Por Eduardo Valero García
Quienes utilizan el servicio del Metropolitano de Madrid, y los apasionados por la historia de nuestra ciudad, conocen el Museo Arqueológico Caños del Peral, situado en el segundo nivel de la estación de Ópera, a ocho metros de profundidad bajo la plaza de Isabel II. Lleva por nombre el de los antiguos baños y fuente que allí existieron.
Su condición de fuente pública viene del año 1263, cuando Alfonso X otorga privilegio a la Villa de Madrid concediendo un solar que había sido baños y cuyos orígenes vienen del Madrid árabe. La fuente que les abastecía de caudal continuará funcionando hasta el siglo XVIII y desaparecerá en el siglo XIX.
A finales del siglo XVI, en aquella plazuela de los Caños del Peral el Ayuntamiento proyectará la construcción de unos lavaderos que funcionarán hasta 1708, año en que la compañía de los farsantes italianos de Francesco Bartoli solicitará su arriendo «para fabricar un teatro». Y así lo hicieron los trufaldines, distinguiendo el nuevo teatro de los Caños del Peral sobre los corrales del Príncipe y de la Cruz. Las representaciones de comedias cantadas y primitivas óperas italianas tuvieron gran éxito porque se ponía al alcance del pueblo, muy poco acostumbrado a estos espectáculos propios de palacios y del Coliseo del Buen Retiro, inaugurado en 1640.
En 1737 el Corral de Trufaldines será derribado por orden del «animoso» rey Felipe V para construir un teatro donde poder representar ópera italiana al uso francés. Las obras fueron costeadas por el marqués Scotti -a la sazón, mentor y director del teatro- y después por el mecenas Francisco Palomares, propietario hasta 1792.
El nuevo Coliseo de los Caños, proyectado por el arquitecto italiano Virgilio Rabaglio, se convertirá en el de mayor tamaño de los teatros madrileños, con una superficie que duplicaba la del Príncipe y de la Cruz. Los planos realizados en 1788 por Francisco Sánchez muestran la fisonomía del afrancesado teatro. Las obras realizadas en 1767 por el conde de Aranda para dedicarlo a los bailes de máscaras variaron en poco su aspecto original, por lo que podemos decir que las siguientes imágenes son retrato fiel del construido en 1737.
El domingo de Carnaval del año 1738 era inaugurado con la representación de la ópera Demetrio, de Johann Adolph Hasse.
En resumen, obviando los muchos avatares del teatro de los italianos a lo largo de su existencia, el inaugurado Coliseo de los Caños del Peral será el primer teatro de la Casa de Borbón en Madrid y dedicado plenamente a la ópera italiana. Costeado por la Corona, tuvo momentos de crisis por falta de sustento económico.
Felipe V, rey melancólico, con claros signos de demencia, construyó su Versalles particular en la Granja de San Ildefonso y apaciguó sus patologías con la voz del famoso castrati Farinelli, que por esta corte anduvo.
El coliseo continuará funcionando durante los reinados de Fernando VI y su sucesor, Carlos III, hijo de Felipe V e Isabel de Farnesio.
Cerrados los teatros y las representaciones operísticas desde 1777, en 1786 se concede a los Reales Hospitales General y de La Pasión el aprovechamiento del de los Caños del Peral y se realizan obras en su interior. Así se recordaba en el Diario Curioso, Erudito, Económico y Comercial del 17 de enero de 1787:
Finalizada la remodelación, en enero de 1787 se reabre con la representación de la ópera Il Medonte, de Giuseppe Sarti. En los intermedios hubo dos bailes pantomimos: el primero basado en la ópera La Dido, y el segundo correspondiente a una pieza musical de la zarzuela Los villanos en la corte.
El Correo de los Ciegos de Madrid se verá obligado a publicar el argumento de Il Medonte al observar que muchas personas «apenas han comprehendido su asunto á causa de no entender el italiano, y no poderse proporcionar la obra impresa en aquel idioma y el castellano».
Ese mismo año la Sala de Señores Alcaldes de Casa y Corte autorizará el establecimiento de una Fonda (Café en otras noticias) y Botillería en el Coliseo «bajo las reglas más oportunas para la decencia y decoro»:
Además, ajustándose a normas de conducta ausentes en la actualidad -salvo la prohibición de fumar-, los que acudían al café y botillería no debían hablar alto para no incomodar a los demás, ni cantar, silbar o fumar, «observando todos la mayor compostura y decoro en ademanes, palabras y mutua conversación».
Estas instalaciones funcionaban únicamente los días de representación y, aunque podían servir a personas que no acudían al teatro, se les prohibía la entrada mientras duraba la ópera.
En la siguiente lista de aranceles podemos ver lo que allí se ofrecía y sus precios:
El día de San Carlos de 1787, el teatro mostró una iluminación espectacular. Así lo contaba El Observador al hacer referencia a lo perdido que estaba el teatro en Madrid:
Desde 1787 y hasta el 1800, el teatro se abría al público el 1º de octubre hasta el 1º de julio, comenzando las representaciones a las siete y media de la tarde y debían finalizar antes de las once de la noche. Para evitar atropellos, el ingreso y salida del recinto se hacía de forma ordenada. Para tal fin, los carruajes podían parar en la entrada lateral, frente al jardín de las monjas de Santo Domingo; las mujeres de la cazuela accedían por la puerta opuesta, frente al Juego de pelota, y por la puerta de la fachada principal la gente de a pie que acudía al patio, galeria, aposento y tertulia.
Para los carruajes también se estableció un orden, evitando que estos obstaculizaran la entrada principal, como podemos apreciar en el siguiente plano. Para hacer cumplir la reglamentación, piquetes de Dragones o Caballería se apostaban en las bocacalles y plazuela del coliseo. La guardia de Infantería controlaba el interior del teatro, observando con celo la prohibición de embozados.
Algunos autores aseguran que durante el reinado de José I (1808-1813) el teatro permanecerá cerrado, pero eso es incorrecto. Continuaron las representaciones, pero con un público más afrancesado, militares la mayoría.
El 23 de julio de 1808 las paredes de las casas de Madrid aparecieron empapeladas con el bando que decía:
«El Rey Nuestro Señor (q. D. g.), por su Real decreto de 21 de este mes y Real orden de ese día, se ha servido señalar, para su proclamación en esta villa, el día 25 del corriente, a las cinco de la tarde».
Desde el Ayuntamiento salió la comitiva por las calles de la villa deteniéndose en diferentes puntos para la ceremonia de proclamación. Estos puntos fueron el arco de Palacio; Plaza Mayor; Plaza de las Descalzas Reales y Plaza de la Villa. El cuatro veces proclamado monarca no estuvo presente, por lo que debajo del bando aparecía esta cuarteta:
«Bien para comedia está
lo de la proclamación;
son cuatro actos y un pendón,
y eso que Pepe no va».
En el Coliseo de los Caños del Peral y en el teatro de la Cruz hubo funciones de gala con las representaciones de la ópera en un acto La prueba de Horacio y Curiacio, y el baile de Lefebre Don Quijote de la Mancha o las bodas de Camacho, en el primero; la comedia Dejar lo cierto por lo dudoso y algunas tonadillas y sainetes en el segundo.
En el teatro del Príncipe se puso en escena Las trampas de Garulla, bolero y tonadilla.
Durante su reinado se representaron óperas italianas y bufas, con intermedios de bailes pantomimos; también bailes de máscaras.
El monarca invasor intentaba poner orden en la ciudad y también en el teatro:
Y para evitar herir sensibilidades, aunque muchos conventos e iglesias había derribado, ordenaba:
Huido el rey francés, la entrada a Madrid de las tropas dirigidas por Lord Wellington es recibida con entusiasmo. El 18 de agosto 1812 dieron una función los empresarios de los bailes de máscaras del teatro:
El día 15 de enero de 1814 se verificó en el teatro la apertura de las Cortes generales ordinarias. Pocos meses más tarde se restablecía el absolutismo.
Atalaya de la Mancha en Madrid, del 30 de mayo de 1814, exaltaba la figura de Fernando VII y decía:
«En España, en este país que se desdeña de haberos dado cuna, pensaríais encontrar el trono ocupado por un extranjero estúpido, o tal vez por una Regencia que respetase el imperio de la voz que se pronunciaba en los Caños del Peral».
En 1817, después de varios informes sobre el estado ruinoso del teatro, realizados sucesivamente por los arquitectos Ventura Rodríguez, Juan de Villanueva y Antonio López de Aguado, el rey ordenó su demolición.
En 1818 ya no quedaban vestigios del fabuloso coliseo sino en la memoria de los madrileños mayores. El 23 de abril de ese año, en su solar se pondrá la primera piedra del edificio que en 1841 será sede parlamentaria y a partir del 19 de noviembre de 1850 uno de los más importantes teatros europeos.
Eduardo Valero García
Autor de los libros Historia de Madrid en pildoritas y Benito Pérez Galdós. La figura del realismo español. Editorial Sargantana. Autor/editor de la publicación seriada Historia urbana de Madrid
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