27 de octubre de 2020

El crimen de la calle Fuencarral en la obra de Pérez Galdós (Parte I)

Este artículo, con el título: Pérez Galdós y el crimen de la calle Fuencarral, se presentó como comunicación en el I Congreso Internacional de Ficción Criminal: Justicia y Castigo, celebrado en León, en Abril de 2008. Y fue publicado, con el mismo título en Ficción Criminal “Justicia y Castigo” [Coord. MªJosé Álvarez Maurín , y Natalia Álvarez Menéndez] Universidad de León, León 2010, (Pág.439-455). 

En esta ocasión se ha mantenido el artículo, aunque se han incluido algunas mínimas correcciones y se han actualizado algunos conceptos. 

Mª de los Ángeles Rodríguez Sánchez
Madrid, Octubre 2020 

 

INTRODUCCION

En una noche de verano de 1888, en la calle Fuencarral de Madrid, se descubrió un asesinato que, a pesar de ser definido en numerosas ocasiones como un crimen vulgar, tuvo un gran impacto en la sociedad de su momento debido a las personas implicadas y a algunos de los elementos que en él concurrían. Este suceso se convirtió en un tema de interés nacional, y la fascinación que ejerció entre sus contemporáneos, en cierta medida, se mantiene en épocas posteriores que se siguen sintiendo atraídas por aquellos hechos lejanos y, sobre todo, por los personajes que tuvieron que ver en el mismo. Este homicidio, que presenta las características de una novela de ficción y es a la vez un perfecto reflejo del siglo XIX, tuvo una inmensa notoriedad en Madrid y en toda España, y su resonancia fue tanta que varios escritores, como Galdós, Pardo Bazán y Baroja, se ocuparon de él. 

En este hecho de tanta repercusión parecen fundirse ficción y realidad, e incluso, aun conociendo la sentencia y su ejecución, no hay un final que persuada, a los que a él se acercan, de que se ha llegado a conocer la verdad de lo ocurrido, o al menos toda la verdad, porque, a pesar de tanto como se ha escrito sobre él, cuando se examinan los hechos, se observan las múltiples irregularidades y las diversas preguntas sin respuesta surgidas ante su análisis, permanece la impresión de que no se hizo Justicia, o que, al menos, está no fue completa. 

A continuación, nos aproximaremos a la repercusión social y a los elementos esenciales de este homicidio que conmocionó a la sociedad y provocó numerosas discusiones entre sectores de la prensa y de la población, que como si de un espectáculo se tratase se dividió en dos bandos enfrentados. Asimismo, examinaremos el eco que este trágico suceso dejó en la obra de Galdós y sobre todo el análisis que el escritor hizo en la prensa, sobre el hecho, sus consecuencias y los debates que originó.

 

APROXIMACION A LOS HECHOS Y A SU REPERCUSION SOCIAL

En la madrugada del 1 al 2 de julio de 1888 en el nº 109 de la madrileña calle Fuencarral el Juez de Guardia descubre el cadáver parcialmente quemado de una mujer de unos cincuenta años en el que, a pesar de los daños ocasionados por el fuego, se podían apreciar restos de sangre y heridas. En otra habitación de la casa se encontraba una mujer, joven, desmayada y el perro de la casa narcotizado. La víctima será pronto identificada como Luciana Borcino, viuda de Vázquez Varela, mujer de buena posición, de genio vivo e irascible. La joven desfallecida era Higinia Balaguer Ostalé, la sirvienta de 28 años, que llevaba tan sólo seis días en la casa y que casi inmediatamente será acusada de matar a doña Luciana, y para la que se decretará prisión preventiva, tras varias contradicciones en sus declaraciones y al observar el forense que presentaba algunas contusiones posiblemente debidas a la reacción defensiva de la víctima. Pero casi al unísono de estas medidas, desde los primeros momentos de conocido el suceso y en las primeras noticias que en la prensa se dan del crimen, la voz pública acusa del mismo al hijo de la víctima, vago, consentido y maltratador, de nombre José Vázquez-Varela Borcino, de 21 años, que mantenía unas tormentosas relaciones con su madre a la que había amenazado en numerosas ocasiones y a la que había herido con arma blanca, aunque posteriormente doña Luciana retiraría los cargos diciendo que se había lesionado accidentalmente. Este joven al que, más o menos abiertamente, se acusa de estar implicado en los hechos, es descrito en los diarios del 4 de Julio, como “alto, rubio, de fisonomía abultada, labios gruesos, como la nariz, y maneras achuladas. Se viste y peina en armonía con este género de aficiones usando generalmente pantalón muy ceñido, americana y sombrero gacho” (El Resumen, 1888). En fechas posteriores se incidiría en mostrar su carácter violento y se comentaba que también había agredido a una mujer con la que mantenía relaciones, y que sería testigo en el proceso: Lola la billetera. A pesar de los antecedetes de el pollo Varela —como se le conocía popularmente— que reiteradamente aireaba la prensa, éste tenía una extraordinaria coartada ante el asesinato de su madre: desde hacía unos meses estaba preso en la Cárcel Modelo, por el robo de una capa; pero esta justificación será rebatida por todos los que creen, que son una gran mayoría, que el joven hijo de la viuda entraba y salía de la cárcel Modelo con asiduidad.

Entre los dos principales acusados por la opinión pública, la criada y el hijo de la víctima, había una persona que se terminaría convirtiendo en implicado, y que por razones diversas tenía relación con ambos; con Varela porque era el director de la Cárcel Modelo, donde el joven estaba internado, y por tanto, por su cargo, era el responsable del quebrantamiento de reclusión de éste. Con Higinia, porque la mujer había trabajado como sirvienta en su casa, y se comentaba que le había proporcionado los informes para trabajar con doña Luciana, aunque Higinia se había presentado en la casa con nombre falso. Esta persona era José Millán Astray [1] , director interino de la Modelo madrileña, a donde había sido trasladado por unos incidentes e irregularidades en su anterior destino, la prisión de Valencia. Era en ese momento hombre de mediana edad en torno a la cuarentena y gozaba de la protección de Montero Ríos, patrocinio del que hizo gala en alguna ocasión a lo largo del juicio. Por otro lado, y aunque no quedara suficientemente claro, parece ser que Higinia conocía también a Varela porque había regentado junto a su amante un quiosco de bebidas frente a la Cárcel, donde el hijo de la víctima había pasado ya algunas temporadas. Un hecho más se sumó para que parte de la prensa y de la opinión pública incluyeran a Millán Astray como implicado y la Justicia, posteriormente, le procesara como acusado, ya que el director de la Modelo, al poco de la detención de Higinia, pidió al Juez que rompiera la incomunicación de ésta y que le permitiera visitarla, con la disculpa de que quería convencerla para que dijera toda la verdad.

La sospecha de que estos tres personajes estaban tras el asesinato de Dª Luciana era la hipótesis mantenida por un sector periodístico, y fue objeto de múltiples disputas y apasionados debates, poniendo a la prensa en un lugar predominante y multiplicando la venta de diarios de tal manera que el abogado defensor de Vázquez Varela pidió que, como prueba testifical, se presentaran los ingresos obtenidos por las ventas de determinados periódicos desde el descubrimiento del cadáver; diarios que eran los que habían llevado la campaña acusatoria contra su defendido. 

Higinia, mientras se instruía el proceso, hizo numerosas declaraciones contradictorias, alegando en sus primeras manifestaciones que nada sabia del crimen; después que mató a doña Luciana en defensa propia; posteriormente pasó a inculpar en el homicidio al hijo de la difunta y al director de la Cárcel, y en último lugar incriminaría a Dolores Ávila. Estas continuas y diferentes versiones alargaron el sumario, perturbando y excitando la opinión pública, que seguía con avidez el desarrollo del asunto, e incluso es posible pensar que tantas variaciones, sobre como habían tenido lugar los hechos y quienes habían participado en ellos, confundieran a los expertos. Finalmente fueron procesados, Higinia Balaguer, Dolores Ávila, María Ávila, José Vázquez-Varela y José Millán Astray. 

El 26 de marzo de 1889, nueve meses después de descubierto el homicidio, se inició el juicio oral, que era esperado con gran expectación, y del que se creía saldría la verdad sobre lo sucedido. En el juicio intervinieron el fiscal, los abogados de los distintos acusados, el de la acción popular ejercida por la prensa —que consideraba culpable a Varela— y la acusación privada que actuaba en nombre de doña Ángela Vázquez-Varela viuda de Borcino y madre de doña Luciana. El interés por este juicio era indescriptible y fue seguido, tanto dentro como fuera de la sala, por numerosas personas de todas las clases sociales, y se convirtió en el tema casi absoluto de conversación desplazando cualquier otro asunto político o social, tanto en los grandes salones como en las tabernas más populares. 

A los pocos días de iniciado el juicio Higinia daría una nueva versión de los hechos, en la que exculpaba a Varela y a Millán, acusaba a Dolores Ávila como autora e instigadora del homicidio y se inculpaba como colaboradora. El motivo para el asesinato había sido el robo que, según sus palabras, realizó Dolores y cuyo botín nunca apareció. La sentencia que, en opinión de Galdós, no convenció a nadie absolvía a María Ávila, Vázquez Varela y Millán Astray y condenaba a Higinia, por robo con homicidio, a pena de muerte, y a Dolores, como cómplice, a 18 años de reclusión. 

Higinia, a quien la reina y el gobierno denegaron el indulto, fue ajusticiada a garrote vil, dos años después del crimen, el 19 de Julio de 1890, pero su muerte no cerró definitivamente, al menos de cara a la opinión pública, este caso en el que tantas incógnitas quedaron sin despejar y tantas preguntas sin respuesta. A pesar de que la principal implicada, y quien fue más duramente castigada, mantuvo su última versión de lo sucedido hasta el patíbulo, hemos de tener en cuenta y considerar como una pieza más, que sumar al rompecabezas que fue este suceso, las andanzas del hijo de la víctima una vez fuera de la cárcel, y tras salir tan bien librado de unos hechos en los que tantos veían su presencia. Pocos días después de la ejecución de Higinia Balaguer, el joven Varela se vería envuelto en unos incidentes que ponían en evidencia su carácter violento y agresivo, algo que los periódicos habían señalado reiteradamente durante el proceso y el juicio. En Vigo, donde se había trasladado temporalmente, el hijo de doña Luciana tendría una fuerte bronca en el Café Universal agrediendo a personas muy conocidas de la localidad, y para evitar la violenta reacción de sus conciudadanos regresó a la capital, donde la prensa recogió estos hechos, aunque apenas encontraron eco (Lara,1984:187). Transcurridos algunos años volveremos a tener noticias del pollo Varela cuando una joven, mujer de la vida, fue arrojada por un balcón de un edificio de la calle Montera en Madrid. Cuando suben a ver lo que ha ocurrido, se encuentran con Vázquez Varela, que fue reconocido, por algunos de los testigos, como aquel que había estado procesado en el célebre caso de la Calle Fuencarral. Por esta agresión fue juzgado, y en esta ocasión condenado, estando catorce años en el penal de Ceuta. Allí parece que se corrigió y se convirtió en un buen y reconocido fotógrafo. (Lara,1984:189), oficio que le permitió ganarse la vida, ya que nada le quedaba de la fortuna familiar heredada. 

El impacto de este popular crimen en la sociedad española, y sobre todo madrileña, fue muy grande y se aprecia en el interés con que se siguieron las noticias de la prensa; en las discusiones que se planteaban al respecto y en cómo, durante el juicio, una gran muchedumbre esperaba diariamente el paso de los acusados, a la vez que tanto las clases más elevadas como las más populares querían asistir a las sesiones para ver a los implicados y para oír de primera mano lo que éstos tenían que decir. La repercusión del hecho en la prensa se puede observar en el espacio que la noticia fue ocupando en los diarios. Las primeras referencias del crimen no eran muy extensas y aparecieron en las hojas interiores de los diarios, aunque muy pronto pasarían a la primera página con grandes titulares. Cuando se inicia el juicio oral, éste ocupó diariamente las dos primeras hojas de algunos periódicos, recogiendo amplia información sobre lo que ocurría en la sala, así como múltiples noticias referentes a los inculpados, de los que se contaban hasta los más pequeños detalles de sus ropas, sus comidas o sus actitudes. Toda esta información iba ilustrada con dibujos de los acusados, los abogados, el estado de la Sala, e incluso de Galdós tomando notas del proceso o realizando el apunte del natural de Higinia durante el proceso.

 

GALDOS Y EL CRIMEN DE LA CALLE FUENCARRAL. 

Este homicidio que, como hemos comentado, ocupó durante casi dos años gran espacio en la prensa interesó vivamente a Galdós, que le dedicó varios artículos enviados a La Prensa de Buenos Aires, periódico en el que colaboró desde 1883 hasta 1894, y al que regularmente enviaba sus crónicas en las que trataba asuntos diversos de la actualidad española. Pérez Galdós escribiría sobre este suceso 7 artículos en forma de carta, entre el 19 de julio de 1888 y el 30 de mayo de 1889, en los que iba informando a sus lectores de las incidencias del caso y de la repercusión de éste en la sociedad; pero casi a la vez, aunque desde una perspectiva diferente, este homicidio, bajo el nombre del crimen de la calle del Baño [2], formaría parte de dos de sus novelas La incógnita, realizada entre noviembre de 1888 y febrero de 1889, y Realidad, novela dialogada, fechada en julio de 1889. En su drama Realidad, primer estreno teatral de Galdós en 1892 y que es una adaptación para los escenarios de la novela, don Benito, a pesar de que se vio obligado a cortar numerosas escenas de la obra dada su longitud, mantiene las referencias al crimen [3] que lo muestran como un tema de impacto y de continuos comentarios en sociedad. Creo que es interesante señalar que el autor conservara algunas opiniones de los personajes sobre este trágico suceso que ya estaba cerrado y del que, evidentemente, había pasado su máxima actualidad, sobre todo si tenemos en cuenta que había tenido que sacrificar diversas situaciones para convertir su novela dialogada en texto teatral representable en tiempo; el hecho de que mantuviera vivo el debate sobre el asesinato hace pensar que para él seguía manteniendo su importancia como acontecimiento que reflejaba a la sociedad de la época.

 

ARTICULOS PERIODISTICOS EN LA PRENSA

En los artículos escritos por Galdós para el diario bonaerense La Prensa sobre este tema hay que diferenciar dos periodos o momentos en los que se ocupa del asunto: cuando se produce el crimen y los primeros meses en los que se instruye el sumario, y cuando se inicia y se lleva a cabo el juicio oral. Pero creo que también es interesante advertir la carencia de opiniones o reseñas después de comunicada la sentencia, y sobre todo lo relativo al cumplimiento de ésta: la ejecución de Higinia, que ponía un punto final definitivo a tan polémico asunto. 

Por las fechas de sus crónicas podemos observar que Galdós escribe sobre el crimen al poco de cometerse, ya que su primer artículo es del 19 de julio de 1888 [4], al que seguirán otros, el 31 de julio, el 15 de Agosto y el 12 de Diciembre, en los que irá informando y dando detalles del caso que tiene conmocionados a los habitantes de Madrid, que hablan de él en cualquier lugar desde las casas elegantes a los barrios populares, y que ha desplazado de las conversaciones, rumores o comentarios relativos a cualquier otro asunto. Los tres últimos artículos, por su parte, están dedicados a informar del juicio oral. El primero, del 31 de marzo de 1889 [5], se corresponde con la información sobre el proceso, que había comenzado el 26 de marzo de ese año; a éste seguirán dos informaciones más del 19 de abril y el 30 de mayo de 1889. Esta última es bastante breve y en ella comunica, a sus lectores, cual ha sido la sentencia de tan famoso caso y como el veredicto no satisface a nadie, “pues los que negaban veracidad al relato de Higinia, llevan a mal que esta sea condenada y los que creían en él no hallan justo que la iniciadora del crimen quede sin castigo mientras lo tiene tan cruel la que fue a él sugestionada por su compañera” (Pérez Galdós, 2002: 54) 

En su primer artículo Galdós muestra un gran interés por el asunto y en su crónica los implicados en la trama son descritos con brevedad pero certeramente. Primero hablará de la víctima; luego del hijo golfo y un tanto brutal; de la criada mezclada con delincuentes, que presenta una gran insensibilidad ante lo sucedido; del joven director interino de la cárcel, al que parece tener cierta simpatía, y de cómo se han producido los hechos, así como de las vicisitudes y novedades que se suceden en los mismos. En esta primera aproximación al crimen conocemos los personajes, los acontecimientos, sin entrar en pormenorizar detalles escabrosos o siniestros, y la situación social con derivaciones políticas que el asesinato ha provocado. En los dos siguientes artículos comentará los nuevos datos que se van conociendo, así como las opiniones y variaciones aportadas por los testigos, y, sobre todo, las distintas versiones de Higinia que se van incorporando a un sumario que crece desmesuradamente. A través de estos textos galdosianos podemos observar como el interés social por el crimen en vez de disminuir aumenta según va pasando el tiempo, aunque las sombras y las dudas no llegan a despejarse. 

En sus crónicas el escritor canario comenta noticias de interés e intercala anécdotas que llaman la atención del público, como los paseos por Madrid, en medio de la estupefacción general, del perro de la víctima que apareció en la casa narcotizado, y al que, incluso, han querido comprar. Don Benito, en sus reportajes, habla del caso desde el punto de vista de un observador privilegiado que conoce muy bien la sociedad y el momento histórico en el que vive, y estos artículos le sirven para informar a sus lectores, que están alejados del hecho en sí, de todo lo que ocurre: los diversos acontecimientos, que se suceden y cambian con rapidez y la reacción que estos provocan, así como de los distintos protagonistas del drama, que son descritos con mayor o menor detalle, con más o menos simpatía hacia sus personas. A la vez que proporciona toda esta información comenta el impacto de un suceso trágico que adquiere una enorme relevancia social a pesar de la simpleza de los motivos y de sus personajes. Pero, en estos comentarios, el autor hace algo más: reflexiona sobre la sociedad en la que vive, la aplicación de la justicia, las irregularidades del sistema carcelario, que con este suceso se hicieron tan patentes, y cuyos problemas pedían una reforma urgente, no sólo por lo que se refería al quebrantamiento de la reclusión de determinados internos, implicando en los hechos al director y a algunos funcionarios, sino también por la situación general en la que predominaba la poca seguridad y las malas condiciones tanto en la cárcel de hombres como de mujeres. Don Benito, por ejemplo, explica, a sus lectores del otro lado del Atlántico, como en el caso de las dos acusadas se rompió el aislamiento y se produjo la comunicación entre ambas, hecho que sin duda suponía una infracción más a las que ya se habían producido en la incoación del sumario. Hay que señalar que, aunque Galdós no creía culpable a José Vázquez-Varela, sí parece aceptar el quebrantamiento de la reclusión de éste, y considera que fueron posibles sus salidas y entradas del recinto carcelario. 

Uno de los temas recurrentes en estos artículos es la opinión sobre el papel que jugó la prensa en todo el caso. Ante esto Galdós tiene posturas contradictorias: en ocasiones alaba, con su poco de ironía, la buena labor llevada a cabo por los periodistas para rastrear todas las huellas y las nuevas posibilidades de este suceso, llegando incluso a afirmar que algunos lo hacen mejor que los investigadores: 

“…pues la diligencia de los periodistas para cazar noticias es febril. Algunos han dado a conocer cualidades tan relevantes de astucia policial, que, si la justicia les utilizara en averiguación de los hechos oscuros, obtendría mejor resultado que con los actuales delegados” (Pérez Galdós, 2002: 22) 

En otros momentos crítica que los periódicos no se concentren en las labores propias de la información y que tomen parte en la instrucción del proceso, y más tarde incluso en el propio juicio, donde se presentarán como acusación privada, acto que no gustaba a don Benito, que consideraba esta situación como un intento de dar un carácter político al asunto dada la “viciosa tendencia a mezclar la política con la justicia, achaque frecuente en la prensa” (Pérez Galdós, 2002: 11) añadiendo que en el trasfondo de la cuestión estaba una coalición más o menos encubierta contra el partido liberal. (Pérez Galdós, 2002: 31)

Otra contradicción que encontramos en estos artículos galdosianos es en relación con el papel de Higinia en el crimen, a la que algunos consideraban única culpable, aunque según la autopsia era imposible que hubiera cometido el asesinato sin la ayuda de un hombre o un esfuerzo varonil. Esta duda, sobre que dos mujeres solas hubieran podido asesinar a doña Luciana, dio lugar a numerosos comentarios, como el de que había una mano masculina en el asesinato que Higinia no quería revelar, esa persona desconocida podía ser cualquiera, y esta circunstancia le sirvió a Galdós para ironizar al respecto: 

“No es de extrañar, pues, que yendo uno muy tranquilo por la calle se tropiece con un amigo de estos que están trastornados con el crimen y nos diga: — ¿Es usted por casualidad el hombre? — ¿Qué hombre? — Hombre bien me entiende usted: el hombre ese que necesariamente ayudó a Dolores y a la Higinia…” (Pérez Galdós, 2002: 50) 

Los tres últimos artículos de esta serie, sobre el popular crimen de la calle Fuencarral, se corresponden con la realización del juicio oral, al que el escritor asistió diariamente, como comenta en algunas cartas personales a Atilano Lamela, y en el que esperaba que el asunto se aclarase definitivamente. En sus crónicas hará una amplia descripción física y psicológica de la acusada, que coincide con la realización del dibujo que El Resumen publicó en su primera página el 5 de Abril de 1889. Este retrato narrativo, en el que se aprecia la influencia de las teorías lombrosianas, esboza en unas líneas la figura de Higinia, y muestra la capacidad descriptiva del novelista y observador que era Galdós, así como el interés y el rechazo que esta mujer le produce. Sobre la principal encausada en este suceso dice don Benito: 

“Si moralmente es Higinia un tipo extraño y monstruoso, en lo físico no lo es menos. Creen los que no la han visto que es una mujer corpulenta y forzuda, de tipo ordinario y basto. No hay nada de esto: es de complexión delicada, estatura airosa, tez finísima, manos bonitas, pies pequeños, color blanco pálido, pelo negro. Su semblante es digno de mayor estudio. De frente recuerda la expresión fríamente estupefacta de las máscaras griegas que representan la tragedia. El perfil resulta siniestro, pues siendo los ojos hermosos, la nariz perfecta con el corte ideal de la estatuaria clásica, el desarrollo excesivo de la mandíbula inferior destruye el buen efecto de las demás facciones. La frente es pequeña, abovedada, la cabeza de admirable configuración. Vista de perfil y aún de frente resulta repulsiva. La boca pequeña y fruncida, que al cerrarse parece oprimida por la elevación de la quijada, no tiene ninguna de las gracias propias del bello sexo. Estas gracias háyanse en la cabeza de configuración perfecta, en las sienes y el entrecejo, en los parietales mal cubiertos por delicados rizos negros. El frontal corresponde por su desarrollo a la mandíbula inferior, y los ojos hundidos, negros, vivísimos cuando observa atenta, dormilones cuando está distraída, tienen algo del mirar del ave de rapiña” (Pérez Galdós, 2002: 38) 

Este amplio estudio físico y psicológico que hace el escritor canario de Higinia Balaguer contrasta con la breve representación de su cómplice Dolores Ávila de la que dice: 

“Su figura es de las más vulgares, y su condición moral y física la coloca en las capas más bajas y más degradadas de la sociedad” (Pérez Galdós, 2002: 39). A estas descripciones de las principales acusadas se suma la de Varela: “[el] hijo de la víctima, es un joven de rostro poco simpático, en el cual se destacan los labios enormes, indicando un desmedido desarrollo de los apetitos y ansiedades materiales. Se expresa en las declaraciones con bastante soltura, demostrando más inteligencia y mejor educación de la que se le ha atribuido antes de conocerle” (Pérez Galdós, 2002: 39) 

En estos artículos Galdós señala como cosa curiosa la cantidad de testigos presentados, entre los que hay representantes de todas las clases sociales: “señores docentes y presidiarios, mujeres de mala vida, vagos de profesión, mozos de café, empleados de ambas cárceles…”(Pérez Galdós, 2002: 40) y también relata a sus lectores el aspecto de la sala así como el interés del público por acceder a ella, y la mezcla de grandes damas con elementos populares en las puertas de entrada del Tribunal, ya que a todos les guía el mismo interés de asistir a estas sesiones del juicio oral. El escritor comenta con cierta ironía que las damas elegantes, cuya presencia en la sala es destacada en todos los periódicos, no vacilan en soportar el calor, los empujones y otras molestias con tal de ver la cara de Higinia, y añade que estas señoras de la mejor sociedad asistían a las sesiones de este juicio como si fueran al teatro: “Las emociones del juicio interesan a las damas tanto como una buena ópera bien cantada” (Pérez Galdós, 2002: 41). Esta imagen, que se aprecia claramente en las reseñas del juicio publicadas en la prensa, la plasmará Galdós en su novela La Incógnita, donde Infante escribe a su corresponsal, al que da noticias del Crimen de la Calle del Baño, que no es sólo el vulgo el que muestra interés por el asesinato “pues la gente de cultura no le va a la zaga. Las mujeres especialmente, y si quieres, las damas, se pirran por esa comidilla picante del famoso y no descubierto crimen” (Pérez Galdós, 2004: 269) 

La referencia a la nueva declaración de Higinia hecha en el Tribunal durante el juicio oral, el careo entre ella y Dolores, y el enfrentamiento de las dos mujeres, que Galdós describe como “la escena más dramática que he presenciado en mi vida” (Pérez Galdós, 2002: 44), le lleva a hacer un nuevo retrato de cada una de ellas, y a comentar a sus lectores que aunque en esta declaración Higinia había dicho la verdad, él pensaba que ésta no era completa: 

“Higinia es nerviosa, delgada y de buena estatura; viva de genio, fácil de palabra; Dolores es biliosa, pequeña de cuerpo, grosera y desfachatada. Higinia confirmó su acusación con frase entera y enfática; Dolores negó todo resueltamente; ambas estuvieron firmes y arrogantes. En el público quedó la convicción de que Higinia había dicho la verdad; pero no toda la verdad” (Pérez Galdós, 2002: 44) 

Si estas opiniones eran las que el escritor comentaba en sus artículos, en privado sus juicios eran similares. A Atilano Lamela le escribe el 9 de Abril de 1989 

“El día último cuando declaró Higinia fue muy interesante. […] Con Higinia he hablado varias veces. Soy de los que creen que la declaración del otro día es verdad, aunque quizás no haya dicho toda la verdad” (Pérez Galdós, 2016: 180) 

En esta carta mostrará la antipatía y el desagrado que le produce Dolores, de la que dirá: ”La tal Dolores parece una hiena”, y comenta la publicación, en el diario El Resumen, del dibujo de Higinia realizado por él durante las sesiones del juicio: “Con El Resumen publicaré un retrato de Higinia hecho por mí. Está bastante parecido. Pienso hacer otro de la Dolores…” (Pérez Galdós, 2016: 180)


No deja de ser curioso que el dibujo del natural de Higinia hecho por Galdós apareciese en la prensa el mismo día que ésta recogía su nueva confesión y su enfrentamiento con Dolores. Dicha declaración conllevó la suspensión del juicio durante veinte días, para confirmar los datos aportados por la principal acusada, y supuso un nuevo enfrentamiento en la prensa y en el público, entre los partidarios de la culpabilidad de Higinia y la inocencia de Varela que serían denominados como sensatos, o aquellos que consideraban al hijo como asesino de doña Luciana a los que se les llamaría insensatos [6]. Estos términos también aparecerán en las novelas galdosianas de La Incógnita y Realidad, utilizados por los distintos personajes en relación con sus posturas sobre los hechos y los implicados en el crimen de la Calle del Baño, claro trasunto del asesinato de la calle Fuencarral. 

En su último artículo del 30 de mayo, Galdós informa a sus lectores de la sentencia, por la que María Ávila, Varela y Millán han salido absueltos, mientras Higinia ha sido condenada a muerte y Dolores a 18 años de reclusión. En esta crónica, el escritor comenta que la versión de la culpabilidad de Varela había sido muy popular, y que todavía se mantenía aunque no con la fuerza de los meses pasados, sobre todo porque “el juicio no ha hecho luz completa sobre todos los pormenores del crimen” (Pérez Galdós, 2002: 53), y aunque él considera que la última versión de Higinia es la verdadera, manifiesta que esta confesión ha resultado severamente castigada, mientras que el silencio de Dolores ha sido premiado. 

Después de su último artículo para La Prensa de Buenos Aires, no hay constancia de que Galdós se ocupara públicamente del famoso crimen, y tampoco la hay de que asistiera a la ejecución de Higinia, en Madrid, que fue la última en tener lugar ante la población, De hecho, en ningún periódico de los que se ocuparon del acto final de la vida de Higinia, se menciona la presencia de Galdós. 

 

El crimen de la calle Fuencarral en la obra de Pérez Galdós (Parte II) >

 

NOTAS
 
[1] José Millán Astray fue el padre del fundador de la Legión y de la comediógrafa Pilar Millán Astray.
[2] La calle del Baño, es la actual Ventura de la Vega, que va desde la Carrera San Jerónimo a la calle del Prado. 
[3] En el drama, Don Benito sitúa el hecho en la calle del Pez, a diferencia de las novelas que el crimen ocurre en la calle del Baño. 
[4] Curiosamente dos años antes de que se llevase a cabo la ejecución de Higinia, que tuvo lugar el 19 de julio de 1890. 
[5] Aunque en la recopilación reciente de estos artículos hecha por Rafael Reig, figura la fecha 31 de marzo de 1888, este artículo es de 1889, ya que en él se informa del inicio del juicio a los acusados por el crimen de la calle Fuencarral. 
[6] Esta terminología que debió de ser muy popular, aparece reflejada no sólo en los artículos y en las novelas de Galdós, sino que también Baroja cuando, en sus Memorias, habla de este suceso recoge estas definiciones que la sociedad daba según se fuese partidario de la culpabilidad de una u otro. Galdós y Baroja se encontraban entre los sensatos. (Pérez Galdós, 2002: 44) (Baroja,2006: 359) 




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