles podemos ver lo que allí se ofrecía y sus precios: 


    El día de San Carlos de 1787, el teatro mostró una iluminación espectacular. Así lo contaba El Observador al hacer referencia a lo perdido que estaba el teatro en Madrid: 


    Desde 1787 y hasta el 1800, el teatro se abría al público el 1º de octubre hasta el 1º de julio, comenzando las representaciones a las siete y media de la tarde y debían finalizar antes de las once de la noche. Para evitar atropellos, el ingreso y salida del recinto se hacía de forma ordenada. Para tal fin, los carruajes podían parar en la entrada lateral, frente al jardín de las monjas de Santo Domingo; las mujeres de la cazuela accedían por la puerta opuesta, frente al Juego de pelota, y por la puerta de la fachada principal la gente de a pie que acudía al patio, galeria, aposento y tertulia. 
 
    Para los carruajes también se estableció un orden, evitando que estos obstaculizaran la entrada principal, como podemos apreciar en el siguiente plano. Para hacer cumplir la reglamentación, piquetes de Dragones o Caballería se apostaban en las bocacalles y plazuela del coliseo. La guardia de Infantería controlaba el interior del teatro, observando con celo la prohibición de embozados.
 

 
 
    Algunos autores aseguran que durante el reinado de José I (1808-1813) el teatro permanecerá cerrado, pero eso es incorrecto. Continuaron las representaciones, pero con un público más afrancesado, militares la mayoría. 
El 23 de julio de 1808 las paredes de las casas de Madrid aparecieron empapeladas con el bando que decía: 
«El Rey Nuestro Señor (q. D. g.), por su Real decreto de 21 de este mes y Real orden de ese día, se ha servido señalar, para su proclamación en esta villa, el día 25 del corriente, a las cinco de la tarde».
    Desde el Ayuntamiento salió la comitiva por las calles de la villa deteniéndose en diferentes puntos para la ceremonia de proclamación. Estos puntos fueron el arco de Palacio; Plaza Mayor; Plaza de las Descalzas Reales y Plaza de la Villa. El cuatro veces proclamado monarca no estuvo presente, por lo que debajo del bando aparecía esta cuarteta:
 
«Bien para comedia está
lo de la proclamación;
son cuatro actos y un pendón, 
y eso que Pepe no va». 
 
    En el Coliseo de los Caños del Peral y en el teatro de la Cruz hubo funciones de gala con las representaciones de la ópera en un acto La prueba de Horacio y Curiacio, y el baile de Lefebre Don Quijote de la Mancha o las bodas de Camacho, en el primero; la comedia Dejar lo cierto por lo dudoso y algunas tonadillas y sainetes en el segundo. 
En el teatro del Príncipe se puso en escena Las trampas de Garulla, bolero y tonadilla. Durante su reinado se representaron óperas italianas y bufas, con intermedios de bailes pantomimos; también bailes de máscaras. 
 
    El monarca invasor intentaba poner orden en la ciudad y también en el teatro: 
 
Diario de Madrid. Mayo de 1810

     Y para evitar herir sensibilidades, aunque muchos conventos e iglesias había derribado, ordenaba:
Diario de Madrid. Marzo de 1811

    Huido el rey francés, la entrada a Madrid de las tropas dirigidas por Lord Wellington es recibida con entusiasmo. El 18 de agosto 1812 dieron una función los empresarios de los bailes de máscaras del teatro: 
Diario de Diario de Madrid. 18 de agosto de 1812

    El día 15 de enero de 1814 se verificó en el teatro la apertura de las Cortes generales ordinarias. Pocos meses más tarde se restablecía el absolutismo. 
 
    Atalaya de la Mancha en Madrid, del 30 de mayo de 1814, exaltaba la figura de Fernando VII y decía:
«En España, en este país que se desdeña de haberos dado cuna, pensaríais encontrar el trono ocupado por un extranjero estúpido, o tal vez por una Regencia que respetase el imperio de la voz que se pronunciaba en los Caños del Peral». 
    En 1817, después de varios informes sobre el estado ruinoso del teatro, realizados sucesivamente por los arquitectos Ventura Rodríguez, Juan de Villanueva y Antonio López de Aguado, el rey ordenó su demolición. 
 
    En 1818 ya no quedaban vestigios del fabuloso coliseo sino en la memoria de los madrileños mayores. El 23 de abril de ese año, en su solar se pondrá la primera piedra del edificio que en 1841 será sede parlamentaria y a partir del 19 de noviembre de 1850 uno de los más importantes teatros europeos. 
 
 
 

 

 

 

 

 

Eduardo Valero García

Autor de los libros Historia de Madrid en pildoritas y Benito Pérez Galdós. La figura del realismo español. Editorial Sargantana. Autor/editor de la publicación seriada Historia urbana de Madrid

 

Madrid y el teatro. Por Elvira Menéndez

 

   

    Si hay algo con lo que se puede identificar a Madrid es con el teatro. En los corrales o patios de vecinos donde se guardaba el ganado surgió, en el último tercio del siglo XVI, un teatro tan dinámico, divertido y popular, que encandiló a los habitantes de la villa y no tardó en extenderse al resto de la península, a los dominios españoles de América y al resto de Europa. No es exagerado decir que en Madrid se “inventó” el teatro moderno occidental, gracias al dinamismo que Lope de Vega le imprimió. 

    Poco después de establecer la corte en Madrid, en 1565, Felipe II autorizó a las Cofradías de la Pasión y de la Soledad a que buscasen lugares fijos donde hacer representaciones teatrales. No lo hizo guiado por amor al teatro, sino con el fin de que subvencionaran hospitales con parte del precio de las entradas, lo que se conocía como la sisa. 

    En los corrales o patios de Madrid ya se representaban farsas, pasos, entremeses y otras obras, pues la forma rectangular de esos espacios facilitaba que, en uno de sus extremos, se colocase un tablado donde los cómicos pudiesen actuar. 

    Las Cofradías de la Pasión y de la Soledad se limitaron a habilitar estos corrales para hacer representaciones permanentes, y se los denominó “corrales de comedias” porque, de alguna forma, conservaban su estructura original. 

    Los balcones de las casas que daban al corral se convirtieron en aposentos (las entradas más caras, donde la nobleza y el alto clero veían la representación ocultos tras celosías). Los desvanes o tertulias estaban en el segundo piso, debajo del tejado, y solían ser ocupados por religiosos e intelectuales. En los laterales y mitad delantera del patio se instalaron bancos corridos, que solían ocupar artesanos y comerciantes. La mitad trasera del patio, separada de los bancos por una viga denominada el “degolladero” por estar situada a la altura del cuello, la ocupaban los más humildes: los mosqueteros (se denominaba así a los artesanos, criados, soldados y comerciantes modestos, que armados con pitos y otro objetos ruidosos decidían el éxito de la obra). 

    Para las mujeres, que tenían una entrada separada, se construyó un espacio en el primer piso, frente al escenario, denominado la cazuela; se dice que sus murmullos semejaban el burbujear de un líquido hirviendo. Justo debajo de la cazuela estaba la alojería, en la que se vendían bebidas y tentempiés para consumir durante la representación. La aloja era una bebida muy popular en la época, que se hacía con agua, miel y especias, y con frecuencia, contraviniendo la legislación, se mezclaba con vino. 

    Los dos espacios teatrales que más relevancia tuvieron en esa época fueron el Corral del Príncipe y el de la Cruz. Comencemos por la historia del primero. A Isabel Pacheco le compraron un corral que primero se denominó Corral de la Pacheca y posteriormente del Príncipe por estar situado en la calle del mismo nombre. La primera representación se llevó a cabo el 21 de septiembre de 1583 y, desde entonces, no ha dejado de hacerse teatro en ese lugar. En el siglo XVIII, después de las obras que lo convirtieron en un teatro a la italiana, pasó a llamarse Coliseo del Príncipe y en 1839, tras un incendio y su posterior reconstrucción, pasó a denominarse Teatro Español. Pero el escenario ha permanecido en el mismo sitio durante todos estos siglos, por lo que se puede decir que el lugar de representación más antiguo del mundo es el hoy denominado Teatro Español. 


    El Corral de la Cruz, situado en la calle del mismo nombre, fue inaugurado en fechas similares. Se derruyó en 1859 pero cerca de la plaza del Ángel ―en el lugar que ocupaba el corral―, hay una placa y una pintura conmemorativas.

    Madrid era una villa modesta que, al ser declarada Corte, acogió en pocos años a gentes procedentes de toda la península y aún de Europa, beneficiándose del sincretismo cultural que estos nuevos vecinos aportaron. Por las calles de su Barrio de las Letras, también llamado de las Musas o de los Comediantes, deambularon, en el Siglo de Oro, asombrosos dramaturgos como Lope de Vega, Calderón de la Barca, Tirso de Molina, Miguel de Cervantes, Guillem de Castro, Ruiz de Alarcón, Vélez de Guevara, etc. que, junto con los sobresalientes cómicos que también vivían en ese barrio o lo frecuentaban ―la casa de ensayos estaba situada en la calle de las Huertas― construyeron uno de los teatros más importantes de la cultura occidental. 

    El espíritu de todos estos dramaturgos y cómicos pulula aún por el barrio de las Letras. En la antigua calle Cantarranas (llamada hoy calle de Cervantes) está la casa donde vivió Lope de Vega, el poeta de comedias que dinamizó la escena dividiendo las obras en tres actos (planteamiento, nudo y desenlace) y mezclando lo trágico con lo cómico. Cerca, en la antigua calle Francos (hoy llamada calle de Lope de Vega), está la casa donde vivió Cervantes los últimos años de su vida. Haciendo esquina con su casa estaba el mentidero de la calle del León, donde los cómicos se reunían para averiguar qué obras se iban a representar, cuales se estaban escribiendo, si había en ellas algún papel que se acomodara a sus características y ¡cómo no!, para chismorrear. 

    Cervantes, un enamorado del teatro, se asomaba al balcón para verlos y escucharlos platicar. Una placa colocada en uno de los laterales de su casa recuerda este Mentidero de Cómicos. Cervantes, además de ser un genial novelista, tuvo la vocación de escribir teatro, aunque pocas de sus obras llegaron a ser representadas. De no haber coincidido con dramaturgos tan brillantes como Lope de Vega, al que tanto admiraba, hubiera recibido sin duda más consideración en este terreno. 

    En la calle Cantarranas vivió también uno de los más grandes cómicos de aquel tiempo: Juan Rana, un hombre deforme y de corta estatura, pero un verdadero genio de la interpretación. Otros cómicos como María Riquelme, Agustín de Rojas Villandrando ―autor y comediante―, Alonso de Olmedo, La Baltasara, Jusepa Vaca o María Calderón etc. también vivieron o frecuentaron el barrio de las Letras.

    Aunque en la mayoría de los países de Europa los papeles femeninos eran representados por hombres, en España, el 17 de noviembre de 1587, el Consejo de Castilla autorizó la presencia de actrices en los escenarios. Aunque con dos condiciones: “que estuviesen casadas y acompañadas por sus cónyuges, y que las dichas actrices siempre representasen en hábito de mujer”. 

    Los empresarios se apresuraron a contratar mujeres representantas creyendo, no sin razón, que su actuación atraería al público y daría mayor veracidad a los textos. Sirva de ejemplo que pocos días después del edicto, el empresario Jerónimo Velázquez otorga un poder a su yerno, Cristóbal Calderón, para que en su nombre pudiera buscar en cualquier lugar actrices casadas para poderlas incorporar a su compañía, trayéndolas a su costa. 

    Muchas cómicas contrajeron matrimonios de conveniencia (en algunos casos con mariones, que era como se conocía a los homosexuales), y hubo frecuentes denuncias a actrices solteras por subirse al escenario. Lo de no representar en traje de hombre se cumplió aún menos, basta leer las obras de la época para comprobarlo. 

    Las actrices de los siglos XVI y XVII, que por su oficio usualmente sabían leer y escribir y se codeaban con intelectuales, fueron muy admiradas en la época tanto por las clases altas como por las populares, al igual que sucedía con los actores. La Iglesia no permitía que los cómicos fueran enterrados en sagrado y aprovechaba cualquier pretexto para prohibir las representaciones, por considerarlas pecaminosas. Por otro lado, había muchos religiosos fascinados por el teatro, y era frecuente que se hiciesen representaciones privadas en conventos y monasterios, al igual que en casas de nobles y en el Real Alcázar. 

    Paralelo al teatro popular, surgió otro de corte que, al disponer de más medios económicos, utilizó vestuario y decorados tan sofisticados, que causarían admiración hoy en día. 

    El lago del Retiro fue usado para hacer “naumaquias” o batallas de barcos y para representar obras de teatro, óperas y zarzuelas sobre barcas y en la islilla que entonces había en medio del estanque. Cuando se terminó el Palacio del Buen Retiro, se construyó en él un Real Coliseo para representaciones cortesanas de gran magnificencia.


    En aquella época se formó la estructura teatral que ha llegado prácticamente hasta nuestros días: directores (el jefe o jefa de la compañía solía encargarse de dirigir la obra y recibía el nombre de “autor”, aunque no la hubiese escrito), actores, músicos, bailarines, carpinteros, apuntadores y acomodadores (entonces llamados apretadores porque “apretaban” al público para que cupiese más). 

    De Madrid partieron compañías que llevaron el teatro a todos los corrales de la península, donde a su vez surgieron otros dramaturgos y cómicos que hicieron del teatro español uno de los más grandes de Europa. 

 


Elvira Menéndez 
Soy actriz, guionista y desde hace más de treinta años escribo libros para niños.
Desde hace diez, también novelas históricas para adultos.
Basada en mi primera novela “El Corazón del Océano”, Antena 3 hizo una serie televisiva.