8 de diciembre de 2020

Estampas y recovecos madrileños en las obras de la Generación del 98 (Parte I)

Por Javier Velasco Oliaga 

 

    Como vimos en un trabajo anterior, los escritores de la Generación del 98 situaron muchas de sus tramas novelísticas en las calles de Madrid. No sólo escogieron los lugares más emblemáticos de la ciudad, también supieron moverse por los bajos fondos y por el extrarradio de la capital. Algunas de esas estampas parecían de otra época. Miseria, pobreza, trabajos en lugares inhóspitos y faltos de higiene fueron escogidos por algunos de estos entrañable escritores. Fue Ramón María del Valle-Inclán quien subió a los palacios y Pio Baroja quien a las cloacas bajó. Pero, hubo mucho más como veremos. 

    En la producción de Valle-Inclán nos encontramos con varias obras que se centran en el Madrid más monárquico. Como vemos y leemos en su trilogía de El Ruedo Ibérico, cuya protagonista era Isabel II y que quiso convertir en una continuación de los Episodios Nacionales de Galdós, pero sin el olor a cocido que como decía Unamuno desprendían las obras del escritor canario –de ahí su mal nombre de Garbancero-. “La corte de los Milagros”, “Viva mi dueño” y “Baza de espadas” nos muestran un Madrid más de Corte que de Villa. De poder político que de ciudad popular, en suma. Son unas novelas muy interesantes que merecen la pena volverse leer, para conocer un reinado con tantas luces como sombras. También es muy interesante su trilogía sobre las guerras carlistas, que la conformaban “La cruzada de la causa”, “El resplandor en la hoguera” y “Gerifaltes de antaño”. No podemos dejar de mencionar que Valle provenía de una familia carlista y él mismo se presentó en varias ocasiones para conseguir un escaño de diputado por la formación carlista, posteriormente, se presentó con los republicanos pero en ninguna ocasión consiguió el acta de diputado, en esto fracasó como lo hiciera Pío Baroja, no así Miguel de Unamuno o Azorín que sí fueron diputados en diferentes legislaturas. 

    Pero sin duda alguna la obra de Valle que más escenarios tiene de Madrid es “Luces de Bohemia”. Si seguimos las andanzas de Max Estrella y don Latino de Híspalis partiremos de la taberna Ciriaco en la calle Mayor, pasaremos por diversas librerías de lance, nos acercaremos hasta la buñolería, hoy chocolatería, de San Ginés y a los cafés de Colón y de la Montaña, y nos encontraremos con el conocido callejón del Gato, cercano a la Plaza de Santa Ana, pasaremos por el Ateneo de la calle del Prado y terminaremos en el Círculo de Bellas Artes, café donde también se reunían los escritores de la época. Nadie ha escrito páginas tan brillantes como lo hizo Valle sobre el ambiente bohemio de comienzos del pasado siglo. El 23 de abril se suele celebrar la noche de Max Estrella con un recorrido por los lugares que aquella noche visitaron los dos protagonistas de su novela –este año no ha podido ser-. Sus páginas tienen el esplendor de la tierra indómita, un lenguaje volcánico y esperpéntico que seduce por su ampulosidad y discernimiento. 


Valle fue un escritor único. Él mismo solía decir que en el mundo hay dos tipos de personas, en una está Valle-Inclán y, en la otra, el resto del mundo. Y en ese resto del mundo estaban los componentes de la generación de 98 y, sobre todo, Miguel de Unamuno. 

 

    Llegó el escritor bilbaíno a Madrid en septiembre de 1880 para estudiar Filosofía y Letras en la Universidad Central de Madrid, sita en la calle San Bernardo, antes Ancha. Se doctoró a los veinte años con una tesis sobre la lengua vasca lo cual le llevó a enemistarse con los padres del nacionalismo vasco, los hermanos Arana Goiri, que querían una raza vasca no contaminada, algo a lo que se oponía Unamuno con toda su fuerza. 

    Trabajó como profesor de latín y comenzó a colaborar en el periódico El Noticiero Bilbaíno. Después de una breve estancia en algunos países europeos, cubrió para su periódico la inauguración de la torre Eiffel, se casó el 31 de enero de 1891 con Concha Lizárraga, de la que había estado enamorado desde niño, tuvo nueve hijos, lo que le hizo estar siempre preocupado por su situación económica, al igual que Valle-Inclán. Esa inquietud monetaria le hizo estar pluriempleado y siempre buscando diferentes fuentes de financiación. 

    Ya en Salamanca se acostumbró a ir a tertulias literarias, allí asistió a la del Café literario Novelty, que estaba justo al lado de ayuntamiento. Las largas estancias que pasó en Madrid, las compartió en los mismos cafés a los que iban sus amigos, pero al que más cariño le tenía era a la Cacharrería del Ateneo que cuando estuvo en su primera permanencia en Madrid estaba en la calle Montera. En 1884 el Ateneo madrileño inauguró su sede en el edificio modernista de la Calle del Prado, 21; obra de los arquitectos Enrique Fort y Luis Landecho. Allí se abrió una nueva Cacharrería –que todavía sigue abierta, aunque ya sin el sabor de entonces- y desde allí siguió despotricando sobre la ciudad, los literatos y los políticos: “La primera vez que llegué a Madrid, me produjo una impresión deprimente y tristísima. La ciudad atrae al estéril vagabundaje callejero y es un centro productor de ramplonerías”. Para Unamuno, Madrid era “un vasto campamento de un pueblo de instintos nómadas”. Y aunque no le gustaba pasear por el casco histórico porque estaba lleno de personas de diverso pelaje, le fue cogiendo el gusto y terminó dando largas caminatas con Azorín y Baroja por la calle de Alcalá y con Antonio Machado por Recoletos y el parque de El Buen Retiro. En algunas ocasiones se atrevió hasta llegar al barrio del Arguelles. Pero no era un escritor que le gustasen las estampas madrileñas, de hecho si repasamos sus novelas, vemos que tienen pocas descripciones, tanto de lugares como de personas. Tanto “Paz en la guerra” como “Amor y pedagogía” o, sobre todo, en “Niebla”, encontramos escasas descripciones. Para el autor vasco eran más importantes los ambientes y el qué se dice y cómo se dice. 

    Con “La tía Tula” –novela que transcurre en Salamanca-, presentó el anhelo de la maternidad que esbozó en “Amor y pedagogía”. Sigue habiendo tan pocas descripciones que el cineasta Miguel Picazo trasladó la trama a los años sesenta y se sostenía de manera ejemplar. La España franquista tenía mucho que ver con aquellos comienzos de siglo que tan bien refleja el escritor. En “San Manuel Bueno, mártir”, nos encontraremos con un sacerdote que predica algo que ni siquiera logra creer. No podemos pasar por alto sus ensayos, en especial, el que mejor refleja su pensamiento, que fue “Cómo se hace una novela” o la ya mencionada “Niebla”, toda una declaración de principios sobre su forma de escribir, harto de los corsés naturalistas y realista decidió crear un nuevo género que no se sometiese a las reglas normalmente establecidas. Él mismo lo explica en su novela en el capítulo XVII: 
 
—¿Y cuál es su argumento, si se puede saber? 
—Mi novela no tiene argumento, o mejor dicho, será el que vaya saliendo. El argumento se hace él solo. 
—¿Y cómo es eso? 
—Pues mira, un día de estos que no sabía bien qué hacer, pero sentía ansia de hacer algo, una comezón muy íntima, un escarabajeo de la fantasía, me dije: voy a escribir una novela, pero voy a escribirla como se vive, sin saber lo que vendrá. Me senté, cogí unas cuartillas y empecé lo primero que se me ocurrió, sin saber lo que seguiría, sin plan alguno. Mis personajes se irán haciendo según obren y hablen, sobre todo según hablen; su carácter se irá formando poco a poco. Y a las veces su carácter será el de no tenerlo. 
—Sí, como el mío. 
—No sé. Ello irá saliendo. Yo me dejo llevar. 
—¿Y hay psicología? ¿descripciones? 
—Lo que hay es diálogo; sobre todo diálogo. La cosa es que los personajes hablen, que hablen mucho, aunque no digan nada (...). El caso es que en esta novela pienso meter todo lo que se me ocurra, sea como fuere. —Pues acabará no siendo novela. 
—No, será... será...nivola. 

 

    Antonio Machado Álvarez, “Demófilo”, fue un grandísimo antropólogo y folclorista andaluz, sus hijos Manuel y Antonio aprendieron muchísimo de él y en las obras de los dos, tanto por separado como juntos, utilizaron lo que su padre les enseñó. Manuel nació en 1874, Antonio un año después y ambos en Sevilla. Es por tanto, Antonio Machado el escritor más joven de la generación del 98. Llegaron a Madrid un 8 de septiembre de 1883 y permanecieron en Madrid durante muchos años, toda la adolescencia y parte de la madurez. Antonio fue a Paris durante tres años a continuar sus estudios y a trabajar. Ambos hermanos estudiaron en la Institución Libre de Enseñanza. Su primera residencia madrileña se encontraba en la calle Claudio Coello, 13, esquina con Villanueva y relativamente cerca de la ILE, situada por aquel entonces en la plaza del Rey, suponemos que bajarían por Villanueva hasta Recoletos y cruzarían por la calle Almirante hasta Barquillo. Al mudarse la ILE a la calle Martínez Campos, donde hoy está la Fundación Giner de los Ríos, la familia Machado se trasladó a la calle Santa Engracia, 52, también muy cerca del colegio. Cuando terminó la instrucción en el colegio, se matriculó en el Instituto Cardenal Cisneros de la calle Toledo. Siempre me hizo ilusión pensar que estudié en las mismas aulas en que Antonio Machado lo hizo. 

    Antonio Machado padre, tuvo una numerosa prole –algo muy natural como hemos visto-, nueve fueron los hijos que tuvo y eso hizo que la economía familiar se resintiese, de ahí que fuesen cambiando de hogar según la situación económica fue cambiando, convirtiéndose cada día más agónica. Primeramente, vivieron en la calle Fuencarral, 46, cuando asistía al instituto Cisneros, posteriormente se fueron alejando del centro de la ciudad, pero en la misma calle, la muerte del cabeza de familia hizo que se trasladasen hasta Fuencarral, 98, cerca de la glorieta de Bilbao y posteriores reveses económicos, agravados por la muerte de su abuelo, hizo que se movieran a un piso más modesto en Fuencarral, 148, muy cerquita de la glorieta de Quevedo. Casi todos los madrileños podemos decir que hemos vivido cerca de los Machado. Después de casarse y volver a Madrid, su madre y hermanos ocupaban la finca de Corredera Baja de San Pablo, 20. En 1917 volvieron a realizar un último cambio y se establecieron en la calle del General Arrando, 4, cerca de la plaza de Chamberí. 

    Ociosos, los jóvenes hermanos Machado, y entonces inseparables, se entregaron a la atractiva vida bohemia del Madrid de finales del siglo XIX. Cafés de artistas, tablaos flamencos, tertulias literarias, el frontón Kursaal y los toros, todo les interesaba. Les deslumbra la rebeldía esperpéntica de Valle-Inclán y de Alejandro Sawa, pero también el poso trascendental de Unamuno, Baroja y Azorín. En octubre de 1896, Antonio Machado, apasionado del teatro, entró a formar parte como meritorio en la compañía teatral de María Guerrero. También Valle-Inclán hizo sus pinitos como actor, pero la pérdida del brazo hizo imposible que continuase su incipiente carrera teatral. El propio poeta recordará con humor su carrera como actor: «... yo era uno de los que sujetaban a Manelic, en el final del segundo acto». La bohemia oscura y, a la vez, luminosa del Madrid del final del siglo XIX. 

    Durante la última etapa de su vida tanto él, como su hermano Manuel eran asiduos de las tertulias. Solían cambiar a menudo de local, cuando era demasiado conocida su presencia en algún café y querían huir de compañías no deseadas. Sus preferidos fueron: el Varela en la calle Preciados, esquina a Santo Domingo; el Español en la calle Carlos III junto al Teatro Real; y el más famoso, el Café de las Salesas en la calle Bárbara de Braganza, lo sabemos gracias a la foto que le hizo el conocido fotógrafo Alfonso a finales del año 1933, publicada en el diario La Libertad el 12 de enero de 1934, junto a la periodista Rosario del Olmo, que iniciaba con Machado una serie de entrevistas dedicadas a los “deberes del arte” en momentos difíciles. 

    La obra poética de Antonio Machado se abrió con “Soledades”, escrito entre 1901 y 1902 y reescrito como “Soledades. Galerías. Otros poemas” en 1907. Durante su estancia en Soria, escribió su libro más noventayochista, “Campos de Castilla”, editado por la editorial Renacimiento en 1912. Posteriormente, durante su estancia en Baeza escribió sus populares “Proverbios y cantares”, poemas breves de carácter reflexivo y sentencioso. Estilo que seguiría en prosa con los libros de “Juan de Mairena” y “Abel Martín”. Publicó y estrenó, junto a su hermano Manuel varias obras de teatro, fueron las más famosas “La Lola se va a los puertos” y “La duquesa de Benamejí”. 

    En 1928 conoció a Pilar Valderrama, Guiomar, también escritora. Ella casada y con un marido que la engañaba comenzó una relación con el poeta que entonces daba clase en Segovia. Cada fin de semana volvía a Madrid en tren a la Estación del Norte y andando por el parque del Oeste hasta el paseo Rosales esperaba horas a que Guiomar saliese a la ventana para poder verla. En otras ocasiones, paseaban por Rosales hasta los jardines de la Moncloa donde se sentaban en el que el poeta denominaba el banco de los enamorados que ahora está en el complejo del Palacio de la Moncloa, concretamente en el denominado Jardín de la Fuente, que fue destruido en la Guerra Civil, el frente estaba justo allí, y posteriormente, el tiempo de la democracia fue reconstruido. Hoy no se puede visitar salvo el que haya sido periodista y cubrieses los consejos de ministros, como ha sido mi caso. 

    Antonio Machado fue el único integrante de esta genial generación que se llevaba bien con todos. Fue una persona intrínsecamente buena, en todo el sentido de la palabra, como el mismo definía a ese tipo de personas. Nunca discutió con ningún coetáneo suyo y por todos fue querido y respetado. Una auténtica rara avis en el panorama canallesco literario de aquella y de todas las épocas. 

    Su hermano Manuel no tuvo la popularidad que él tuvo, pero sus méritos poéticos y teatrales fueron muy grandes. Entregado a la vida bohemia madrileña junto con su hermano Antonio, Manuel empezó a dar a conocer sus primeras poesías y colaborar en jóvenes publicaciones como las editadas por Francisco Villaespesa y Juan Ramón Jiménez. En marzo de 1898, Manuel viajó a París para trabajar como traductor en la editorial Garnier. En 1902, aún en París, publicó su primer libro “Alma”, un término clave del vocabulario simbolista. Permaneció en la capital francesa hasta 1903, compartiendo piso con Enrique Gómez Carrillo, Amado Nervo y Rubén Darío y en la última etapa con el actor Ricardo Calvo, que también acogió en su apartamento a otros dos Machado, Antonio y Joaquín (que regresaba de su experiencia americana "enfermo, solitario y pobre"). 

    Tras una breve estancia en Santiago de Compostela, consigue entrar a trabajar en la Biblioteca Nacional de Madrid, posteriormente fue archivero en el ayuntamiento y en el Museo Municipal de Madrid. Vivió casi toda su vida en la calle Churruca. En 1921 publicó el que casi todos los especialistas coinciden que es su mejor poemario, “Ars moriendi”. Con ocasión del éxito de su obra, tuvo el único cruce de acusaciones que se produjo con su hermano. Una discusión epistolar en la que Manuel acaba escribiendo: "Tu poesía no tiene edad. La mía sí la tiene". Sentencia contra la que Antonio Machado, concluirá en otra carta: "La poesía nunca tiene edad cuando es verdaderamente poesía". 

    Como apunté anteriormente, los dos hermanos colaboraron con gran éxito popular y de crítica en una serie de comedias en verso, en un alarde de entendimiento creativo. 

    En 1931, en un acto celebrado en el Ateneo de Madrid el 26 de abril de ese año, Manuel hace público, en colaboración con el músico Óscar Esplá, el borrador de un himno para la Segunda República Española (que provisionalmente había adoptado el de Riego). Los primeros versos, escritos por Manuel en su fervor republicano, decían así: 

Es el sol de una mañana 
de gloria y vida, paz y amor. 
 
Libertad florece y grana 
en el milagro de su ardor. 
 
¡Libertad! 
España brilla a tu fulgor, 
como una rosa de Verdad 

 

    La guerra civil separó a la familia Machado de manera definitiva. Manuel con su mujer estaban en Burgos visitando a un familiar cuando comenzó el conflicto y Antonio y su madre, después de muchas vicisitudes, huyeron a Francia. Manuel, tras la guerra, se incorporó como director de la Hemeroteca y del Museo Municipal de Madrid. Siguió escribiendo poesía, en parte de carácter religioso influido por su mujer y continuó la labor de divulgación de su padre sobre el folclore andaluz y del cante hondo. Muchas de sus poesías tenían la estructura de coplas, seguidillas y soleares.

 

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