2 de diciembre de 2020

"Vida de una actriz". Entrevista a Elvira Menéndez

 


 

 

 

 

ELVIRA MENÉNDEZ

 

 “Vida de una actriz” de Elvira Menéndez es una novela llena de vitalidad, como su protagonista y autora. Entramos en el Madrid de Felipe IV, siempre en movimiento, teatro dentro y fuera de la corte, en donde cada personaje lleva puesta su propia careta. De entre ellos, la única indiscreta, por su sinceridad, es la actriz y amante del rey, María Inés Calderón “La Calderona”. Este libro nos ofrece compartir su vida y vamos a preguntar a Elvira Menéndez, qué hay de verdad en todo lo que nos cuenta. 

 


 

    Asociación Verdeviento: Buenos días, Elvira, estamos encantados de tenerte en estas V Jornadas Madrileñas de Novela Histórica. No podía ser menos, porque tu novela “Vida de una actriz” le dedica gran parte de sus páginas al Madrid del s. XVII. ¿Cómo era nuestra ciudad y qué te interesaba más mostrar en tu novela? 

    Elvira Menéndez: En 1561, Madrid, una villa modesta, de intrincadas y sucias callejuelas -pues carecía de sistema de alcantarillado-, se convirtió por voluntad de Felipe II en la capital del imperio más poderoso del mundo. 
    A partir de ese momento, comenzaron a llegar a la villa procedentes tanto de la península como de otras partes de Europa comerciantes, artistas, intelectuales, funcionarios, emprendedores, nobles, oportunistas, militares, aventureros, y mendigos. En la primera mitad del siglo XVII, época en la que transcurre la novela, este sincretismo de gentes y culturas, si bien no había hecho de Madrid una ciudad monumental, sí la había convertido en una de las capitales culturales más importantes de Europa. Por las calles del hoy barrio de las letras, se paseaban y vivían infinidad de genios: Cervantes, Lope de Vega, Calderón, Quevedo, Góngora, Tirso de Molina, Ana Caro, María de Zayas, Velázquez… 
    En los corrales de comedias surgió un teatro fresco, dinámico, que conectaba con todas las clases sociales, y que Lope agilizó dividiendo las obras en tres actos, mezclando lo trágico con lo cómico, lo culto con lo popular y adaptando el verso y el lenguaje al modo de ser y a la condición social de los personajes. Fue en estos corrales de comedias madrileños donde se plantó la semilla del moderno teatro occidental. 

    A.V: Eran tiempos de grandes secretismos, de intrigas palaciegas y de mucho miedo a violentar el orden establecido. Ser mujer, actriz y amante del rey no debía ser fácil. ¿Cómo navegó entre esos mares María Inés Calderón “La Calderona”. 

    E.M: Debido a su oficio, la mayoría de las actrices sabían leer y escribir (algo poco usual en la época) y tenían estrecho contacto con el mundo intelectual, lo que, sin duda, hacía que fueran mujeres más interesantes que las melindrosas damas de la corte. De ahí que tuvieran tantos admiradores entre los nobles y ricoshombres que, aunque oficialmente las despreciasen, las colmaban de regalos y atenciones e incluso financiaban la puesta en escena de sus espectáculos. 
    A María Inés Calderón sus coetáneos no la describen como bellísima, pero sí alaban su talento interpretativo y artístico (se dice que escribía poesía), su gracia y su inteligencia. Tuvo que ser terrible para ella ser ofrecida al rey por el hombre al que amaba y tener un hijo con tan solo dieciocho años. Como consecuencia, la obligan a abandonar su profesión y a encerrarse de por vida en un convento. Pero la leyenda dice que no se resignó al destino que quisieron imponerle. 

    A.V: Nos ofreces una historia que en muchos aspectos reconocemos como actual en donde La Calderona decide por sí misma, viaja por España en condiciones muy complicadas (incluso embarazada), siempre reponiéndose de ataques físicos y psicológicos y comportándose como una auténtica guerrera (manejando la espada incluso). ¿Qué hay de verdad en esta historia y qué es pura creación literaria? 

    E.M: Las mujeres no lo tenían fácil en aquella época –en realidad en ninguna-; eran tratadas como menores de edad durante toda su vida y, cuando enviudaban, pasaban de la custodia del padre a la del hermano, del marido o incluso del hijo, si este tenía edad suficiente. 
    No se reprobaba la codicia, la envidia, la calumnia, el robo e incluso el asesinato con la misma dureza que la pérdida de la “honra” (localizada en el virgo o el sexo femenino), que era lícito vengar con sangre… de la mujer en la mayoría de los casos. Pues era ella la responsable de los deslices de los hombres bien fuera por seducirlos o por inducirles a pecar con su lascivia. 
    Sin embargo, las actrices, consideradas prácticamente como prostitutas, no tenían “honra” que guardar y viajaban con las compañías teatrales a lo largo y ancho de la península, se relacionaban con gentes de todas las clases sociales y disponían de su propio sueldo, lo que les proporcionaba una independencia inédita en la época. Su oficio las llevaba a vestirse de hombres en escena (un atrevimiento escandaloso), a tener nociones de esgrima, a llevar descocadas túnicas cuando el argumento lo requería, etc… Creo que, de alguna manera, fueron las mujeres más libres de su tiempo y así traté de reflejarlo en la novela.
    En cuanto a lo que hay de verdad en esta historia, de María Inés Calderón nos han llegado pocos datos: se sabe que su amante, Ramiro Núñez de Guzmán, se la cedió al rey, del que tuvo un hijo con tan solo dieciocho años. Tiempo después, cuando el rey descubrió que el niño tenía una inteligencia sobresaliente y decidió reconocerlo, obligó a María Inés a dejar su profesión (ser cómica era denigrante) y a encerrarse en un convento de la Alcarria donde oficialmente murió como abadesa en el año 1646. Sin embargo, la leyenda dice que escapó a la Sierra de la Calderona (que tomó su nombre de ella) y que allí se amancebó con un bandido. No podemos saber si es o no cierto, pero con frecuencia las leyendas tienen como fin reparar agravios e injusticias. 
    Recientemente ha aparecido un documento en el que se dice que el gremio de actores que socorrió económicamente y pagó el entierro a una tal María Calderón que murió en Madrid en el años 1678. Lo que me hace creer que puede haber verdad en la leyenda. 

    A.V: Uno de los aciertos de la novela es la frescura que despide, los personajes no paran y además nos ofrecen curiosidades de la cotidianeidad del siglo en donde se desarrolla. Destacan, como no podía ser menos, las costumbres de los actores. Elvira, tú también eres actriz, ¿te ha sido complicado documentarte en este punto o por tu formación manejabas bien la historia del teatro del Siglo de Oro y sus curiosidades? 

    E.M: Mi intención era lograr que el texto fuera ligero, fresco y tuviera el ritmo endiablado de las comedias del Siglo de Oro. Para ello me esforcé en repasarlo una y otra vez, y suprimí largos párrafos y explicaciones, que confieso me dolió quitar, pero que ralentizaban la línea argumental. Si tal como decís, lo he conseguido, es para mí una alegría. 
    He manejado muchísima documentación de vestuario, de costumbres, de vida cotidiana y de teatro. Para ello acudí a historiadores, comedias, novelas, escritos coetáneos, e incluso compré libros publicados en español por universidades inglesas que trataban de nuestro teatro del Siglo de Oro. Redactar la novela, integrando toda esa documentación en el argumento, fue un trabajo arduo, que me ocupó más de cuatro años. 
    Mi sorpresa fue mayúscula al comprobar que el teatro de aquella época se parecía mucho al actual. Ya estaba todo allí: músicos, directores de escena, carpinteros, pintores, escenógrafos, regidores, acomodadores, damas jóvenes, actores de “carácter”, graciosos… 
    Ser actriz me ayudó a dar vida a los personajes. No se hace teatro, ni se escribe ni se pinta, ni se baila o se toca un instrumento solamente por dinero, sino por vocación. Este conocimiento me sirvió para ponerme en la piel de aquellos cómicos -unos de compañías importantes y otros ambulantes- que recorrían ciudades, pueblos y terruños y que tanto se parecían, salvando las distancias, a los actuales. Los seres humanos no cambian tanto. 

     A.V: Ese teatro que reflejas tras el escenario, es como un estado independiente, con sus normas y ciudadanos actuando fuera de la ley. ¿Cómo era la vida del actor y de las actrices? ¿Eran unos privilegiados o muy al contrario sufrían los rigores de la censura? 

    E.M: Según una definición de la época los cómicos eran “gentes estragadas en vicios y maldades”. Tanto actores como actrices estaban tan mal considerados, que la Iglesia no permitía que fueran enterrados en sagrado. Pero al igual que hoy, había grandes diferencias entre los cómicos. 
    Los que integraban las compañías llamadas reales o de título -autorizadas por el Consejo de Castilla para representar en los corrales tanto de Madrid como de las principales ciudades de la península- cobraban buenos sueldos y disfrutaban del reconocimiento del público, que los adoraba, como fue el caso de María Inés Calderón. Al llegar a una ciudad anunciaban la comedia con carteles y, en ocasiones, con fuegos artificiales, como hizo la compañía de Jusepa Vaca en Sevilla. 
    Sin embargo, el resto de los actores llevaban una vida mucho más precaria. Recorrían la península actuando en ventas, atrios de iglesias, corrales, plazas de villas… Los más modestos eran llamados cómicos de la legua porque estaban obligados a acampar a una legua de distancia de los lugares donde actuaban para prevenir la mendicidad o los pequeños hurtos a los que se veían impelidos por el hambre. Pues debía ser frecuente que no recibieran el dinero estipulado o la recaudación fuera insuficiente. 
    Me sorprendió averiguar que el teatro ya era entonces un reducto de libertad. A nadie le preguntaban de dónde venía; bastaba que interpretara bien. Con frecuencia, frailes o curas descreídos, fugitivos de la justicia o de la injusticia, conversos, prostitutas, mujeres deshonradas y homosexuales (llamados entonces mariones), hallaban refugio en las compañías teatrales, sino en las oficiales, sí en las más modestas. 

     A.V: En la novela das gran importancia al diálogo. Un diálogo casi teatral pero muy dinámico, que engancha desde el primer momento. No es muy común en la novela histórica actual, que casi siempre busca más el qué se dice frente al cómo se dice. Cuéntanos cómo decidiste usar el recurso narrativo usando varios narradores y con final inesperado. 

    E.M: El diálogo es el medio de expresión teatral y me dije que tenía que ser importante en la novela, pues era una forma de acercar al lector al teatro de la época, del que nos hemos distanciado porque se escribía en verso y nos cuesta reconocer el lenguaje. El teatro del Siglo de Oro atraía a las multitudes de todas las clases sociales: pueblo llano, intelectuales, militares, clérigos y nobles lo disfrutaban en la misma medida, como sucede ahora con las series televisivas. Algunas comedias (tradúzcase por series si se quiere) eran malas, pero otras tenían gran calidad. 
Lo de distintos narradores se me ocurrió cuando llevaba media novela escrita. Comprendí que debía ser la protagonista, en vez del narrador omnisciente, quien contara su historia. Así que ¡volví a redactarla desde el principio! También quería reflejar la vida y costumbres de la época a través de los demás personajes que protagonizan la novela. 

    A.V: Elvira, tu novela salió al mercado justo en el momento en que entrábamos en un confinamiento muy duro. La pandemia nos ha cambiado la concepción de nuestro mundo. ¿Cómo te ha afectado personalmente y cómo crees que nos afectará a los escritores? 

    E.M: Sí, me afectó bastante. Se interrumpió la promoción y se cancelaron todos los actos previstos. Supongo que a la mayoría de los escritores que han sacado novelas en esta época ha debido sucederles algo parecido. No sé cuánto durará la pandemia ni qué consecuencias tendrá sobre los escritores y la industria del libro. 

    A.V: ¿Crees que debido, precisamente, a esta situación difícil por la que pasamos, la novela histórica debería orientar su temática intentando mover a la reflexión más que al entretenimiento? 

    E.M: A la reflexión puede mover de igual manera la comedia, la tragedia o el sarcasmo. Incluso una obra aparentemente infantil como El Principito induce a ella. Creo que cada cual debe escribir, tanto si se trata de novela histórica como de cualquier otro género, lo que le parezca o le vaya bien. 

    A.V: Elvira, ha sido un placer charlar contigo. Antes de despedirte cuéntanos (si es que puedes) cuáles son tus proyectos futuros. ¿Volverás a hablar de Madrid? 

Estoy escribiendo una novela juvenil en colaboración con mi hijo. Cuando la acabe, tengo en mente otra novela ambientada en Madrid, la ciudad en la que llevo cincuenta años y quiero con pasión.

 

 

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