3 de diciembre de 2020

La Latina: homenaje a una mujer excepcional

Por María Pilar Queralt del Hierro

 

    Redescubierto a fines del siglo XX por un público bohemio y transgresor que sentó allí sus reales, La Latina pasó de ser un barrio obrero y popular a convertirse en uno de los distritos más animados (y cotizados) de Madrid. Pasear por calles estrechas y tortuosas como la del Rollo o más amplias como las dos Cavas (Baja y Alta) o detenerse en amplias plazas como la de los Carros o de la Paja, es, además de un placer, la ocasión perfecta para evocar el que debió ser el Madrid medieval y renacentista. De hecho, el perímetro del barrio coincide con el plano de los primeros recintos amurallados si bien la mayoría de sus edificaciones son más recientes –mayoritariamente del sigo XIX- ya que, dada la degradación del barrio tras la guerra de la Independencia, fueron levantadas sobre antiguas residencias abandonadas o derruidas. 

 


    Pocos restos quedan, pues, de mansiones como el que fuera majestuoso palacio de los Lasso de Castilla, junto a la actual iglesia de San Andrés, erigida sobre la antigua mezquita. Allí se alojaban los Reyes Católicos durante sus estancias madrileñas y cabe pensar que, en más de una ocasión, Isabel de Castilla se reuniera en sus estancias con su maestra y amiga, Beatriz Galindo, una madrileña de adopción cuyo recuerdo se perpetua por el apodo que le concedió su sabiduría y que dio nombre al barrio «La Latina». 


    Beatriz Galindo había nacido en Salamanca hacia1465 en el seno de una familia hidalga. Educada desde su infancia en las lenguas clásicas, mostró siempre una enorme afición al estudio. Posiblemente por ello, sus padres convencidos de que solo en el claustro podría desarrollar sus capacidades intelectuales decidieron que profesara como religiosa.

Fue, precisamente, para preparar su ingreso en el convento por lo que se la permitió acudir a las aulas de la Universidad de Salamanca a fin de que perfeccionara sus conocimientos de latín y griego. Con ello se pretendía estimular su vocación religiosa para la que no parecía mostrar una especial inclinación confiando en que, al dominar ambas lenguas, profundizara en los textos de los padres de la Iglesia y se fortaleciera su fe. El experimento dio resultado y con quince años no solo hablaba y leía latín y griego con corrección sino que podía traducir a los clásicos. 

    Parecía bien predispuesta a profesar cuando su fama comenzó a extenderse y con ella el apodo por el que pasaría a la posteridad: La Latina. Una fama que llegó hasta la corte y que provocó que Isabel la Católica la reclamara a su lado, consciente de su escaso dominio del latín y deseosa de ampliar un bagaje cultural que, de niña, se le había negado puesto que nada indicaba que acabaría por ser reina de Castilla. 

    Así describió Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557) la relación de Beatriz con la reina Católica en sus Batallas y quincuagenas : 

«Muy grande en gramática y honesta y virtuosa doncella hijadalgo era Beatriz Galindo cuando la Reina Católica, informada de esto y deseando aprender la lengua latina, envío por ella y fue desde entonces que enseñó a la Reina latín, y fue ella tal persona que ninguna mujer le fue tan acepta de cuantas Su Alteza tuvo para sí.» 

 

    No se equivocaba el cronista. Desde ese día el destino de Beatriz cambió radicalmente. Se descartó el claustro y la Latina se instaló en la corte. Pronto su cámara fue el centro de atención de la élite cultural del momento y la primacía de la salmantina en la corte fue imparable. Su ascendencia sobre Isabel de Castilla fue más allá de las enseñanzas de latín: se convirtió en su mejor consejera y su colaboración tanto a nivel doméstico como político fue decisiva. Del afecto que la reina Católica le profesaba da fe que fue quien medió para que contrajera matrimonio con Francisco Ramírez de Oreña (1445-1501) también llamado «de Madrid», un Capitán general de Artillería que había tenido un papel destacado en las Guerras de Granada. Secretario y consejero de los Reyes Católicos y hombre de confianza del rey. Para que nada pudiera impedir el enlace, la reina no dudó en concederle a Beatriz la suma de 500 000 maravedís en concepto de dote, una cantidad extraordinariamente importante en la época. La boda tuvo lugar en diciembre de 1491, la unión fue feliz y de la misma nacieron dos hijos, Ferran y Nuño. Pero la felicidad duró poco: para desconsuelo de Beatriz en 1501 Ramírez de Madrid murió durante un asalto en Sierra Bermeja. 

    La viudez alejó a La Latina de la vida cortesana y una vez muerta la reina en 1504, su retiro fue completo. Instalada en Madrid, --donde ya en 1499 había fundado el Hospital de la Concepción dedicado al cuidado de ancianos, niños y menesterosos-- la vida de una de las mujeres más cultas de la época fue similar a la de una religiosa. Consagrada al estudio, prosiguió con sus fundaciones instaurando en 1504 el monasterio de la Concepción Jerónima en la calle que hoy lleva su nombre y en 1512 el de la Concepción Franciscana en la actual plaza de la Cebada. Lamentablemente no se conservan sus obras literarias Notas, Comentarios a Aristóteles y Poesías latinas. A cambio, su figura sigue siempre viva gracias al barrio madrileño que lleva su nombre y que perpetúa así el recuerdo de la salmantina que llevó a Madrid el espíritu y el saber del Humanismo renacentista.  

 


 

 

 

 

 

 

María Pilar Queralt del Hierro 

 

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