3 de diciembre de 2020

El Madrid de las mujeres

Ellas cumplieron su destino en Madrid y a cambio, hicieron de Madrid una ciudad mejor.

Por Maribel Orgaz


 

    La editorial Sargantana me pidió un libro sobre mujeres madrileñas, cómo fue su vida, qué logros alcanzaron, qué escribieron, con quién se relacionaron. El primer inconveniente fue decidir a quiénes considerábamos madrileñas porque en Madrid, la mayoría de la población no es nacida aquí. Lo habitual es que por el hecho de vivir, todo el que está, es; así que puedes ser Carmen de Burgos llegada de Almería pero esto se convertirá de inmediato en algo anecdótico: Carmen era una madrileña más. Es probable que mucha gente se sorprenda aún hoy en día, si repara en que Galdós nació en Canarias. Los madrileños que estamos consideramos el nacimiento un accidente y que se pertenece a esta ciudad por el hecho de estar en ella, se es madrileño de pleno derecho porque aquí se estudia, se trabaja y se vive. 

    En el caso de las cien biografías de estas mujeres, se puede decir en todo el sentido de la palabra que ellas vivieron en Madrid. La ciudad les dio la oportunidad que en ninguna otra parte hubieran conseguido y tuvieron el talento, la inteligencia, el coraje y el tesón y también, por qué no decirlo, la suerte de aprovechar su momento. 

    En el caso de Rosalía de Castro, que de inmediato levanta suspicacia si afirmamos que fue madrileña, en el escaso tiempo que pasó en Madrid publicó su primer libro de poemas y encontró a su marido. En Madrid se casó y en Madrid engendró a su primer hijo. En una perspectiva generosa, y teniendo en cuenta lo que significó para toda su vida posterior, hubo un antes y un después tras su experiencia en esta gran ciudad. 

    Clara Campoamor habitó un barrio cerca de una universidad, céntrico, bien comunicado y que le permitió ir y venir andando al Ateneo o su trabajo. Era madrileña nacida en el barrio de Maravillas, ahora Malasaña, hija de una portera. En qué otro lugar podría haber logrado el voto femenino si no fue porque todo lo que no le dio su origen, se lo dio Madrid. Es probablemente, el mejor ejemplo de que la oportunidad que le dio esta ciudad, ella la devolvió con creces. 

    A menudo me preguntan, cuando doy charlas acerca de varias de estas grandes mujeres, cuál es la que despierta mi mayor simpatía. Siempre recurro a Rosario de Acuña, dramaturga, pensadora y de un valor y un carácter fuera de lo común. Los biógrafos consideran que un mismo hecho impacta de manera diferente no ya a diferentes personas, si no en los momentos de la vida de esa persona. Cualquiera comprende que no es lo mismo una separación y a la vez, la pérdida del trabajo a los treinta años que a los sesenta. En el caso de Rosario de Acuña, que cuando las cosas se ponen mal no es ya una jovencita, se dedica a la avicultura con entusiasmo e incluso gana premios, diciéndole a las otras mujeres: si estás en el campo y no puedes escapar de allí, al menos puedes ser independiente criando gallinas. Rosario era una aristócrata, una clase social que nunca se ha distinguido, precisamente, por ganarse la vida ya no con las manos, si no de ninguna manera que fuera trabajando. El mérito, si se piensa bien, es doble. Ella hizo suyo, el emblema de Benito Pérez Galdós: Adelante, siempre adelante. 

    Además del ejemplo de Acuña, siempre comparto una reflexión en voz alta con el público asistente sobre mis preferencias que son más bien los momentos en los que ellas decidieron cambiar, tomaron decisiones drásticas, asumieron su destino. 

    Carmen de Burgos, la gran periodista y escritora proveniente de Andalucía, inmersa en un matrimonio desastroso, con tres hijos fallecidos, sin estudios, traza un plan a largo plazo. Es probable que perdiera batallas en esos años, pero finalmente ganó la guerra contra un sino espantoso. Estudió magisterio, se presentó a una oposición, sacó plaza, cogió a su cuarta hija y a su hermana y en lugar de vivir en Guadalajara, en donde tenía su plaza de maestra, se instaló en Madrid con ellas. En aquel tiempo, con aquellos transportes, el plan era extenuante pero lo soportó porque quizá antes fue capaz de soportar, en su Almería natal, una perspectiva de vida aún peor. 

    Las mujeres en Madrid también se apoyaron y ayudaron, crearon el Lyceum Club, y se las insultó y vejó por ello. Aún así, siguieron adelante. Se agruparon, por ejemplo, en la Asociación Nacional de Mujeres Españolas de Acción Feminista Política-Económica-Social, defendieron el derecho a una educación, al margen de que saber leer y escribir fuera un buen añadido al papel de madres. Tenían que formarse, defendían ellas, para sí mismas. Matices como éste llenaron debates y tribunas y provocaron ataques de lo más rancio y patriarcal de la sociedad de entonces. Temían, y con toda la razón, que una mujer con formación era mucho más difícil de dominar. 

    Desde las cigarreras de Embajadores, ayudándose con sus hijos, cuando se ponían enfermas o protegiéndose ante los abusos del patrón; hasta la clase más privilegiada con Doña Emilia Pardo Bazán hablando en otros países acerca de la situación de la mujer española, todas contribuyeron en la medida que pudieron, con enorme generosidad y talento a que la situación de la mujer fuera mejor. 

    El ejemplo de cada una de ellas con sus vidas y particularidades, la contribución a una causa común, el objetivo a largo plazo que permitía no desfallecer ante los reveses, siguen siendo un gran motivo de esperanza no sólo para las mujeres, sino para todos nosotros. 

    El ambiente fértil a admitir los cambios, el lugar perfecto para que nadie pudiera torcer un destino y un gran ideal, el lugar en el que las dejaron en paz; eso fue Madrid para todas ellas y a cambio, estas valerosas pioneras hicieron de esta ciudad un lugar mejor no sólo para otras mujeres, al fin y al cabo, como ha de ser una gran ciudad, un lugar mejor para todos. 

 

Maribel Orgaz 

Periodista y escritora 
Autora de Mujeres en la Historia de Madrid, Editorial Sargantana


 

 

 

 

 

 
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