Por Eduardo Valero García
¡Qué maravilloso aquel Madrid de los pliegos de cordel y los mentideros! De nada pueden presumir esos programas de televisión aficionados a la chismografía más burda y falaz. Los mentideros de antaño sí que eran un portento de la información; la creme de creme del cotilleo en su máxima expresión, fuesen estos en verso o en prosa y de un temario amplísimo.
Procaces mentideros
que pobláis de la corte el ancho espacio,
gradas, atrios, cruceros
y losas de palacio,
solaz de maldicientes y embusteros,
lanzad vuestro zumbido
que es de toda virtud soplo de muerte.
¡Mucho habéis conseguido,
pues quiere vuestra suerte
que hoy difaméis aun sin haber mentido.
(Ángel R. Chave. Madrid, 1894)
La escritora Elvira Menéndez nos cuenta en su artículo dedicado a Madrid y el teatro, que «Haciendo esquina con su casa estaba el mentidero de la calle del León, donde los cómicos se reunían para averiguar qué obras se iban a representar, cuales se estaban escribiendo, si había en ellas algún papel que se acomodara a sus características y ¡cómo no!, para chismorrear».Aquel mentidero de Cómicos también era llamado de Representantes o Comediantes.Estaba situado en una pequeña plazuela conformada por las calles del León, Francos (actual Cervantes) y Cantarranas (actual Lope de Vega), a pasos de la casa que habitó Cervantes y cercana a la del Fénix de los ingenios. Su proximidad con los primitivos corrales de comedias convertía este mentidero en el espacio ideal para reunirse las gentes de teatro. Allí se formaban compañías; se alababan o criticaban las últimas representaciones, lo mismo que a su autor, y los fans se arrimaban por si aparecía algún actor.¡Cuánto se habrá contado de los fracasos de Cervantes y los éxitos y escarceos amorosos de Lope! ¡Cuánto se habrá elucubrado sobre la Calderona, y cuántos otros chismorreos atravesarían la Villa y Corte para ser aumentados en San Felipe! Porque las gradas de San Felipe el Real eran el no va más de los mentideros madrileños.Mentidero de las gradas de San FelipeEn 1547 se funda el convento de los Agustinos Calzados que llevará por nombre el de San Felipe el Real; templo de sabiduría, investigación y recogimiento de personas tan ilustres como fray Luis de León, fray Cristóbal de Fonseca, santo Tomás de Villanueva y otros tantos.Estaba situado en los confines de la Villa, sobre la calle Mayor, allí donde iba tomando forma la Puerta del Sol. Debido a la pendiente del terreno, debajo de la lonja había unas treinta y tantas covachuelas oscuras, de techos pintados de amarillo, utilizadas para la venta de libros y juguetes. Se situaban también algunos memorialistas. Sobre estas, las gradas de San Felipe, «Mentidero de la Villa», centro neurálgico del cotilleo; cuartel general de los soldados que iban o regresaban de Flandes e Italia; exquisito espacio donde gentes de diversas raleas pregonaban y se hacían eco de las noticias más amarillas o del chismorreo más rosa; de los asuntos más verdes, y de las intrigas y acusaciones más negras. Entre todos estos cotilleos, el sonado asesinato de Juan de Tassis, conde de Villamediana; tan sonado como las historias amorosas que de él se contaban.Mentidero de Madrid:Decidnos: ¿Quién mato al Conde?Ni se dice ni se esconde,Sin discurso discurrid.Dicen que lo mató el Cid,Por ser el Conde lozano,¡Disparate chabacano!La verdad del caso ha sidoQue el matador fue BellidoY el impulso soberano.Pero también era lugar de caridad, donde los monjes repartían las sobras de su poco apetecible pábulo a los más necesitados, entre los que se encontraban los pobres de pedir, los estudiantes sin blanca, tullidos y glorias del Siglo de Oro, porque allí fueron en busca de su ración de «a cazo por barba» Lope de Vega, Quevedo y Cervantes, entre otros.Un día, el balcón de la lonja se derrumbó; algún asunto importante debió suscitar el interés de mayor número de cotillas que lo habitual. El estrépito fue grande, y también la cantidad de muertos y heridos. Otro día, en 1718, el convento sufrirá un incendio; y a pesar de ser reconstruido, se perderá la belleza arquitectónica propia de sus artífices, los arquitectos Francisco de Mora y Andrés de Nantes. El mentidero de la Villa, testigo de todo lo que ocurría, sucumbirá a la piqueta en 1838.No fueron menos famosas que las gradas de San Felipe las losas de Palacio y otros que recuerdo a continuación.Mentidero de las losas de PalacioEstuvo situado en el patio del mismísimo Alcázar. Allí, además de tramitar papeles, alcahuetear, intrigar y conseguir favores comerciales o personales, se vendían libros y se contrabandeaba con otros productos. No faltaban los picapleitos y matones que, por encargo, cometían las más terribles fechorías.Un mes en Madrid viví,Siendo estancia de mis pasosLas Gradas de San FelipeY las losas de Palacio.Mentidero de Mínimos de la VictoriaEste era menos rimbombante que el de San Felipe. Fue fundado el convento en 1561 por fray Juan de la Victoria bajo la advocación de Nuestra Señora de la Victoria, pero las obras no se concluyeron hasta el año 1600. Estaba ubicado en la Carrera de San Jerónimo y fue desamortizado y demolido en 1836, dando paso a la apertura de la calle Espoz y Mina y el famoso Pasaje Matheu.
En el desaparecido convento se reunían la Real Academia de Sagrados Cánones, Liturgia, Historia y Disciplina Eclesiástica y la Real Congregación de Alumbrado y Vela.
Eco del Comercio. Madrid, 9 de marzo de 1841 |
Senado de los PícarosEste último mentidero estaba situado en la plaza Mayor. Me atrevo a decir que allí continúa, porque tahúres, trúhanes y criticones los hubo siempre.A cielo abierto y en los soportales se cotilleaba sobre diversas cuestiones, pero el tema principal afectaba a la política.Muy frecuente era en esta plaza la aparición de pasquines manuscritos que difamaban a uno u otro personaje de la Corona, del Concejo, de la Grandeza de España y algunos más. Se atribuye al padre Juan Cortés Osorio el titulado Desvergüenzas de la plaza Mayor en el senado de los pícaros, presidiendo la barrabasera, en el que hace referencia a la orden dada por Juan José de Austria (hijo de Felipe IV y la Calderona) de poner faroles en los balcones de las casas allá por el año 1678.
El texto decía:
«No se puede negar a S. A. que se parece al rey de Francia en la providencia de haber llenado la corte de faroles. La acción que en un gran rey es majestad, en el remedo de la mona es ridícula y entremés. El rey cristianísimo, teniendo en paz su reino, desempeñó su hacienda real, promovió el comercio, enriqueció los vasallos, y por lo que podía suceder se previno de poderosos ejércitos. En esta sazón mandó que se pusieran faroles en París para asegurar de insultos á aquella ciudad y hermosearla de noche. Y aunque fue de algún gravamen á su vecindario, se llevó á bien la orden por la manifiesta utilidad que resultaba, y por mandarlo un rey propietario que tanto se aplicaba á las conveniencias públicas del reino. Pero nuestro amo, ó por mejor decir, nuestro balandrán, pareciéndole sin mas ni mas que los faroles eran una cosa lucida, quiso tenerlos en Madrid sin reparar en que el reino estaba enredado en guerras, y S. A., que por su poca fortuna era tenido por un pobre trompeta, manda en tales circunstancias por medio de D. Francisco Herrera, corregidor, que pena de tanto y cuanto, sin exceptuarse eclesiásticos, religiosos, ministros ni señores, todos ahorquen á las puertas de sus casas sus faroles, como si fueran cochinos. Y por hacer alguna cosa de ruido, obliga á muchos pobres á que para encender estas luces apaguen las de sus chimeneas, y las cenas se las pasen en claro. Anda hermano que hay mucha diferencia entre lo uno y lo otro. Los faroles de Francia por su autor y por las demás circunstancias fueron prenuncios de las muchas luminarias que se hablan encendido por las victorias desús armas, pero estos de D. Juan no han servido mas que para prevenir linternas para dar la estremauncion. Esotros solo sirven para desalumbrar á los murciélagos y espantar á los esportilleros, pues que á cada paso les parece que asoma la linterna del refugio convidando á cenar con pan y huevo».
Pasaron los siglos, cambiaron las víctimas, los verdugos y los asuntos sujetos a cotilleo. Hasta los espacios se tornaron distintos, porque si antaño se reunía el pueblo en los citados mentideros, en las postrimerías del siglo XVIII comenzarían a hacerlo en los cafés, sumando al mero despellejo otros cotilleos de mayor gravedad.Ya en el siglo XX, la combinación de mentidero y pliego de cordel se verá representada en el semanario satírico El Mentidero, «redactado por las más ilustres damas, los más insignes políticos y los literatos de mayor circulación».
Este semanario pretendía seguir la estela de la mítica revista Gedeón, ofreciendo chismorreos con humor y ridiculizando a políticos a través de la crítica satírica. En su primer número, publicado el 1º de febrero de 1913, se presentaba con estas palabras:Según Hartzembusch (a quien Dios haya perdonado), «eran en Madrid, dos siglos hace, las gradas de San Felipe, lo que ahora la Puerta del Sol, es decir, el punto de reunión de los holgazanes y EL MENTIDERO de Madrid». Reviva en estas hojas EL MENTIDERO, expurgado de holgazanes, y sépase que, sin las gallardías de Maura y sin la frescura de Romanones, nuestro periódico ha de ser el único en Madrid que diga la verdad, limpia de groserías y de crudezas. (…) Ni una sola línea de EL MENTIDERO tendrá desperdicio, porque a darle interés tenderán los numerosos corresponsales de ambos sexos que trabajan en hoteles, redacciones, teatros, tertulias aristocráticas, círculos políticos, ministerios, covachuelas, cafés, cines, etcétera, etc.El protagonista del semanario era Don Feliz del Mamporro y la Sonrisa, personaje madrileño, chulesco y castizo que tenía su propia sección, redactada por el director de la revista, el monárquico-católico Manuel Delgado Barreto. Aunque el contenido estaba dirigido principalmente a la crítica política, había secciones dedicadas al teatro, los toros, los asuntos municipales y otros de costumbres de la época.Los muchos motes y las definiciones graciosas que atribuían a las cosas, se insertaban en un curioso diccionario coleccionable.
En la actualidad, más allá de las escabechinas televisivas y en los hemiciclos, los mentideros proliferan en las redes sociales. Cualquier cotilla del Siglo de Oro se horrorizaría hoy al ver hasta dónde llegan las patrañas.
Y aquí acaba el cotilleo sobre historias verdaderas de la Villa y Corte.
Eduardo Valero García
Este artículo contiene ilustraciones y fragmentos de texto del libro Historia de Madrid en pildoritas ISBN: 978-84-16900-81-7 (2018) Editorial Sargantana
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