Por Luis Zueco
Existe un desacuerdo extendido sobre qué hito concreto supuso el final de la Edad Media. Para algunos fue el descubrimiento de América por Cristóbal Colón; hay otros que creen que fue la toma de Constantinopla por los Turcos. Pero también los hay que centran ese cambio no en una guerra ni en un hecho político, sino en uno cultural: la invención de la imprenta por Gutenberg.
Tendemos a delimitar las etapas históricas por conflictos militares y políticos. Pero la realidad es que al Medievo le sigue el Renacimiento, y si hay algo que caracteriza este periodo es el resurgir de la cultura, de las ideas, la tecnología, los descubrimientos y el humanismo. Y todo ello fue posible gracias a la imprenta.
Los libros dejaron de estar protegidos en los monasterios y en bibliotecas privadas, y se comenzó a comerciar con ellos. Los nobles y burgueses construyeron sus propias bibliotecas. Se volvió a publicar obras clásicas y se puso en marcha un mundo editorial mucho más parecido al actual de lo que podemos imaginar.
Es una época tan maravillosa, tan plagada de personalidades y logros que algunos de ellos aún permanecen olvidados para el gran público. Como que en los primeros años del siglo XVI, muchos de los viajes a América en realidad buscaban la mejor manera de llegar hasta las Islas de las Especias en Indonesia. O que las finanzas y los banqueros tenían tanta o más influencia política que hoy en día. O que surge el concepto de biblioteca moderna y esto sucede en España.
En el siglo XVI, Sevilla era la ciudad más próspera de Europa, a su puerto llegaban las riquezas de América y en sus calles se dirimía el futuro de Europa. Pero además entre sus murallas se creó la primera biblioteca moderna, el primer centro de saber occidental.
Hernando Colón podía haber pasado a la historia solo por ser el hijo del descubridor de América, pero decidió intentar emular los logros de su padre con la creación de una biblioteca infinita. Con la intención de reunir en ella todos los libros que se imprimieran en el mundo, llegó a tener unos 20.000 ejemplares. Esta biblioteca es la Colombina y es uno de los principales escenarios de mi novela “El mercader de Libros” (Ediciones B).
Hernando Colón comprendió que había empezado una nueva era, que la invención de la imprenta iba a cambiar la historia y por ello creó un concepto diferente de biblioteca. Él pretendía adquirir todo lo que se imprimiera y establecer un buscador y un sistema de organización de toda esta información.
Para lograr su deseo organizó un complejo sistema de compra. Desde Sevilla se enviaba dinero a un mercader de libros de Lyon. Quien se ponía en contacto con mercaderes residentes en las cinco ciudades europeas donde la imprenta era más importante: Venecia, Núremberg, Roma, Amberes y París; los cuales se encargaban de adquirir en las librerías las novedades. Una vez recibidos los nuevos libros, se enviaban a Medina del Campo, donde los recogería un mercader sevillano.
El funcionamiento interno de la biblioteca también era muy elaborado, los lectores conseguían la plaza mediante una oposición en la Universidad de Salamanca. Una vez admitidos, pasaban un periodo de prueba de tres años en su oficio, el primero de formación y, los otros dos, para dar verdadero rendimiento.
Su biblioteca universal no sobrevivió a su muerte, aunque sí parte de sus extensos fondos que se conservan ahora en la Catedral de Sevilla, dentro de la Institución Colombina.
El mercader de Libros revive aquella fascinante época y es una gran aventura que recorre Europa y el Nuevo Mundo de la mano de los libros.
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